Antonella Estévez - ex directora de Femcine, editora de CineChile y presidenta del directorio de la Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda

Una de ficción que me gustó mucho fue 1976 (2022, disponible en Netflix), de Manuela Martelli en su debut como directora, con Aline Kuppenheim en el protagónico. Una película que, además, ganó muchos premios, pero que es muy valiosa porque pone grises en términos de la idea de los buenos y los malos, y explicitando que claramente el golpe militar tuvo un elemento de lucha de clases que innegablemente existió. También es interesante ver la representación de personas que están en la clase más acomodada, a quienes de alguna manera el golpe les dio tranquilidad, pero que también les trajo mucho temor y horror.

Es muy bonito el relato que construye Manuela Martelli de esta mujer que se va encontrando con el horror y que por razones éticas no puede ignorarlo. También está muy bien construido el ambiente de inquietud constante que se vivía en dictadura. La idea del peligro, de la violencia latente incluso para quienes parecían estar protegidos. Además, es una película muy bien hecha, muy bella en términos de su diseño de producción, de la fotografía. Y me parece que nos hace bien ver esas películas que complejizan el diálogo.

Afiche de 1976 (2022), película de Manuela Martelli

Y desde documentales hay muchas cosas muy buenas. Soy muy fan del trabajo de Las películas del pez, de Claudia Barril y Sebastián Moreno, que han hecho esta serie de películas como Habeas Corpus, La ciudad de los fotógrafos o como Guerrero. Pero probablemente mi documental favorito vinculado con la dictadura es Mi vida con Carlos (2010, no disponible en streaming), de Germán Berger-Hertz, porque el relato que él construye es uno con el que cualquier persona se puede identificar, que parte desde la pregunta de un varón que ha crecido sin padre, que se pregunta quién es él si no sabe quién es su papá. Y por supuesto que esto está cruzado con el horror de la Caravana de la Muerte, las violaciones a los derechos humanos y ese caso en particular, que además es tan emblemático.

Le da un sentido muy humano con el que cualquier persona puede empatizar. Una pérdida profunda que es tan humana. Más allá de los contextos sociales políticos, me parece que el valor de poner en el discurso el dolor de la pérdida nos permite generar esa empatía que en este momento es tan urgente.

Y el cine, dicen los que saben, es una máquina de empatía. La construcción audiovisual bien hecha hace que tú te identifiques con lo que sucede con los personajes y puedas apelar a tu emoción, más allá de los discursos, de la militancia o de las posiciones racionales. Cuando uno ve una buena historia, bien contada, puedes ponerte en el lugar de ese protagonista. En ese sentido, el cine puede ser una herramienta tremenda de diálogo social, para preguntarse qué hubiera hecho yo si hubiese estado en esa situación, cómo hubiera reaccionado, qué hubiera pasado con mi familia.

Ese es el tipo de cosas a las que el cine te puede invitar, y me parece que, en este momento de tanta exasperación y distancia, este tipo de experiencias que nos invitan a volcarnos hacia lo humano en el dolor, en la pérdida, en la incomprensión, en la violencia, es un lugar donde podemos encontrarnos. En el fondo, es algo a lo que todos estamos expuestos de una u otra manera. Y aunque uno no haya pasado por la situación específica que está contando la película, a través de la narración y la construcción audiovisual uno logra identificarse con esa experiencia. Eso enriquece la mirada del mundo y nos da herramientas para el diálogo.

Mi vida con Carlos (2010), película de Carlos Berger-Hertz

Rodrigo González - crítico en Culto, La Tercera

Es difícil no recomendar La batalla de Chile (1975 - 1976 - 1979, disponible en Ondamedia) de Patricio Guzmán. Con sus tres partes, La insurrección de la burguesía, El golpe de Estado y El poder popular. Sigue siendo el mejor y más contingente documento sobre aquel período realizado por un chileno. En particular, hay que destacar cuando Guzmán filma el clima político en las calles y en las manifestaciones, en las reuniones de sindicatos o incluso en casas de opositores al gobierno de la Unidad Popular.

