Antes de Augusto Pinochet, existió Claude Pinoche. Y antes del golpe de Estado de 1973, existió la Revolución Francesa. El vampiro que protagoniza El Conde viene alimentándose de sangre y corazones humanos desde hace 250 años, una particularidad que el largometraje más reciente de Pablo Larraín sintetiza en los primeros minutos de película (disponible en Netflix y algunos cines).
En la Francia de fines del siglo XVIII, a las puertas de la caída de la monarquía, Pinoche es un joven que creció en un orfanato e integra las filas del ejército del rey Luis VI. En una de sus tantas noches de borrachera el soldado muerde en el cuello a una prostituta, quedando al descubierto su naturaleza de chupasangre.
Mientras está moreteado y amarrado en una cama, pronuncia –en francés– la misma respuesta que Pinochet le entregó en 2005 al juez Víctor Montiglio tras ser interrogado por su responsabilidad como jefe directo de la DINA: “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo”.
Esa es la antesala a que ataque brutalmente a las mujeres y al cura que intentan detenerlo, y a que sea testigo de la ejecución de María Antonieta en la guillotina. Es el despertar de un ser que aprovechará su inmortalidad para combatir a todas las revoluciones del mundo, ejerciendo como “un eterno súbdito de su rey decapitado” –como advierte la narradora–, hasta adoptar su identidad definitiva en Chile.
Larraín necesitaba a un talento joven para encarnar ese pasaje de su nuevo filme, un ejercicio en blanco y negro donde apela a la sátira y a la farsa política para aproximarse a la figura del dictador. Esa búsqueda encontró a su elegido en Clemente Rodríguez, actor que habla francés con fluidez porque vivió entre los dos y los diez años en ese país.
“Toda la vida estudié la historia de la Revolución Francesa. Varias veces me tocó hacer trabajos sobre el día de 1793 en que decapitaron a María Antonieta, por lo que fue loquísimo ver en la realidad lo que había estudiado durante toda mi escolaridad”, explica el intérprete a Culto, quien tomó sus primeros cursos de actuación cuando era niño y residía en el extranjero junto a su familia.
Conocido por su trabajo en las dos temporadas de La jauría y en las teleseries de Mega Pobre novio y 100 días para enamorarse, Rodríguez se vio enfrentado a cambiar su apariencia habitual cuando la producción de El Conde le pidió que se dejara crecer el pelo y la barba. Una solicitud que aceptó sin quejas, porque se declara admirador de estrellas como Christian Bale, acostumbrados a las transformaciones físicas.
Pero, al mismo tiempo, Claude Pinoche es una invención del director, por lo que podía lucir como él y su equipo desearan. “No es un documental. No es interpretar a Pinochet, y además en mi caso el personaje se llama distinto. Es un ser inspirado en el personaje histórico, pero en la versión de Pablo Larraín”, apunta. “Mi parte es la más sangrienta y pulsional, y viene a metaforizar lo que quiere contar la película”.
La secuencia en la que Pinoche saca su lado más feroz fue su primera jornada de filmaciones y requirió un trabajo particular desde diferentes áreas, partiendo por el uso de un líquido azul que funcionaba como sustituto de la sangre roja, debido a que el largometraje se rodó en blanco y negro.
“Físicamente, se ve mucho más grande que yo en la vida real. Se jugó mucho con el vestuario, los movimientos de cámara y los planos, con lo que se enfatizaba lo todopoderoso y monstruoso del personaje”, detalla.
“Yo tenía en mente que era un personaje muy solitario, que no entendía bien quién era ni qué era lo que le pasaba”, indica el actor, añadiendo que valoró haber accedido a la totalidad del guión escrito por Larraín y Guillermo Calderón, que en su sección final despeja las dudas sobre el origen de Pinoche.
Rodríguez se encontró con Jaime Vadell en la previa al inicio del rodaje, donde aprovecharon de hablar de las escenas del otro. “Es un tremendo actor. Lo hace increíble, con gran naturalidad”, apunta sobre quien fuera su compañero de elenco en la teleserie Casa de muñecos. “Comentamos algunas escenas mías, porque era muy entretenido y una gran responsabilidad grabar esas escenas tan locas, y lo mismo le comenté yo”. También coincidió fugazmente con Antonia Zegers, quien dio vida a su mamá en La jauría, aunque “esta vez yo fui su padre”.
El intérprete reflexiona en torno al desenlace de El Conde, en que se plantea un reinicio de la vida del protagonista y la plena continuidad de todo lo que representa. “Es muy fuerte la idea de que esto podría volver a pasar, porque el monstruo es invencible y sigue existiendo. Metafóricamente, que Pinochet se haya comido todos los corazones de Chile es una imagen muy potente y coherente con lo que ocurrió”.
Tras finalizar su primer año en Teatro en la Universidad Católica, decidió congelar la carrera y hoy tiene como prioridad partir a estudiar a Francia. “Siempre he querido volver y ahora quiero lograrlo lo antes posible. Tengo muchas ganas de vivir una experiencia universitaria en otro país”, cuenta. “Podría devolverme antes de terminar o quedarme allá para siempre. Estoy abierto a todo”.