Hubo un momento de la historia en que Luis Miguel no era el Sol distante y lejano que observa a la Tierra a mucha distancia. También bajaba para convivir entre los mortales y exhibir su costado pagano.
Sucedía en las postrimerías del siglo XX, su era de mayor fulgor, en 1997, cuando en noviembre de esa temporada vino a realizar tres conciertos a Chile (dos en el Estadio San Carlos de Apoquindo y uno en la Quinta Vergara) y aprovechó de pasar por un set de televisión.
¿Podría suceder hoy lo mismo, con Micky sometido a toda clase de interrogantes por parte de figuras de la pantalla chica, en su actual residencia récord en el Movistar Arena? Difícil imaginarlo.
Pero esa vez, fue al estelar Viva el lunes, el de mayor sintonía en la TV local por esos días, para sentarse junto a su trío de animadores, Cecilia Bolocco, Kike Morandé y Álvaro Salas. Un encuentro imbatible. Puro oropel noventero.
Pero, más bien, ellos tuvieron que ir hasta los pies del astro rey.
Romance y éxitos
La entrevista sucedió en el salón Aysén del hotel Hyatt, recinto donde estaba alojando y donde su discográfica, Warner Music, levantó todo un montaje escenográfico para propiciar el cara a cara.
En su estilo, Cecilia Bolocco no tuvo complejos al presentarlo y lo calificó como “la figura más importante de la música popular de América Latina, ídolo indiscutido del momento, Luis Miguel”.
Micky también saludó y agradeció bajo su rúbrica de ese momento: pelo desordenado que caía sobre su frente, camisa oscura a medio abrir, mirada altiva, dentadura resplandeciente. Tenía apenas 27 años, pero, claro, ya toda una existencia sobre los escenarios.
De hecho, venía llegando de México, donde había despachado una marca inédita hasta ese entonces: 17 espectáculos en el Auditorio Nacional de la capital. “No pensé que iba a lograrlo, porque fue mucha exigencia, tanto física como artística”, comentó al iniciar el diálogo, rememorando el esfuerzo que había significado la tanda de recitales.
En eso, “Luismi”, hoy ya con 53 años, no ha variado un ápice: sigue estirando su carrera hacia números imposibles, estadísticas que nadie más iguala, cifras que lo exigen casi más allá de lo humano, como ha demostrado en las actuales diez presentaciones que despliega en el sitio de Parque O’Higgins, resfriado, atorado por la tos y un cuadro viral rebelde.
En 1997, la justificación para la locura era el disco Romances, tercero de la serie inaugurada en 1991 y que, gracias a su sociedad con el legendario Armando Manzanero, proponía una lectura propia del bolero, acercándolo a generaciones para los que sonaba como un resabio pretérito. En ese álbum, venían sus versiones de Por debajo de la mesa, Voy a apagar la luz/Contigo aprendí -ambas originales del maestro Manzanero-, o Noche de ronda -parte del cancionero de Agustín Lara-.
“Es un disco que le ha llegado a la gente. A la gente de mi edad y a la gente de más edad. Ha sido un choque generacional muy importante el haber metido boleros con este tipo de arreglos y concepto. Todo se ha dado. Hay una magia ahí con esos discos”, certificaba el intérprete, aludiendo al carácter transversal que había adquirido su huella.
En el mismo Viva el lunes, “Alvarito” Salas le informa que, en ese minuto, Romances se ha convertido en el disco más vendido de la historia de Chile, alcanzando el estatus de séxtuple disco de platino. Eran otros tiempos para la industria.
Los logros voluminosos sirven para que, minutos después, tanto Luis Miguel como los animadores retomen la conversación acerca de la herencia del bolero. En medio, hay consultas acerca de su estado sentimental: “¿estás enamorado?”, inquiere Bolocco. Micky regala de vuelta poesía pura: “Claro, yo siempre estoy enamorado. Estoy enamorado de la vida, estoy enamorado de la música... estoy enamorado de LA mujer, completamente”.
Aunque después, dice que prefiere no profundizar en el tema, para mantener a salvo su vida privada.
Retornando a los tópicos acerca del bolero, el mexicano cuenta que cuando empezó con las entregas de Romance fue casi todo por “accidente” y alaba los dotes interpretativos del chileno Lucho Gatica.
También aplaude que el género romántico hispanohablante haya conquistado latitudes tan distantes como Europa o Medio Oriente, o a estrellas de la música de estatura mayúscula, como el propio Elvis Presley: ahí, ejemplifica con la versión que el estadounidense grabó de Somos novios, de Manzanero, reconvertida en It’s impossible.
Es el instante donde el nombre de Armando Manzanero se cruza en la ráfaga de chistes de Álvaro Salas. Lo que generará quizás el trance más singular de la noche.
“Ya que lo nombraste, ¿cuánto mide realmente Armando Manzanero, es tan chiquito? Te pregunto, porque su mayor éxito lo hizo por debajo de la mesa”, lanza el ex Pujillay.
Micky no se anda con chicas y pega de vuelta, quizás en defensa de su mentor: “Si tú puedes medir su altura de la cabeza al cielo, yo creo que es más alto que tú”.
Risas nerviosas en el estudio. Risas nerviosas de “Alvarito”.
Set y partido para Micky. Un hombre, está claro, que siempre quiere alzarse como triunfador inapelable.