No era la primera vez que Violeta Parra intentaba acabar con su vida. De hecho, ese verano de 1967 transitó frecuentemente entre la angustia y el tormento.

“En una recurrió a barbitúricos y en otra se cortó las venas. Salvada penosamente, dijo después que había sido el resultado de accidentes; empero, insistía en su propósito de eliminarse”, detalló con dramatismo por esos días La Tercera.

En enero de 1967, un mes antes del desenlace fatal, el músico uruguayo Alberto Zapicán –su última pareja y quien vivía junto a ella en ese tiempo- la encontró en su habitación de La Carpa de La Reina tendida boca abajo, arrojada sobre una cama y con cortes autoinflingidos en los brazos. De hecho, debió destruir la puerta a los golpes para poder ingresar.

Ahí, cuando vio la escena, tomó un par de vendas y le hizo unos nudos para contener la sangre y las heridas. Le había salvado la vida.

Pero el domingo 5 de febrero de ese mismo año, todo fue distinto. Violeta Parra se levantó en la mañana a desayunar, bebió un té y luego se encerró en su pieza. Nadie se atrevía a hablarle. En la carpa también estaban presente el propio Zapicán y su hija menor, Carmen Luisa Arce Parra.

La autora seguía golpeada desde hace meses por el fin de su relación con el antropólogo suizo Gilbert Favre, quien había partido a Bolivia, sepultando el vínculo sentimental más trascendente de su existencia.

Durante la mañana, aislada del mundo, Violeta escuchó Río Manzanares, una canción venezolana grabada por Ángel e Isabel. “Mi madre es la única estrella/ que alumbra mi provenir/ y si se llega a morir/ al cielo me voy con ella”, dice parte de la letra.

Tras el almuerzo, volvió a recluirse. Esta vez escribió sin parar. Bebió vino y hacia la cinco de la tarde salió de su habitación. Increpó a Zapicán por todos los problemas entre ellos: las discusiones eran una constante con el uruguayo y ese día no hubo ninguna clase de bandera blanca. Tras ello, regresó a su pieza, tomó el revolver brasileño que guardaba en un cajón y se disparó en la sien derecha. Faltaba un cuarto de hora para las seis de la tarde. Tenía 49 años.

“El cadáver de la artista, fundadora de un núcleo que ha alcanzado nombradía internacional, fue descubierto por su compañero, el cantante uruguayo Alberto Jiménez Andrade [el nombre real de Zapicán] y su pequeña hija de 12 años, Carmen Luisa”, informó La Tercera.

Zapicán nuevamente debió derribar la puerta a los patadones, pero ahora el cuadro era irremediable. La mayor artista surgida en el país había partido para siempre.

A la distancia

Su hija mayor, Isabel, no estaba con ella. Por tratarse del período estival, estaba veraneando en Horcón. Por lo demás, hace un tiempo que había dejado de vivir con la autora de Gracias a la vida.

“El día que mi mamá… ese domingo. Estaba de vacaciones, un domingo, en la casa de unos amigos. Me acuerdo que no almorcé. Estaban conversando, me empiezo a sentir mal y llega la noche y yo le pido al Tito (NdeR: el cantautor Tito Rojas) que nos vamos”, cuenta Isabel Parra en el destacado documental En septiembre canta el gallo, de Nano Stern y Luis Briceño, estrenado la semana pasada en el teatro Nescafé de las Artes y que aborda el febril período de la música local entre los años 60 y los 70, con especial foco en la Nueva Canción Chilena.

Luego sigue: “Yo el lunes, voy a buscar la leche que nos vendía la señora Carmen. Y llego donde ella y tenía una cara que ni te cuento”.

Isabel Parra Archivo Histórico / Cedoc Copesa

" ‘Vengo a buscar la leche señora Carmen’ (le digo). Y me dice: ‘¿usted no sabe lo que pasó con su mamá?’”.

En el registro, Isabel Parra se emociona y abre las manos en clara señal de que quiere dejar hasta ese punto el relato.

El lunes 6 de febrero de 1967, la artista fue velada en su misma carpa en La Reina. La prensa de la época aseguró que la primera ofrenda floral fue de Gabriela Pizarro, folclorista que dirigía al conjunto Millaray, quien se formó junto a Violeta. También se presentó el alcalde de La Reina, Fernando Castillo Velasco, para entregar sus condolencias. Los hijos, Ángel e Isabel, llegaron precisamente desde el litoral central.

La Tercera estuvo presente en el lugar. “En un rincón, entre un montón de sillas, un arpa. En el escenario, entre coronas, un yugo. Desde la madrugada comenzó a desfilar la gente. Antes de irse al trabajo, los vecinos. Cerca del mediodía la gente que la admiró y que muchas veces escuchó sus canciones mientras se comía una empanada y empinaba un vaso de vino, bajo esa misma carpa, que fue residencia de la folclorista en los últimos años de su vida y que le recibía ahora, en la muerte. En la tarde los artistas, amigos de ella o de sus hijos, que con la cabeza gacha reciben las condolencias”.

Violeta Parra fue sepultada en el Cementerio General el martes 7 de febrero. El féretro dejó la carpa de La Reina a las once de la mañana. Una multitud de personas y una larga caravana de vehículos siguió al cortejo. Incluso hubo homenaje de las pergoleras.

“Una clarinada larga y triste llamando al silencio, acalló los sollozos de los familiares de Violeta Parra y aumentó la consternación en los rostros serios de sus amigos y admiradores -detalla la crónica de La Tercera-. El ataúd con los restos de la extraordinaria folclorista se perdió lentamente, tragado por la boca negra de un nicho en la Galeria 31 del Cementerio General”.

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