Los recientes años de U2 no habían sido particularmente brillantes. Menos para un grupo habituado por décadas a marcar tendencias, abrir nuevas rutas de acceso para el pop y la música en vivo y, en síntesis, ser considerados el conjunto más grande del planeta.
“U2 decepciona: cómo sepultar el rock de una banda”, fue el titular con que el crítico de Culto, Marcelo Contreras, reseñó uno de sus últimos intentos por inscribir trascendencia: el documental A Sort of homecoming (Disney+), donde junto a David Letterman recorrían Dublín parea rastrear la cuna del cuarteto. “Una hora y 24 minutos de oficialidad, formalidad y humor blanco. De rock, nada”, completaba el artículo para subrayar el carácter frío, epidérmico y condescendiente del registro.
Casi en paralelo, tampoco hubo muchos aplausos para Songs of surrender (2023), su más reciente disco, una colección de 40 versiones de sus más grandes himnos, pero despojadas de la electricidad original, envueltos en murmullos acústicos que finalmente las volvieron deslavadas, taciturnas, insustanciales.
“La inestabilidad conceptual del disco es un problema menor al lado de su dificultad para manejarlo, al menos si intentas escucharlo de una sola vez. Dados los parámetros sonoros autoimpuestos del álbum (principalmente lavados de piano, guitarra y sintetizador; poco en cuanto a batería), cuesta mantener la atención sobre él”, fueron las palabras de Alexis Petridis en The Guardian.
A todo ello se sumaban una serie de álbumes poco arriesgados desde lo creativo y algo torpes desde lo estratégico: es probable que los irlandeses aún lamenten aquel lanzamiento de Songs of Innocence (2014), cuando apareció de manera gratuita y sorpresiva en las bibliotecas de iTunes de 500 millones de usuarios.
“Si nadie lo pidió, ¿por qué tengo que escucharlo”, parecía ser la queja que se multiplicó en esa oportunidad por redes sociales, junto a músicos como Patrick Carney (Black Keys), Nick Mason (Pink Floyd) y Keith Nelson (Buckcherry) que recalcaban que entregar música a cambio de nada establecía un mal antecedente. “Sólo si eres millonario lo puedes hacer”, apuntaban sus colegas detractores.
Chris Richards de The Washington Post calificó el lanzamiento como “spam distópico”, mientras que la publicación online Slate publicó que era “extremadamente inquietante” que “el consentimiento y el interés ya no sean un requisito para poseer un álbum, solo una prerrogativa corporativa”.
Al parecer, U2 había perdido combustible y alcanzaba la adultez como un pálido remedo de sus mejores días.
La revancha
Pero Bono y compañía siempre tuvieron un solo destino y no estaban dispuesto a sepultarlo: eternizarse como el grupo mayúsculo de nuestros tiempos. Nadie en los 80 tenía en el blanco tanta magnificencia.
El actual espectáculo Live at The Sphere en Las Vegas –iniciado el pasado viernes 29- los ha devuelto a un nivel de protagonismo global que el conjunto no disfrutaba en más de una década. Precisamente su último gran minuto de oro fue el tour U2 360°, con un escenario en forma de garra situado en la mitad de los estadios y que permitía verlos desde cualquier rincón (pasaron por Santiago en 2011). Desde ahí, tal modalidad fue replicada hasta la saciedad por los nombres más diversos. Pero luego, vino el cuasi descarrilamiento, amortiguado por la resurrección de The Joshua Tree (1987) en vivo en 2017, pero bajo las sospechas de una institución atrapada en su memoria más que arrojada al futuro.
Hoy U2 ha vuelto a desatar aplausos en gran parte de los medios europeos y estadounidenses gracias a su residencia en la ciudad del pecado, con 25 shows estimados hasta diciembre, cobijados un domo bautizado precisamente como “la esfera”, una monstruosidad estructural que encandila y que los devuelve también al podio en el uso de la tecnología al servicio de la música en vivo.
Un arena con una capacidad que oscila entre 17 mil 600 y 20 mil espectadores, atiborrada de 580.000 pies cuadrados de LED tanto en el interior como en el exterior –con imágenes que se pueden ver desde un avión y que van cambiando- y que se consolida como la más grande del mundo a un costo de dos mil 300 millones de dólares. Para tener una noción de sus dimensiones: la estatua de la libertad, de 93 metros, cabe completa en su interior.
“El espectáculo de poco más de dos horas marca la apoteosis del espíritu de ‘cuanto más grande, mejor’ que ha ocurrido regularmente a lo largo de la carrera de la banda, y al que no están dispuestos a renunciar ahora que tienen 60 años por ningún motivo. Aquí no hay falsa modestia. El grupo que ha pasado gran parte de su producción discográfica instándote a pensar en Dios, y en otros asuntos un poco menos importantes, está en Sin City principalmente para hacerte decir: ‘Oh, Dios mío’. Y podemos dar fe de que estábamos escuchando esa expresión, de personas arriba, abajo y alrededor de nosotros, en una especie de efecto cuadrofónico”, escribió Variety acerca del espectáculo.
