El Conde reside junto a su esposa en una amplia casa en el fin del mundo. A excepción de los cinco hijos del matrimonio, nadie más parece conocer su domicilio en el extremo sur de Chile. También se mantiene oculto del ojo público que él es un viejo vampiro que ha fingido su muerte en más de una ocasión, y que su origen se remonta a la Europa del siglo XVIII. En la actualidad, tras disfrutar de las mieles de la inmortalidad, atraviesa una crisis existencial que lo ha impulsado a dejar de beber sangre humana.
“Yo no quiero vivir 250 años más. Porque me trataron de ladrón. A un soldado se le puede decir que es un asesino, pero no que es un ladrón”, reclama el protagonista en el primer adelanto de la película dirigida por Pablo Larraín en blanco y negro. Su hastío se acentúa porque, debido a causas que es mejor mantener en reserva, tiene serios inconvenientes para cumplir con su deseo.
“El problema es que no se muere nunca. Eso es lo más presente”, indica Jaime Vadell (Valparaíso, 1935), el actor detrás del personaje central de la trama. A más de un año de filmar El Conde bajo la dirección del cineasta de Tony Manero (2008), el intérprete nacional se adentra en el proceso que encaró para transformarse en una versión ficticia de Augusto Pinochet. Una que llega en medio de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado.
Mediante conversación telefónica con Culto, quiere partir entregando una definición que podría sorprender a quienes se guíen únicamente por la imagen principal que acompaña esta publicación. “Yo lo que me planteé, más que todo, es hacer a El Conde. Personalmente nunca pensé en Pinochet”, asegura.
El guión escrito por Larraín y Guillermo Calderón está plagado de referencias al personaje real y a su familia, a la que en pantalla dan vida Gloria Münchmeyer, Antonia Zegers, Catalina Guerra, Marcial Tagle, Amparo Noguera y Diego Muñoz. Sin embargo, se toma todas las libertades disponibles para una ficción que propone un universo paralelo inspirado en la historia reciente del país, y que le otorga un nuevo origen y desenlace a su protagonista.
Vadell reconoce que la idea le produjo inmediato interés, pero también gatilló preguntas. “No entendí cómo se iba a poder hacer, porque el guión es bien complicado. La película, no”, dice. “Leído como guión, es muy complicado. Empieza en el 1700 y algo, y termina en el 2023, imagínese todo lo que puede pasar ahí”.
“No sé cómo definirla. Es una comedia, claro, porque no es un drama. Tampoco es algo paródico”, señala sobre el filme, que también cuenta en su elenco con Alfredo Castro y Paula Luchsinger, y actualmente postula para convertirse en la representante chilena a los Oscar y los Goya.
La cinta empezará a ser descifrada durante las próximas semanas, cuando se estrene en competencia en el Festival de Venecia, el jueves 31. Luego, el 7 se septiembre llegará a algunas salas de cine del país y el 15 debutará en todo el mundo a través de Netflix.
-Pablo Larraín ha enfatizado que con esta película deseaba mirar de frente a Pinochet, de una manera directa. ¿Cuánto conversaron sobre esa idea en el rodaje?
De lo que más hablamos fue de que no íbamos a imitar a este caballero, porque eso lo hace mejor Palta Meléndez. El personaje tiene algunos rasgos del original, pero no es el original. No se pretendió imitarlo. Y pensé que yo no me parecía en nada, pero ahí, visto en la película, de repente sí se parece.
-Ud. concluye que se logró cierto parecido.
Sí, claro. Es que todos los viejos nos vamos pareciendo, yo encuentro. Entonces, por ese lado se puede parecer. También hay cierta actitud (otorgada) sobre todo por esos trajes tan ajustados, tan tremendamente tiesos. Fue bastante fantástico. Eso te obliga a estar en una actitud que te hace más parecido al personaje.
-Si la propuesta hubiera consistido en hacer una película biográfica sobre Pinochet, ¿usted cree que habría aceptado participar?
No sería muy interesante hacer una biografía. Tal vez de algún otro personaje, pero no de este. Es una vida tan obvia. No es muy interesante desde el punto de vista biográfico propiamente tal.
-Pero cree que se puede prestar para ficciones como la que aquí propone Larraín.
Claro. Él propone una ficción. Eso que usted dice lo encuentro muy acertado. Lo que se propone es una película. Y yo encuentro que es muy buena película. Entretenida, además, divertida, está llena de humor y de buena calidad.
-¿Comprendió desde un inicio que el filme sería una sátira?
Yo no la veo como sátira. Porque la sátira te obliga a hacer finalmente una parodia, y no hay nada paródico ahí. Es el personaje de El Conde. Ese es el que se mueve dentro de la película. Mal que mal, Pinochet llegó a capitán general, nomás. Yo llegué a Conde (se ríe). Además, tuteándose con María Antonieta.
