Columna de Rodrigo González: Cortometrajes de Pedro Almodóvar y Wes Anderson: de lo bueno, poco
Larga vida a las historias cortas: aquí, dos buenos ejemplos en manos de emblemáticos directores.
Cuando muchos grandes cineastas parecen haber perdido el sentido de las proporciones y sólo hacen películas de más de dos horas de duración, aparecen dos cortometrajes de Pedro Almodóvar y Wes Anderson que funcionan como modelos de disciplina narrativa. A uno le funciona más que al otro, hay que decirlo. Los dos, a cambio, saben desplegar su inconfundible paleta cromática en no más de 30 o 40 minutos.
Vamos por partes. La película Extraña forma de vida, de Almodóvar, nació a partir de una propuesta de la casa de modas Yves Saint Laurent y eso se nota: el diseñador de vestuario del filme es el director creativo de la compañía. Esto no es ningún pecado en la medida que buena parte de la propuesta almodovariana ha sido su estética, sus colores, la manera en que sus hombres y mujeres se ven. En Almodóvar, la superficie es la profundidad, algo que ya hacía su admirado cineasta Douglas Sirk en soberbios dramones como Palabras al viento (1956).
Pero este filme no es un melodrama, sino que un western. Y la chaqueta verde que usa Pedro Pascal al inicio de la historia es supuestamente un homenaje a la de James Stewart en Bend of the river (1952). Así lo ha proclamado la producción de la película al menos. Pascal es Silva, un cowboy que retorna a un pueblito donde el sheriff es Jeff (Ethan Hawke), amigo al que no ve hace 25 años. Ambos ya no son lo que eran, aunque Silva sí añora algo de los buenos viejos tiempos. En particular extraña esa relación de amor que por dos meses explotó entre ambos, en el fragor de la juventud.
El gran problema de este mediometraje de 31 minutos es que es sólo el tercio de una película mayor. La historia daba para más y uno se queda con la sensación de que al realizador le cortaron las alas en el momento en que todo agarraba vuelo. Es injusto y hasta se podría pensar en un esfuerzo de oración mental colectiva para que Saint Laurent ponga el resto del dinero y Almodóvar se digne escribir lo que podría haber sido un drama fatal en el Viejo Oeste. Por ahora queda contentarse con ver la cinta en salas y desde el 20 de octubre en la plataforma Mubi.
El que no tiene problemas para concentrarse es el señor Imdad Khan (Ben Kingsley), un bienaventurado artista circense indio capaz de ver sin usar sus ojos y sólo a punta de meditación y voluntad. Khan logra, por ejemplo, ver y moverse por el mundo con los ojos vendados. De sus fantásticas hazañas se entera el ambicioso e individualista multimillonario inglés Henry Sugar (Benedict Cumberbatch), quien le da nombre a La maravillosa historia de Henry Sugar, el primero de los cuatro cortometrajes que Wes Anderson hizo para Netflix, basándose en cuentos del escritor británico Roald Dahl. Los otros son El cisne (estrenado el 28 de septiembre), El desratizador (estrenado el 29) y Veneno (estreno el 30).
La maravillosa historia de Henry Sugar, de 39 minutos, es el más largo de todos y al parecer el más ambicioso en su producción. Los otros duran 17 minutos, pero su calidad es difícilmente inferior. En el caso de El cisne, por ejemplo, nos encontramos ante un trabajo de extraña solemnidad, una auténtica pesadilla vestida de memorias sobre el bullying infantil protagonizada por Rupert Friend. El desratizador, en cambio, es otra cosa. Es casi un retrato costumbrista y algo humorístico de tipos humanos desconcertantes y ridículos. Aquí Ralph Fiennes se luce como pocos en el rol que le da nombre al cortometraje.
Larga vida a las historias cortas.
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