A diferencia de los extensos elencos de No (2012) y Neruda (2016), El Conde es una película con un número acotado de personajes (no más de diez) y casi una única locación, la añosa casa que el vampiro Augusto Pinochet (Jaime Vadell) habita junto a su esposa (Gloria Münchmeyer) en la Patagonia.
Hasta esa remota localidad llega Carmencita, una joven monja que cuenta con múltiples destrezas. A los hijos del protagonista les interesa una de sus cualidades en particular: es una habilidosa contadora que les podría ayudar a obtener el botín de dinero que su inmortal padre les ha negado durante años. Es ese mismo apetito desaforado lo que no les permite advertir que se están enfrentando a una maestra del engaño que desembarca con su propia misión.
“Fui al casting y, por el texto, intuí que el personaje era un poco especial”, indica Paula Luchsinger (Santiago, 1994), la actriz detrás de la hermana Carmen, uno de los papeles centrales del largometraje que llega este viernes 15 a Netflix (ya en cartelera de algunos cines).
En un hotel de la capital, cuenta que durante el mismo día que hizo la prueba la contactaron para revelarle que había sido seleccionada; fue recién tras recibir esa noticia que empezó a conocer más detalles sobre su rol. “Dije que sí sin saber de mi personaje, porque no tenía dudas de que quería trabajar con Pablo (Larraín) y con todo el equipo, y además con este elenco increíble”.
La intérprete ya había rodado con el director nacional en Ema (2019), la cinta filmada en Valparaíso que operó como un drama sobre la maternidad y un ejercicio de luces neón y reggaetón. Una experiencia vertiginosa, pero diferente a dar vida a la sátira sobre Pinochet.
“Estas dos películas fueron muy distintas en su metodología. En Ema, por lo menos en mis escenas, no teníamos guión. Nos mandaban las escenas el día anterior o dos días antes, y también cambiaba mucho con la improvisación. Entonces, era bastante más experimental”, detalla. En contraste, señala que en El Conde “teníamos un guión establecido que era cumplido. Evidentemente había espacio para la improvisación, pero creo que fue menor. También porque estábamos hablando de temas que habían pasado y eran muy específicos. Pero Pablo es un gran director, un muy buen guía”.
Según su perspectiva, “Carmencita es un personaje muy contradictorio que se fue develando en el proceso”. Algo que atribuye a que recibió dos versiones del texto escrito por Larraín y Guillermo Calderón –premiado este fin de semana en el Festival de Venecia con el galardón a Mejor guión–. “Ese cambio fue muy radical para mi personaje. Lo fue complejizando. Más que su arco narrativo, era la manera en que ella se expresaba. Habla de una manera muy especial. Eso me sirvió mucho para entender cómo pensaba”.
-En el Festival de Venecia Ud. se refirió a la división de la iglesia durante la dictadura. ¿Cree que Carmencita sintetiza las dos almas de la institución durante ese período?
No sé si específicamente las dos posturas de la iglesia, sino que sintetiza la contradicción entre el deber y la agenda propia. Algo que, como dije en Venecia, también pasó en la iglesia durante la dictadura. Si bien un lado de la iglesia luchó valientemente para apoyar a las víctimas, también hubo otro lado que se benefició del régimen.
-Pablo Larraín ha comentado que La pasión de Juana de Arco (1928) fue una inspiración para el personaje de la monja. ¿Cuánto hablaron sobre eso?
No hablamos de eso. Al acercarme al personaje, creo que inmediatamente pensé en Maria Falconetti en La pasión de Juana Arco. A mí me gusta entender a mi personaje con una especie de delirio místico, porque ella realmente cree mucho en Dios y realmente quiere estar cerca de él. Ahí radica su gran contradicción: por un lado es enviada por la Iglesia católica a matar a Pinochet, y ella lo quiere hacer, quiere cumplir su misión, pero por otro lado empieza a desarrollar esta agenda personal en que desea convertirse en un ser inmortal.