Chile es visto por el lente del realizador de manera a veces cándida y a veces comprometida, pero no hay probablemente ningún plano que falte. Un buen ejercicio que se puede hacer para dimensionar la importancia de la película es imaginar que nunca existió. Es como si a la poesía chilena le faltara Mistral o Neruda. O a la historia, Mario Góngora o Gabriel Salazar. También está la serie de 9 películas que filmó la dupla de documentalistas alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann antes y después del Golpe, incluyendo sus famosos registros del bombardeo a La Moneda. A diferencia de Patricio Guzmán, ellos pudieron seguir grabando después del 11 de septiembre de 1973, aunque siempre corriendo algún tipo de peligro.

La batalla de Chile (1975), película de Patricio Guzmán

Machuca (2004, disponible en YouTube), de Andrés Wood, tiene como telón de fondo los años previos al 11 de septiembre de 1973 y el mismo golpe, moldeando toda la trama y la relación entre los personajes. La suerte del protagonista, un niño de pocos recursos que es trasladado a un prestigioso colegio del barrio alto, depende del destino político del país. Es una de las razones de la grandeza de esta película: es capaz de contar la pequeña historia del chileno común y corriente enlazándola con la historia con mayúsculas. En ese sentido, tiene algo de Adiós a los niños (1987), la hermosa cinta de Louis Malle sobre dos colegiales que corren distinta suerte después de la ocupación nazi de Francia.

Me parece que el cine es probablemente el formato más efectivo para ejercitar la memoria. En ese sentido, la unión de imagen y sonido es infalible. Es decir, basta con sólo ver los cientos de películas y documentales sobre la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto para darse cuenta que lo que la mayoría del ciudadano común y corriente sabe sobre ello es a partir de lo que les dice el cine o la televisión. Por lo mismo, es también un arma de doble filo. Es la razón por la que en Chile se siguen haciendo películas acerca de la dictadura y se seguirán haciendo. Pedir que no se hagan es tan ridículo como pedirles a los gringos que no hagan cintas sobre Vietnam o a los polacos o rumanos que no hagan obras acerca de los años en que fueron gobernados por regímenes comunistas totalitarios. La memoria está llena de traumas que alimentan las historias.

Doy dos ejemplos de grandes documentales que relatan la barbarie de distintas ideologías. The act of killing (2012) de Joshua Oppenheimer, nos relata la masacre de cerca de un millón y medio de personas acusadas de pertenecer al Partido Comunista realizada por los militares de extrema derecha en Indonesia en 1965 y 1966. El otro es The missing picture (2013), la película de Rithy Panh, sobre el genocidio llevado a cabo por el gobierno de los Khmer Rouge entre 1975 y 1979, cuando fueron asesinados entre un millón y medio y tres millones de camboyanos.

Machuca (2004), película de Andrés Wood

Alejandra Pinto - crítica en El Agente Cine

Creo que se ha hecho muy buen cine respecto al cruento golpe cívico militar chileno, que nos permite acceder a historias que no siempre tenemos cerca y que pueden ayudarnos en el camino de comprender a cabalidad los hechos ocurridos. Desde ahí, quiero destacar No olvidar (1982, disponible en Ondamedia), de Ignacio Agüero, un documental hecho el año 1982, acerca de la familia Maureira y los hallazgos de los Hornos de Lonquén, y que nos permite entender el dolor de las familias que perdieron (y en la mayoría de los casos, siguen buscando) a personas por razones políticas.

No olvidar (1982), película de Ignacio Agüero

Otra película que quiero recomendar es La frontera (1991, disponible en la web del Centro Cultural La Moneda), de Ricardo Larraín, que cuenta la historia de un profesor relegado en el sur de Chile y cómo este alejamiento se convierte en un exilio entre la vida y la muerte. Por último, el documental El pacto de Adriana (2017, disponible en Ondamedia) de Lisette Orozco, nos revela el proceso de su realizadora al conocer la historia de su tía, Adriana Rivas, quien ejerció como secretaria de Manuel Contreras, siendo parte de la DINA.

Estas películas, y todas las que se han hecho sobre el periodo de la dictadura cívico-militar, son necesarias para poder entender el pasado del país y la manera en que eso influye en nuestro presente. Más que la posibilidad de enseñar esto a quienes no lo vivieron, nos obliga a reflexionar sobre los procesos que hemos vivido, y a comprender quienes somos. La búsqueda de justicia es permanente, y el cine refleja la imagen de esto para que no lo olvidemos nunca.

