Luis Miguel, día 3: tapar el sol con un dedo
Luis Miguel debió suspender o al menos aplazar unos cuantos días esta visita a Chile. Su condición de salud -un notorio resfrío que ha reducido su caudal vocal a una mínima expresión-, no permite un espectáculo como el público merece, con el sello de calidad que durante muchísimo tiempo acostumbró a Hispanoamérica. Lee aquí nuestra reseña de su tercer show, anoche en el Movistar Arena.
Sinceremos, no le demos vueltas, nada de eufemismos. Luis Miguel debió suspender o al menos aplazar unos cuantos días esta visita a Chile, la más demandada en largos años. Su condición de salud -un notorio resfrío que ha reducido su caudal vocal a una mínima expresión a ratos irreconocible-, no permite un espectáculo como el público merece, con el sello de calidad que durante muchísimo tiempo acostumbró a Hispanoamérica.
Lo que ha hecho él, su staff y la productora a cargo desde el lunes 21 hasta la noche del miércoles, en esta gira con estadía de diez fechas en el Movistar Arena, es un abuso del cariño que su fanaticada profesa irrestrictamente por el chico del que se enamoraron en las últimas décadas del siglo XX.
Si sumamos los mediocres shows de 2015, y la tensa pasada de 2019 bajo la fiebre de la serie de Netflix, que transó la privacidad defendida a rajatabla para recuperar notoriedad y exposición con un inusitado hálito de empatía, el astro mexicano suma casi una década sin conciertos de alta factura por estos lados.
La tercera cita de Luis Miguel en Santiago sólo acentuó los problemas de las jornadas previas, con la tos como incómodo invitado. Los primeros 20 minutos de espectáculo encarnaron un verdadero calvario, una batalla cuesta arriba, como si cada canción fuera un round, donde la estrategia de Luis Miguel consistía en evadir las notas y cabriolas más complejas todo lo posible. En el intento por acomodarse bajando tonos, jugando con las melodías para evitar el recorrido habitual, y acortando el fraseo para que el escaso aire permitiera cubrir el trecho, hizo añicos varias canciones.
Por momentos, su situación parecía insalvable. Hasta que me olvides -un ejemplo random entre varios- quedó desfigurada, irreconocible. Recién después de la primera media hora logró tripular ligeramente parte de la trayectoria original de algunos clásicos como No se tú y Somos novios de Armando Manzanero, y Un hombre busca una mujer, compuesta por Juan Carlos Calderón y Luis Gómez-Escolar; un par de títulos donde se reúnen tres de los mejores autores de la balada en español de todos los tiempos, al servicio del Sol de México.
Sin embargo, las notas altas, las acrobacias habituales, la distancia con el micrófono, han desaparecido. La voz parece mal sintonizada en la banda AM de una vieja radio.
Este panorama desfavorable se compensa con la notoria mejora en su figura. Si la garganta maltrecha por el resfrío provoca una extraña sensación de decrepitud, este Luis Miguel modelo 2023 más estilizado, ha recuperado la agilidad de hace un par de décadas. El mexicano se había acostumbrado a las maneras de un antiguo crooner, con poco movimiento. Ahora se desplaza decidido por el escenario; baila, lanza patadas y posa como antaño, con una energía absolutamente renovada. La imagen que proyecta es como regresar en el tiempo.
Otro punto que en algo compensó el deterioro vocal, es que al fin logró dominar los compulsivos reclamos a los encargados del sonido. Aquella manía, que llegó al punto de perder la compostura en un show en Panamá en marzo de 2019, cuando arrojó violentamente un micrófono a un encargado, parece erradicada en esta gira.
La cita se transformó en un monumental karaoke de comienzo a fin, donde la gente pagó por ver a Luis Miguel, y escuchar a su regia orquesta con una sección de cuerdas dominada por mujeres, pero no para oír su voz.
Luis Miguel puede haber recuperado la figura y dominar los arrebatos, con un efecto rejuvenecedor. Pero, de alguna forma con estos extraños conciertos en Santiago, sigue siendo un chico acostumbrado al abuso. Actuar tres noches seguidas con un exigente repertorio subdividido en seis segmentos para recorrer 40 años de carrera, requiere estar en plena forma. El público no merece las migajas de su voz enmarcada en un montaje espectacular, ni el propio artista necesita someterse a este rigor.
Tal como la serie dejó clarísimo aunque parezca de perogrullo, Luis Miguel es un ser humano como cualquiera. Como tal, puede sufrir un resfriado y ausentarse de sus labores hasta la recuperación. Todos lo hacemos.
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