“U2 nunca ha sido una banda conocida por su amor a la modestia, pero incluso para sus estándares, su llegada a Las Vegas representa un grado de grandiosidad hasta ahora inimaginable”, calificó por su lado The Guardian (le entregó cinco estrellas).
“A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, ninguna banda jugó más con la estética de la grandiosidad que U2, y ninguna banda hizo de una filosofía de comunicación futurista tan central en su presentación visual. Así que la elección de U2 para mostrar de lo que Sphere era capaz tenía sentido: una banda mesiánica para un lugar mesiánico”, resalta The New York Times.
Eso sí, las reseñas puntualizan un matiz: dentro de tanto gigantismo tecnológico, ¿dónde queda la banda? ¿Importa la música o es sólo acompañamiento?
Petridis, de The Guardian, dice que U2 aplica una táctica inteligente: la selección de canciones. Toca por completo su obra maestra Achtung baby (en diferentes sets), lo que permite que la atención también esté puesta sobre lo que pasa en el escenario.
Jon Caramanica, del New York Times, es algo más crítico. “Una banda que no teme a la pompa y el espectáculo, a veces se vio superada en pompa y espectáculo”, encabeza su nota, para después profundizar: “A pesar de la ambición visual que exige el espacio, poca de esa carga recae sobre la propia banda, que se limita en gran medida al tamaño de escenario que uno podría encontrar en cualquier teatro regional de todo el país (aumentado por una estructura de tocadiscos inspirada en Brian Eno, aunque no se usó de manera muy efectiva). Es una configuración extrañamente vulnerable y poco elegante para lo que es esencialmente un concierto para una banda todavía anhelada. ¿Era este un espectáculo grande o pequeño? ¿Estaba vendiendo intimidad o grandeza? ¿Fue extraordinariamente mundano o mundanamente extraordinario?”.
La voz de los devotos
Por su lado, los seguidores también se declaran exultantes. Rodrigo Masferrer, parte del equipo de administración de www.u2chile.net e histórico conocedor de la agrupación en el país, asegura: “Según los noticiarios de Estados Unidos y Europa, esto fue volver a estar en la primera línea de todo. Esto marca el inicio a una nueva forma de presentar espectáculos, ya sea musicales o de otro orden artístico. Los 19 mil que fueron estos días, veían y escuchaban de una forma como nunca antes se había planteado”.
Verónica Poblete, también seguidora de los hombres de One y que en diciembre verá cinco de sus conciertos en Las Vegas, adhiere: “Siempre U2 ha estado a la vanguardia. Siempre han liderado ese aspecto, con espectáculos que en los últimos años han mostrado su gran potencial. Ahora, respecto a los discos, los últimos se han sentido un poco más flojos, pero más que todo porque han tratado de llegar a otro público o a otras plataformas, como lo que pasó con Apple, que no resultó bien. Por ir probando otras vanguardias, no siempre funciona, porque son los primeros que hacen algo. Los dos últimos álbumes están basados en la evolución de ellos como personas, pero costaba un poco más digerirlos y encontrarles la gracia. Para una persona que no es fan, quizás el disco no le va a llegar tan fácilmente”.
“Creo que con este show no es tanto que recuperen el protagonismo, porque creo que desde lo tecnológico no lo han perdido, pero sí dan un salto muy grande, porque nadie ha tocado en algo así. Este arena no fue diseñado sólo para ellos, pero sí han integrado cosas típicas de U2, como el escenario en forma de tocadiscos. Las pantallas también son impresionantes, aunque aprovechadas en un par de canciones al inicio y al final, pero hay un par de temas donde no se aprovecha mucho. Son en general para mostrar imágenes: desierto, ciudad o mariposas”.
José Miguel “Pepo” Velasco, chileno presente en los dos primeros recitales en Las Vegas y que contará sus vivencias a través del podcast U2 Chile: el podcast, detalla: “Es muy impresionante todo. Llegando desde el avión, uno ve la esfera gigante que ilumina todo y que proyecta muchas cosas. Estando cerca, es más increíble, es un anfiteatro, es como si la Quinta Vergara estuviera cerca del público. La parte visual es demoledora, es una imagen tras otra, y de hecho mucho del comentario del público fue que las pantallas se usan poco. Hay una parte del Achtung baby donde se ocupa poco y nada, se esperaba más. Pero es impactante la definición y la resolución. En The Fly es increíble, es una pantalla 16K, lo sientes muy encima. El sonido es impecable”.
Según los seguidores nacionales, hasta ahora, de los 25 espectáculos, hay 23 donde irán chilenos. Presentes en una experiencia que se perfila de leyenda.