Algo que siempre tuvo muy claro Julian Patrick Barnes (77) para lo que sería su próxima novela, era cómo sería el personaje angular. Una mujer culta, inteligente, algo chapada a la antigua e inalcanzable para un hombre común. Paralelamente, otra pregunta le venía rondando “Imaginé a una mujer así, elaborándola gradualmente en mi mente, y al mismo tiempo también estaba pensando en la gran interrogante del libro: ¿Fue el cristianismo un error? - y los dos se juntaron gradualmente”, comenta a Culto desde su residencia en Reino Unido.

Y esa mujer se llamó Elizabeth Finch, tal como se titula su última novela, que acaba de llegar al país a través de la editorial catalana Anagrama, sucesor del aclamado La única historia (2018). Un hito más en su dilatada carrera, que incluye un Premio Booker 2011 por su novela El sentido de un final, además de haber visitado Chile en 2008, invitado por el ciclo La ciudad y las palabras, de la UC.

En esta novela vemos a Neil, un hombre de mediana edad quien toma un curso de Cultura y civilización impartido por la particular y enigmática Finch, unos años mayor que él. Sus clases son amenas e interesantes, por lo que Neil termina enganchándose de la maestra.

Tras finalizar el curso, mantienen el contacto almorzando juntos, por años, hasta que ella fallece. Entre su pena, a Neil le llega una noticia: Finch dispuso que fuera el único legatario de sus papeles y su biblioteca. Hurgando, se encuentra con un fallido proyecto de su antigua maestra, una biografía de Juliano el Apóstata (331-363 d.C.), el último emperador romano pagano. Para honrar la memoria de ella, admiradora de la antigüedad clásica, decide terminarla, y de paso, investigar un poco más sobre la vida de Elizabeth.

Juliano el Apóstata, emperador romano.

“Nunca se me pasó por la cabeza pensar que pudiera ser un hombre. Siempre fue una mujer, desde el principio. Y una original, poco convencional. Tal vez una mujer así hace preguntas diferentes a las de un hombre incrustado en una institución académica, no lo sé. Pero, en todo caso, ella hace preguntas que son interesantes para mí”.

Elizabeth es mayor que su protagonista, Neil, y está enamorado de ella. ¿La diferencia de edad era un factor que usted quería destacar?

La diferencia de edad de los estudiantes y los maestros fue un hecho desde el principio. Tal vez le dé una ventaja adicional a su relación, al igual que su amor (no declarado) por ella. Nunca pensé en ello como un tabú de ninguna manera. Esto podría haber sido tabú hace cincuenta años, pero hoy en día, al menos en Gran Bretaña, nada parece ser tabú. Bueno, hay una o dos cosas que todavía lo son, pero no muchas.

Con esta novela, usted vuelve a escribir sobre el amor, el paso del tiempo y la memoria, como lo hizo en La única historia. ¿Por qué le atraen estos temas?

Porque me parecen enormemente fundamentales para la vida humana, por lo que no puedo dejar de escribir sobre ellos. Debe agregar la muerte, por supuesto. El amor y la muerte, son los dos grandes temas de un escritor, en mi caso desde el principio. Y a medida que envejeces adquieren mayor importancia el tiempo y la memoria, y cómo se afectan mutuamente. Lo que el tiempo le hace a la memoria, lo que la memoria le hace al tiempo. Cuán verdaderos son incluso tus recuerdos más queridos.

Elizabeth Finch deja a medias una investigación sobre Juliano el Apóstata, ¿por qué le llamó la atención ese emperador romano?

“Has vencido, pálido galileo”, esa frase del poeta inglés Swinburne había estado en mi cabeza durante quince o veinte años. Fue el momento en que el moribundo Juliano, el último emperador pagano de Roma, admitió la derrota y reconoció que el cristianismo triunfaría en adelante. Eso nunca sucedió, por supuesto, fue una escena inventada por un historiador posterior. Lo cual fue otro desafío: tratar de descubrir qué era realidad y qué era ficción en el período paleocristiano.

¿Cómo fue el trabajo de documentación sobre Juliano el Apóstata?

Era bastante variado: desde la ‘continuación’ de la Historiae de Tácito, de Ammianus Marcellinus, hasta las obras publicadas del propio Juliano, los poemas de Cavafis y los libros sobre el anticatolicismo inglés en el siglo XVII. Sin embargo, no soy un investigador sistemático; tiendo a vagar, recogiendo fragmentos útiles aquí y allá. Un carroñero más que un investigador, diría yo.

¿Cuál fue el mayor desafío al escribir esta novela?

Hubo varios: el hecho de que el personaje principal muere antes de que termine la primera parte; la cuestión de si estaba representando con precisión la época de Juliano el Apóstata; la unión de realidad y ficción (lo que he hecho antes, pero aun así, cada libro es diferente).

Elizabeth Finch tiene una actitud bastante estoica ante la vida, Neil la describe como alguien que no siente demasiada lástima por sí misma. ¿Cree que en esta era de las Redes Sociales se ha perdido esa actitud estoica y resiliente?

Sí, ella es estoica y carece de autocompasión. Y vive una vida analógica, ni siquiera tiene televisión. Sólo una radio vieja y libros, libros, libros. Además, posee un fuerte sentido de privacidad. Por edad, ella estaría desconcertada por las redes sociales, donde las personas optan por invadir su propia privacidad. Además, piensan que todo lo que tienen que decir es de interés, por lo que todo se deja escapar, sin filtrar. El hecho de que esté “publicado” parece validarlo; sin embargo, un pensamiento banal no lo es menos sólo porque se publique. Como adivinarás, no estoy en Twitter ni en Facebook. Y uso Instagram de una manera muy limitada: para contactar (o responder) a un grupo de vecinos cuando necesito un plomero local, por ejemplo.

Parte de un equipo

Tal como ocurre en estos días, en que la literatura francesa es la predominante en el panorama mundial, en los 90 y los albores de los 2000, eran los ingleses quienes ocupaban ese lugar de privilegio. Se juntaron al mismo tiempo buenos libros y buenos autores. Por ello, no fue raro que comenzaran a ser traducidos y publicados en otras lenguas.

En castellano, la editorial que tomó esa posta fue Anagrama, la casa catalana fundada por Jorge Herralde. En su catálogo se ha encargado de llevar a nuestro idioma a una fina selección de autores angloparlantes, no solo del Reino Unido, también de Estados Unidos o Irlanda. Fue él, en 2001, quien señaló que esta generación de ingleses se trataba del “British Dream Team”: Julian Barnes (1946), Ian McEwan (1948), Martin Amis (1949), Graham Swift (1949), Kazuo Ishiguro (1954) y Hanif Kureishi (1954).

De ellos, hay uno que ya cruzó al otro lado de la noche, en mayo pasado, Martin Amis. Barnes, por supuesto, lo recuerda. “Era muy divertido, muy inteligente, muy sociable y un escritor brillante. Lo conocí durante medio siglo. ¿Cuál de sus libros sobrevivirá? Es difícil de adivinar. Dinero y Campos de Londres, tal vez. Pero el futuro es otro país. Y también está la cuestión de cómo funcionan los libros cuando se traducen a un idioma extranjero: algunos pueden dar el salto, otros no, ningún escritor puede ver eso por sí mismo”.

Martin Amis y Julian Barnes.

Jorge Herralde definió a su generación como un “Dream Team”. ¿Qué le pareció esa etiqueta?

Jorge fue un gran editor, lo que incluye ser un gran publicista. Todos los Dream Team los publicó él en Anagrama, al fin y al cabo. Pero obviamente es una etiqueta que se quedó, ya que, treinta o cuarenta años después, todavía me preguntan sobre ella. Obviamente es parcial, ya que no hay mujeres en él. Pero si me preguntas si prefiero ser miembro del Dream Team o quedarme fuera de él, es una pregunta fácil.

En otro ámbito, ¿Qué opina de la Inteligencia Artificial?, ¿Le tiene miedo o es una herramienta a tener en cuenta?

No pienso en eso. Me imagino que una máquina podría construir una versión parodia de una novela de Barnes, pero a) no sería original; y b) no me interesaría leerlo. Evidentemente, como ocurre con Internet, la Inteligencia Artificial es una buena máquina para mentir y engañar. Los desarrollos tecnológicos (como los ferrocarriles o los viajes espaciales) siempre son vistos como un progreso por quienes los inventan, pero permanecen moralmente inertes.

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