El último paso de Jorge Drexler por Chile con el show más grande de su carrera
El pasado fin de semana, el uruguayo repletó el Movistar Arena, confirmando además que se trata de uno de los cantautores más inventivos y dotados de la actualidad en la escena hispanohablante.
Aparece bajo las luces vestido de blanco, mira al público, se inclina y le da un beso al piso del escenario del Movistar Arena, rendido completamente a su figura: esa fue la primera secuencia de Jorge Drexler el pasado sábado 30 en el recinto del Parque O’Higgins, en lo que él mismo calificó como el show más masivo de su carrera.
Por tanto, los motivos para besar y agradecer sobraban: fue algo así como la coronación de un largo y estrecho vínculo con el público chileno, cimentado durante casi dos décadas, partiendo en restaurantes y clubes minúsculos, y rematando ante más de 12 mil fieles que premiaron una de las carreras más inquietas y sobresalientes de la música latina actual.
Porque el autor uruguayo es eso: un creador que bajo distintos lenguajes ha diseñado una obra distintiva -en su paleta caben desde ranchera hasta hip hop-, tan masiva como abrazada por la crítica, dotada de poesía inventiva y de olfato melódico, con presencia tanto en los Oscar como en los Grammy Latinos. Tinta y tiempo (2022) es su último episodio, precisamente la pieza que desplegó en grande en su noche santiaguina.
De hecho, la velada despegó con el tema que abre el trabajo, El plan maestro, el relato de cómo en la era del Mesoproterozoico dos células se fundieron por primera vez en el amor y el sexo, y lo iniciaron todo. Sólo Drexler, con su bagaje en la medicina, podía ser capaz de algo así.
Luego siguieron Deseo, Transporte, Cinturón blanco y Corazón impar, track que, según presentó el músico, alude a la renuncia de aquella idea romántica de la búsqueda de la media naranja. “Nosotros ya somos una naranja completa, ya venimos complementados”, teorizó.
¡Oh, algoritmo!, también de su última entrega, fue introducida como una composición irónica, algo extraño para él, en un recurso no habitual en su cancionero y en su rúbrica. Sin embargo, el tema sirvió para comulgar con el público y para lanzar un afilado chiste sobre como hoy las plataformas de tecnología van modelando nuestros gustos.
También apareció una melodía recóndita: 730 días, pedida por un fan con un cartel, parte del lejano disco Vaivén (1996), cuando aún era un nombre casi anónimo para la escena hispanohablante.
Después, turno para los éxitos, como Guitarra y vos, Todo se transforma y Amor al arte. Drexler culminaba así una noche redonda. Un minuto de gloria en su relación con Chile. Y un capítulo escrito con mayúsculas en su propia trayectoria.
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