Según su perspectiva, el director de Jackie (2016) “lo universaliza, lo convierte en una cosa simbólica, si se puede decir, a pesar de que tampoco es la pretensión. Es una especie de personaje que sigue vivo”.
El hábitat de El Conde
Pablo Larraín ha dirigido a Jaime Vadell en múltiples ocasiones. Le dio el rol del médico que efectúa la autopsia de Salvador Allende en Post mortem (2010), luego confió en él para que interpretara a un ministro de la dictadura en No (2012), y lo convocó para que diera vida a uno de los curas de El club (2015). Además, encarnó a Arturo Alessandri Palma en Neruda (2016) y a un anciano mujeriego en un filme realizado para la colección de cortos de Netflix Homemade (2020).
“Esta es mi décima película y he tenido la suerte de trabajar con actores y actrices maravillosos a lo largo de mi carrera. Nunca he hecho una película en la que cada toma de un actor funcione, hasta que trabajé con Jaime. Está en su mejor momento”, expresa el director en declaraciones compartidas a este medio.
“Fue capaz de habitar realmente el personaje, su sentido del poder, de miedo y de violencia. La violencia es algo que surge originalmente del miedo, y crear eso en un personaje que pueda transmitirlo, es un proceso interno muy complejo. Un trabajo lento y sumamente íntimo que Jaime fue capaz de controlar durante todo el rodaje con quienquiera que tuviera cerca”.
Intérprete y cineasta colaboraron más estrechamente que nunca en su cinta más reciente, trabajando mano a mano durante las nueve semanas que se extendió el rodaje a mediados de 2022. Gran parte de esas jornadas se desarrollaron en pleno invierno en la Región de Magallanes y en la Antártica chilena, donde se situó la casa del protagonista.
“Te voy a decir una cosa: yo prácticamente nunca pasé frío. Salvo un día, que me bajó una pataleta de frío y tuve que suspender la filmación. ¡Pero ando con un abrigo que es fabuloso! Es una especie de oso. Ese abrigo me salvó la vida”, cuenta Vadell.
-Ud. actuó en dos de las tres películas de la trilogía de Larraín sobre la dictadura. ¿Cree que con El Conde él viene a ampliar esa reflexión o piensa que está haciendo algo diferente?
No sé, tendría que preguntárselo a él.
-¿Pero cuál es su opinión como actor y colaborador?
Mira, la cabeza de la gente es tan rara, que puede que este no sea más que un escalón de una reflexión que quizás para dónde lo lleve. Los creadores son así: son muy arbitrarios, son muy arbitrarios.
-¿Qué es lo que le parece más atractivo de su mirada como cineasta?
Saca a la figura de Pinochet del marco en el que en general está puesto, del lugar en el que está puesto, y lo pone como una figura histórica eterna, infinita. Yo creo que eso es harto decir. Él (en la película) vuelve a La Moneda, se pasea por ahí como fantasma.
-Ud. entiende que eso puede ser provocador y generar diversas reacciones.
Bueno, aquí todo se ve desde el punto de vista político de “trocha angosta”. Pero no es una película política. Ese no es su eje. El eje de la película es este personaje que es eterno, que es infinito, que se alimenta de sangre humana. Un personaje que se repite en la historia, y se repite y se repite.
-La trama a algunos les ha recordado a Ha vuelto (2015), la comedia alemana que imaginó a Hitler despertando en 2014 tras décadas de hibernación. ¿Cuándo cree que es apropiado desarrollar esta clase de ejercicios de ficción en torno a estos personajes?
Siempre es apropiado, para quitarles el halo que puedan tener, de sacrificios, de sus servicios a la patria, y todo ese lenguaje rimbombante y majadero. No tenía idea de esa película que usted me dice. Debe ser graciosa. Habrá que verla.
-El primer trailer de El Conde llamó mucho la atención, pero también desató críticas, por la propuesta que plantea Pablo Larraín. ¿Cómo responde ante las reacciones más negativas que pueda generar la película?
En Chile las opiniones negativas sobre todo son las que más abundan. Chile es un país que se autodestruye permanentemente. Parece que el terremoto está en el alma de los chilenos. “No me parece bien”. No entiendo qué es eso. ¿A quién le importa lo que te parezca a ti? Si estoy haciendo una película que es mía. Pues vaya a verla.
-Hasta ahora el público general no la ha visto.
Claro, nadie la ha visto. Pero si se trata de una opinión negativa, esa surge altiro, con una fuerza enorme. La cosa es destruir lo que se hace. Y lo único que importa es lo que se haga.
-También en septiembre, en el Festival de Sebastián, se estrenará El realismo socialista, cinta que Ud. rodó con Raúl Ruiz en 1973. ¿Qué piensa de que se muestren internacionalmente dos películas suyas, una que filmó en 2022 y otra que filmó hace 50 años?
Muy bueno. Estoy como El Conde: no me muero nunca (se ríe). ¡Qué fantástico!