-¿Le ayudó llegar al rodaje de El Conde con una experiencia previa junto a Larraín?
Sí, obviamente. Trabajar con Pablo, especialmente en esta película, para mí ha sido el proceso más transformador que he tenido como actriz. Entender un personaje tan complejo, tan específico y con tantas habilidades. Tuve que tomar clases de acrobacia, clases de canto sacro, clases de francés, de latín. Incluso tuve una conversación con un exorcista.
-¿Por iniciativa de quién?
Por iniciativa mía, pero también porque queríamos armar al personaje. La producción manejó eso.
-¿Y cómo resultó?
Estuvo bien interesante. Él no quería contarme, porque yo era mujer. El sacerdote todo el rato estaba explicándome que una monja jamás haría un exorcismo, por lo que le tenía que sacar la información. Pero fue muy importante y relevante para entender la importancia de ese ritual.
-Pablo Larraín prefiere no ensayar demasiado, pero sí se acerca a cada uno de sus actores durante el rodaje. Tras trabajar en dos películas con él, ¿cómo describiría su método?
Yo a veces siento que filmar con Pablo es como jugar al tesoro escondido.
-¿Por qué?
Porque –y hablo personalmente– uno a veces está muy perdida, no sabe muy bien qué hacer. Hay procesos actorales en que uno está muy en control de las cosas. Yo creo que con Pablo hay que soltar el control. De repente él te va dando estas guías, que son como pistas, que te van encauzando. Y al final uno encuentra un tesoro maravilloso que ni siquiera pensó que era posible. Entonces, sí, creo que hay que entregarse.
-¿Esas pistas son entregadas por escena?
Por momentos, por escenas, por conversaciones. Él trabaja mucho con la emocionalidad, por lo que hay escenas que uno las repite en distintas emociones. Eso también te va dando una idea del rango emocional que tiene el personaje.
-¿Y cuál es el rango emocional de Carmencita?
Raya en la locura. Creo que está siempre al borde. De repente tiene estados muy delirantes, muy arriba, con risa. Y de repente también tiene estados emocionales muy internos, muy dolorosos.
-El personaje de Marcelo Alonso en El club (2015) también era un enviado de la Iglesia católica. Tal como Ud. en El Conde, tiene varias escenas de interrogatorios. ¿Conversaron sobre ese recurso?
No sé si hablamos en específico de eso, pero evidentemente he visto las películas de Pablo y me gustan mucho. Creo que Marcelo Alonso en El club, al igual que Carmencita en esta película, es un instrumento para mostrar la verdad. En el caso de Carmencita, a través de estas entrevistas se expone información real. También me gusta entender a mi personaje como un instrumento para develar la verdad.
-¿Diría que en el Festival de Venecia la recepción a la película fue calurosa? ¿O también generó perplejidad?
Creo que la gente estaba perpleja, pero que fue una muy buena recepción. Mundialmente Pinochet es una persona que está castigada; siento que en Chile todavía hay gente que sigue defendiéndolo, y eso es muy peligroso. Más allá de la ideología política de las personas, creo que es una película que nos habla de lo que pasó. Ojalá el arte pueda iluminar esas conversaciones.
-¿Qué tipo de debate cree que pueda generar El Conde en Chile, en medio de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado?
Personalmente, creo que es una película muy necesaria, en especial en la conmemoración de los 50 años del golpe. Desafortunadamente, en nuestro país hay un resurgimiento de la extrema derecha, y creo que esta película es necesaria, porque denuncia el horror que fue la dictadura y el horror de lo que hizo Pinochet. Creo que tenemos que estar muy conscientes de eso, para que nunca más vuelva a pasar. Y, bueno, creo que va a ser una película polémica: hay gente a la que le va a gustar mucho y gente que la va a odiar. Pero pienso que el mayor logro que puede generar el arte es hacernos reflexionar, hacernos pensar, hacernos conversar. Sin duda esta película va a hacer eso.