Toda fiesta tiene invitados indeseados. Incluso las mejores. Aquello quedó claro desde un principio anoche en el show de Bruno Mars en el Estadio Monumental de Santiago: el aguacero sobre la capital sería el comensal de piedra en un encuentro a recinto abierto que logró rozar las 48 mil personas.
De hecho, en las calles aledañas, las ventas estaban monopolizadas por las capas para guarecerse del chaparrón antes que por la habitual mercadotecnia informal consagrada a la estrella de turno. Señal inequívoca de que el clima no era de los mejores. Ya en el interior, el sector de cancha semejaba un panal adornado con los colores más diversos.
Pero la fiesta funcionó igual. Cómo si el protagonista tuviera claro que entre el frío y las nubes no había minutos que perder, a las 21 horas en punto empezó el espectáculo, con las pantallas amplificando una corona y el nombre de Bruno Mars bajo ella.
Porque el artista, compositor y bailarín estadounidense es el monarca de un reino indiscutido: el del pop retro que abraza sin complejos el más amplio legado musical afroamericano, como si se tratara de una enciclopedia de historia donde cada página vale. Un viajero en el tiempo que saquea todo lo posible para articular su propio personaje. En él está la exuberancia del funk, la sexualidad estilizada del soul, la elegancia del jazz, el filo del rock and roll, el candor del doo-wop y la vibra del hip hop.
Hay espacio para todo y así lo exhibe desde el despegue, con la performance vigorosa de 24k Magic, acompañado de otros tres bailarines que también le servirán de acompañamiento vocal durante la velada. Mars viste tonos floreados, mientras ensaya pasitos que hermanan calle y salón, esquina y videoclip, cogidos de una de sus influencias más evidentes: Michael Jackson. Aunque, claro, no es el único. Si Prince o James Brown lo observaron desde algún rincón esta noche, también podrían inflar el pecho: aquí hay un discípulo aventajado que ha acatado nuestro manual a la perfección.
Finesse y Treasure son otros ejemplos de temas hilvanados bajo el influjo de sus maestros. Cuesta encontrar rastros más distintivos en su propuesta, aunque hay un detalle singular: su carisma y el estilo más cálido que le entrega a cada una de sus composiciones. Lo que le falta en malicia -la misma que rebosaban sus mentores-, le sobra en una manera accesible de angular su estilo.
Incluso en la carnalidad contenida de Wake up in the sky, en un momento, como si quisiera susurrar al oído de los presentes, modifica las partes vocales por un chilenísimo “te quiero mucho, mijita rica”. El público, transversal, cae a sus pies.
That’s what I like, Versace in the floor y la muy prendida Runaway baby también muestran a una banda competente y efusiva, dominada por los bronces. Cómo si se tratara de una pandilla, todos bailan en el escenario y juguetean con el astro central, una sola unidad de ritmo y camaradería. Por lo demás, no había problemas en hacerlo: para el show se acondicionó un escenario especial llamado Eurotruss PR15, con una lona resistente al agua y que hacía que el piso no estuviera resbaladizo.
Mars, por su parte, también se prueba como tecladista y vocalista en un set que incluye Talking to the moon y Nothin’ on you, para después mantener la baja frecuencia en When I was your man, una de las grandes piezas de su carrera. Luego, su pianista despacha como regalo una versión para Y volveré, de Los Ángeles Negros. El cierre, por supuesto, cómo debe ser, a toda energía con Uptown Funk, a estas alturas un clásico de este siglo.
En el saldo, el estadounidense es una cría con padres lógicos y reconocibles, su impronta creativa no es revolucionaria ni inscribirá un capítulo aparte en la historia del pop reciente, pero sí es propietario de un estilo efectivo que conquista a las masas con parte de una de las mejores herencia culturales del siglo XX. Tanto que pudo encender la fiesta incluso cuando la lluvia amenazaba con comportarse como el peor de los convidados.