Fue en 1819 cuando la inglesa Mary Wollstonecraft Shelley se lanzó a la aventura de su segunda novela, la sucesora de su eterna Frankenstein o el moderno Prometeo. Sumida en la tristeza tras el fallecimiento de dos de sus hijos pequeños, Clara y William, de uno y tres años respectivamente, encontró en la escritura un motor para seguir sobreviviendo.

Considerada como una de las precursoras de la llamada Novela Gótica -junto a su esposo, el también escritor Percy Shelley u otros como Lord Byron o Bram Stoker-, Mary Shelley dio vida a una de sus novelas más intensas. En sus páginas, una mujer en su lecho de muerte va narrando su vida como si estuviese escribiendo una carta. Sin tapujos trata dos temáticas siempre complejas: el incesto y el suicidio. Así publicó Mathilda, la cual se transformó en su segunda novela más icónica.

Hoy, una nueva traducción de Mathilda se encuentra disponible en nuestro país. La casa independiente Neón Ediciones la acaba de publicar con una traducción hecha por la escritora nacional María Mazzochi. Por cierto, una tendencia en boga en el mundo editorial chileno, que ya ha visto emerger traducciones locales de importantes autoras y autores del mundo, como Allen Ginsberg, William Burroughs, Annie Ernaux, Anne Carson o George Oppen.

“Soy admiradora de la obra de Shelley; su prosa, la gravedad de los temas que toca en sus obras; hay un ‘halo’ existencial que cruza toda su escritura -comenta a Culto la editora del volumen, la escritora María Paz Rodríguez-. Asumo, literatura y vida se van de la mano en su caso, y eso le da un tono ominoso y muy visceral a aquello que escribe”.

“Mathilda es una novela que se estructura como el soliloquio de una mujer frente a la muerte; una muerte deseada. Mathilda, su protagonista, vivía una vida de privilegios en la cual el único destino posible para una mujer como ella, era el matrimonio. Tras descubrir un secreto donde se cruza la figura de lo incestuoso con el abandono perpetuo del amor, decide retirarse a un páramo en total soledad. La mujer se irá apagando lentamente pero en su monólogo, nos irá relatando su desdicha, hasta lograr belleza en ‘eso’ que es triste”.

La escritora y editora María Paz Rodríguez.

Para Rodríguez, Mathilda es tremendamente rupturista, y eso le costó permanecer inédita hasta más de un siglo después. “Ya el hecho de haber sido escrito por Mary Shelley tras la muerte de sus hijas y en el total abandono de la vida, la autora dejará un manifiesto sobre las posibilidades del arte como registro y redención. Además del tema del que nos va haciendo parte, la hace polémica, tanto así que aunque Mathilda fue escrita en 1819, fue publicada 140 años después”.

La traducción fue posible porque Mazzochi acercó el proyecto a la casa editora. “Ella me contó que estaba traduciendo este libro y de inmediato me interesó -cuenta Rodríguez-. El trabajo que hizo María Mazzocchi es impecable; cuando leí el primer borrador quedé tan impresionada de cómo logró reinterpretar el lenguaje a la perfección, y rearticular del inglés al español, sin perder su cadencia y estética. Además este no un inglés cualquiera, Mathilda es una novela del siglo XIX, entonces creo, se le nota el oficio de escritora”.

Traducir un clásico

Al leer Mathilda, el lector puede percibir un tipo de escritura que no se encuentra ni en el siglo XX ni en el XXI. Es casi una obra de teatro, puesto que en los diálogos cada personaje interviene de manera larguísima antes de que hable otro. Pero el mérito es que mantiene constantemente la atención del lector.

Consultada por Culto, la traductora María Mazzochi comenta cómo fue el trabajo de llevar esta novela del inglés al castellano. “Fue un proceso que se extendió poco más de un año, acompañado de lecturas, biografías e investigación que en suma permitieron una inmersión no sólo en la época sino en la estética de la escritura. Después del primer borrador, fui cotejando con una traducción española, para ver cómo el traductor había resuelto las partes que me resultaron más ripiosas y, finalmente, hice varias revisiones para unificar el estilo”.

La escritora y traductora nacional, María Mazzochi.

“Ocurre que la primera parte de la traducción suele quedar un paso más atrás que la última, porque naturalmente cuando comienzas a traducir no estás familiarizado con la escritura. A medida que pasa el tiempo, de tanto ensayar, una mente ajena comienza a mediar tu relación con las palabras, y esa especie de conciencia nueva debe volver al inicio, cuando se avanzaba a tientas a través de las pantanosas líneas de un inglés antiguo”.

¿Qué fue lo más complejo de la traducción? Mazzochi contesta: “Lograr un texto fiel (o lo más fiel posible) al estilo de la autora, pese a las redundancias y a la sobreadjetivación, donde los sentimientos de tristeza o de exaltación, por ejemplo, se reiteran con un dramatismo que puede resultar algo cursi o poco creíble. La aproximación del traductor tendría que ser lo más abierta y empática posible, para evitar correcciones o simplificar devaneos que allanen la lectura. Toda traducción será la interpretación y reescritura de un texto, es imposible eludir esta condición limitante que implica el oficio, sin embargo, hay traducciones que son más literales y otras que son más libres, y también hay lectores que preferirán una en lugar de otra”.

“Me enmarco dentro del primer grupo, porque considero que además del contenido, la estética es fundamental para reconstruir un texto en una lengua distinta de la que originalmente fue concebido. Ese es uno de los principales desafíos del traductor, tratar de entender la sintaxis o el sello de agua del autor, y respetarla con sus propios énfasis y singularidades. No da lo mismo escribir un párrafo completo con un par de comas, que utilizar puntos para separar las ideas. Puede que el segundo caso facilite la lectura, pero hay algo de la potencia original del libro que se pierde”.

Mazzochi también reflexiona sobre cómo caracterizar la escritura de Shelley. “Es la digestión de una biblioteca impensada para una mujer de la época, expuesta a experiencias igualmente impensadas para una mujer de cualquier época. El caso de Mathilda es interesante porque la nouvelle fue escrita como catarsis tras la muerte de su hija. La autora construye una voz narrativa que se articula en forma de una larga epístola. La carta, por sus posibilidades expresivas, ofrece intimidad, tiene la particularidad de hablar sin tapujos sobre lo que sea, incluyendo el incesto y el suicidio. Así, el lector queda atrapado desde las primeras líneas ante la promesa de algo inconfesable que está a punto de ser revelado. Dirigida exclusivamente a un destinatario, la carta nos lleva a preguntarnos: ¿qué ha ocurrido, qué cosa tan grave pudo haberle pasado a esta joven para llegar al extremo de la agonía?”.

Mathilda se puede encontrar directamente en la web de Neón Ediciones.

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