Invierno de 1976. Un bus enorme de la Armada colmado de pasajeros sube pesadamente rumbo a Portillo. Una banca acomoda más gente al medio de la máquina, suboficialidad y sus familias camino a conocer la nieve. Por la radio, a todo volumen, resuena Candombe para José en la versión de Illapu; un hit omnipresente y celebratorio en medio de un periodo durísimo de represión, y un brutal ajuste económico particularmente duro con los más pobres. Los marinos cantan, hacen palmas y zapatean al ritmo de El negro José, como se conocía popularmente el tema, según el colorido andino y las voces cobrizas y resplandecientes de Illapu; distinto del original de 1973 del conjunto folclórico argentino Los Tucu Tucu, compuesta por el salteño Roberto Ternán.
A los marinos, la rama instigadora del Golpe, les tiene sin cuidado corear a todo pulmón al grupo que apenas cuatro años antes había debutado en el sello Dicap de las Juventudes comunistas, en plena Unidad Popular. En cruel paradoja, el exitoso single también era entonado en los campos de concentración por los presos de la dictadura, como una manera de combatir anímicamente el horror.
El 7 de octubre de 1981 las noticias mostraban al conjunto nortino expulsado desde el aeropuerto Pudahuel, acusados de marxistas y de promover el desprestigio del régimen de Pinochet. La imagen de los músicos con sus cabelleras ensortijadas saludando a lo lejos a los pies del avión, reiteraba la barbarie del exilio a ocho años del Golpe.
El exitazo de Illapu con Candombe para José incubó una semilla que cada cierto tiempo germinaba con distintos grados de repercusión en dictadura; canciones que contenían una genética opositora o inspirada en La Nueva Canción Chilena, colando subrepticiamente en radios y televisión, como un antídoto contra el folclor patronal y un ideal patriótico chato de exaltación castrense.
Volantín de plumas de Congreso, del disco homónimo de 1977, se convirtió en el tema característico del informe del tiempo que sucedía a 60 Minutos, el sesgado noticiario de TVN. Ese mismo año el actor y folclorista Jorge Yáñez, víctima de las listas negras que no le permitían aparecer en pantalla, lanza su primer álbum ¡Y qué jue! con El gorro de lana como punta de lanza, símbolo de la música chilota.
En 1981 Congreso hizo otra finta anotando un hit con Hijo del sol luminoso, una conjugación de folclor y fusión. Patricio Manns también se coló en las radios con Llegó volando junto a Inti Illimani, del álbum Con la razón y la fuerza (1982). Hacia el final de la dictadura De Kiruza se dio el gusto de cantar Algo está pasando en Extra jóvenes de Canal 11, con directas alusiones a la CNI.
Sin querer queriendo Los Jaivas habían homenajeado a Pablo Neruda en Alturas de Machu Picchu (1981) -comunista hasta la muerte-, y luego a Violeta en Obras de Violeta Parra (1984), cuya música de eterna belleza y rebeldía había sobrevivido en actos escolares por todo Chile, siendo interpretada incluso por Gloria Simonetti con su versión de Gracias a la vida, pieza cúlmine en sus apariciones en estelares televisivos, y en el show del Festival de Viña de 1982.
Por cierto, en un rango más acotado, el Canto Nuevo tuvo su propios himnos y firmamento opositor.
La quimera de la dictadura cívico-militar del control total, fue agujereada aleatoriamente por la canción popular chilena replegada pero en conexión con distintas raíces, géneros y geografías, desde el altiplano a Chiloé, sorteando la censura para recordar y augurar otro país posible.