El pacto de Adriana (2017), película de Lissette Orozco

Sol Márquez - crítica de cine y series en Radio Universo

En estos días es muy bueno pensar en cómo el cine y las series nos pueden ayudar a conocer un poco más de lo que ocurrió en septiembre del 73 y durante la dictadura, incluso en el momento de la transición, porque nos permite elaborar lo que pasó, conocer nuevos detalles. Y pensando en este último punto es que mi primera recomendación es el documental La batalla de Chile, la trilogía de Patricio Guzmán, porque me parece que sirve muy bien para dar cuenta y conocer el pulso del 72 y el 73.

Conocemos lo que hay en las calles, podemos ver el nivel de tensión que existía. Y eso es súper valioso para quienes no estábamos vivos en ese momento, especialmente para las nuevas generaciones que no vivieron la dictadura y tampoco la transición, y que han vivido en democracia durante toda su vida. Los enfrentamientos, la tensión de ese momento, permiten comprender e ingresar en ese período histórico. Y al mismo tiempo, las imágenes del documental son tan potentes que hasta el día de hoy hacen eco en distintas producciones tanto documentales como de ficción.

Ver La Moneda bombardeada es una de las imágenes más dolorosas de la historia de Chile. También las primeras imágenes de la junta de gobierno, con Pinochet y sus anteojos oscuros, que es algo que estamos viendo replicado por ejemplo ahora, en El Conde (2023) de Pablo Larraín. Son tres películas, pero creo que es súper importante darse el tiempo de verlas. Ayuda a entender que necesitamos conocer nuestra historia, nuestra historia audiovisual, nuestros archivos fílmicos, para pensar en construir cualquier tipo de futuro. Que espero sea un futuro que, además, esté profundamente vinculado con la protección de los derechos humanos y de la democracia.

Y de forma complementaria, Mary & Mike (2018, disponible en Chilevisión.cl) es una serie de ficción muy interesante. Fue una producción de Space con Chilevisión, creada por Esteban Larraín, y es una ficcionalización de lo que ocurrió con Michael Townley y Mariana Callejas. Es una historia que habla súper claramente de cómo la realidad puede superar a la ficción. Y sobre todo nos muestra la banalidad del mal, este término acuñado por Hannah Arendt que se refiere a cómo algunos individuos pueden actuar dentro de un sistema de reglas sin cuestionarse sus actos.

Eso se ve en la historia de Michael Townley y de Mariana Callejas, especialmente en ella. Estaban en una casa en Lo Curro, ella hacía talleres ahí, almorzaban con sus hijos mientras que, en el subterráneo, se estaba torturando y asesinando a gente. Aunque en la ficción hay algunos elementos que se van, sigue siendo un ejercicio importante en la construcción de la memoria audiovisual. Que al verlas pienses que es imposible que sea realidad, al mismo tiempo que te das cuenta, investigas, y sabes que se trata de una situación real. Es tan tremenda la historia de estos dos agentes de la Dina, responsables del asesinato del general Prats, que uno no lo puede creer. Y por eso sigue tan vigente en distintas expresiones artísticas, como la obra El Taller de Nona Fernández.

Es importante que la ficción también nos ayude a hacer reflexiones, a conocer parte de nuestra historia. Que sea una puerta de entrada a generaciones que quizás no quieren ver documentales, o a quienes no están tan interesados en ciertos formatos cinematográficos. Esta es una serie que se hizo, además, con un nivel de producción internacional, con efectos especiales súper potentes. Eso permite que este mensaje llegue a más personas y eso a mí siempre me va a parecer muy positivo.

Lo que ocurrió con Montecristo (2006), la telenovela argentina, da súper buenas pistas de cómo una ficción puede tomar hechos de la realidad para presentárselos a nuevas audiencias, o para ayudar a hacer memoria a quienes ya conocen el caso. Que una teleserie de un canal como Telefé hablara de detenidos desaparecidos y de la apropiación de menores de edad durante la dictadura argentina fue muy potente. Ahí la ficción puede ser un aporte, y Mary & Mike va en ese camino. Son varias las películas que han seguido esa línea para reflexionar sobre uno de los períodos más oscuros de nuestra historia.

Mary & Mike (2018), mini serie de Esteban Larraín

Sigue leyendo en Culto: