“Una vez ya me habían propuesto al premio (en 2021) y se había rechazado mi nombre”, comenta Cecilia Vicuña (75) al otro lado de la pantalla vía Zoom, sin embargo, en 2023 el galardón llegó y se convirtió en la flamante Premio Nacional de Artes Visuales, motivo por el cual conversa con Culto desde su casa, en Nueva York. El galardón, asegura, le parece extraordinario para ayudar a los artistas a tener “una vejez decente”. Aunque reconoce que el hecho de recibir premios no es algo que le robe el sueño.
“Yo nunca he pensado en eso. Me parece que los premios corresponden a una esfera que no está conectada con el arte, más bien con perspectivas de las sociedades. En el mundo en el que yo he vivido toda mi vida, esa posibilidad nunca tuvo nada que ver conmigo”.
El año pasado ganó el León de Oro de la Bienal de Venecia ¿Considera que a estas alturas de su carrera le han llegado mayores reconocimientos de los que tenía cuando era más joven?
El mundo ha cambiado inmensamente. Yo tenía 18 años cuando mi poesía se publicó en la revista El Corno Emplumado, la que yo consideraba que era la mejor revista de poesía del mundo, hecha por una poeta estadounidense y un mexicano, tenía poca circulación pero llegaba a todo el planeta, eso en los 60 era extraordinario. La vibración, el sentir y la inteligencia de esa poesía era lo que en inglés se llama la Beat generation, era universal. Entonces, podías leer poesía africana, finlandesa, alemana, sudamericana, indígena. Cuando publiqué ahí me empezaron a llegar cartas de distintos países. Recuerdo que en esa época vino a Chile Yevgeni Yevtushenko, que era uno de los poetas más conocidos del planeta, y llegó preguntando por mí porque había leído mi poesía. Ese tipo de reconocimiento, de poeta a poeta, yo lo viví en mi juventud. Luego viví la censura, la marginación, el olvido, durante muchas décadas, yo pensaba que eso iba a ser hasta mi muerte. Por eso nunca pensé, ni imaginé, ni deseé un premio como este, porque no estaba en mi esfera.
Su obra se ancla mucho en lo natural, también en el nexo con lo precolombino y el feminismo, ¿qué cree usted que ha hecho que el público enganche con su trabajo?
Cualquier cosa que yo diga no tendría mucho sentido, supongo que la gente joven siente una necesidad de liberación, y me imagino que eso comunica con la necesidad de liberación que nosotros sentíamos en los 60. Después de los 50, que fue una década muy represiva y muy violenta, los 60 fue una reacción. Y creo que después de la dictadura y la violencia neoliberal la gente otra vez está buscando una liberación.
Hasta hoy, en el MNBA se mantiene una muestra retrospectiva de su trabajo. Lo más llamativo -por su enorme dimensión- es el El Quipu menstrual, la sangre de los glaciares, que también exhibió en la Tate Gallery. ¿Puede contarnos acerca del quipu?
Yo empecé a hacer quipus en los 60, de hecho acabo de escribir una historia del quipu, que se publicó en Inglaterra hace como 6 meses. He hecho libros quipu donde hablo de la relación del quipu con la niña que fui. Fue como un crescendo en que comprendí que no podía imitar lo que fue el quipu en la época precolombina, sino que tenía que realizar lo que le había sido impedido. Era un sistema que tenía 5000 años de uso, de muchas dimensiones, no solo operaba como sistema de estadística, eso era una parte mínima. A medida que fui estudiando el quipu, fui aprendiendo mucho. En 2017 hice el primer quipu menstrual monumental, de 10 metros de alto. Eso fue comprado por la Tate Gallery y fue exhibido. Ahora está en el Bellas Artes, que es de arquitectura en estilo francés, y que esté un quipu ahí es como dar vuelta la historia, cambiar el paradigma de la cultura
¿Por qué le llaman la atención los quipus?
Ojalá una supiera. Las manos de una lo saben. El cuerpo de una lo sabe. Hay una belleza extraordinaria en las fibras, en los colores, en las formas, en la morfología, la tactilidad, en el hecho de que se hace y se deshace, está y no está. Es como tener una criatura viva en las manos, eso es infinitamente poderoso, atractivo. He hecho quipus en muchos países, en China, Corea, Europa, y cuando veo a personas de otras culturas trabajar con el quipu es como que entran en un encantamiento. Es un concepto que ha sido trabajado por miles de manos.
Actualmente, ¿cómo son sus procesos de trabajo?
Sobrevivir (rie). Vivo en un lugar bien contaminado como Nueva York. Y sobre todo ahora con los incendios de Canadá, una de las principales rutinas que tengo es la defensa del agua de los químicos, que están en las comidas y en los suelos. Una buena parte de mi vida consiste en cuidar ese tipo de cosas. Yo tengo un jardín comunal, está en un parque, ahí puedes mantener el contacto con la tierra en medio de los rascacielos, además vivo al lado del río (Hudson). Entonces, esa presencia de las fuerzas poderosas está acá. Tengo todos mis rituales cotidianos de creación, de poesía, de escritura, lectura, arte, de comunicación, todos los días hay muchas cosas sucediendo. Es una vida bien intensa.
Inteligencia artificial y el golpe
En abril pasado, hubo un revuelo en el mundo de arte. El alemán Boris Eldagsen ganó el concurso anual Sony World Photography Awards con una foto emotiva, de dos mujeres juntas en blanco y negro, y que parecía ser de las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, al recibir el galardón, confesó que se trataba de una imagen generada por Inteligencia Artificial. Lo cual abrió el debate sobre su uso en el mundo del arte.
Vicuña, por supuesto, tiene una opinión. “Encuentro que si hubiera un desarrollo ético en la humanidad, la Inteligencia Artificial podría servir a la humanidad, pero como no hay una evolución ética, y tampoco una conciencia del peligro, lo más probable es que sea usada para hacer daño a la humanidad a través de esclavizar a la gente y controlarla, sobre todo controlarla. La tecnología va más rápido que el pensamiento que la sociedad tiene sobre sí misma. Yo creo que por todas estas vetas de represión y violencia neoliberal, hay una supresión de la inteligencia colectiva humana, y que esa es la inteligencia que le hace falta al planeta”.
“La Inteligencia Artificial no nos va a proteger de la contaminación ni de la muerte del agua, ni del fin del oxígeno, ese no es su trabajo. Entonces, esta idolatría que existe (a la IA) sobre todo en los países más colonizados es bien peligrosa porque no hay una conciencia de su uso ético”.
En otro ámbito, ¿qué reflexión hace a propósito de los 50 años del golpe?
Pienso que Chile nunca ha reconocido el trauma brutal que significó el golpe para la sociedad entera. El golpe no afectó solamente a las personas que fueron torturadas, desaparecidas y exiliadas, afectó la capacidad de soñar e imaginarse a sí mismos. Chile pasó a ser un país controlado y colonizado por los intereses minoritarios de una clase que no piensa en el bien común. Toda la idea de lo que podría ser una democracia participativa fue borrada. Creo que se ha generado un nivel de sufrimiento soterrado, un apagón de la creatividad colectiva, de la que Chile era un ejemplo ante el mundo. Yo viví el Chile antes del golpe y viví cómo se percibía la revolución democrática de Allende desde Europa. Yo llegué becada a Londres a fines del 72, vi la admiración infinita que había en toda la intelectualidad europea por la posibilidad que había creado Chile. En ese entonces (Chile) era un país creador, de tremenda inteligencia colectiva, eso fue destruido, no se ha vuelto a recuperar y no sé si se recupere algún día. Fíjate en la esperanza que hubo en la Constitución escrita por el pueblo, y fue destruida por la desinformación, por el uso de la mentira. Entonces, ¿cómo es posible que eso suceda? porque la gente ya no se está imaginando, sintiéndose a sí mismos como seres creadores, sino como víctimas de fuerzas controladoras.