Columna de opinión: el oído zen de Carlos Fonseca

Carlos Fonseca y Los Prisioneros
Carlos Fonseca y Los Prisioneros (Foto: Mireya Seguel B.)

"Chile fue ingrato con Carlos Fonseca. Donde estaba Fusión, su pionera tienda de discos, clave para que una ciudad apagada como Santiago en los ochenta pudiera conectarse con lo que pasaba afuera, no hay una placa, sino una tienda de ropa equis", escribe el mánager Diego S. Porzio sobre todas las lecciones que aprendió de Carlos Fonseca.


Recibí la citación de Carlos Fonseca para reunirnos cerca de su casa en un Dunkin’ Donuts. Me decepcioné: le dije que lo invitaría a comer pero él prefirió quedarse ahí. Pedí un café aguado que me quemó la lengua. Al poco rato llegó Carlos y nos sentamos en una solitaria mesa junto al baño.

Fonseca no tenía idea de por qué le había escrito. Yo comenzaría a trabajar con Francisca Valenzuela y tenía miedo: venía de la improvisada escena independiente y ahora me enfrentaría a la rigurosidad de una artista masiva e internacional. Necesitaba perspectiva y pensé que Carlos podría dármela.

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“¿Te compraste el café acá? Es muy malo”, me dijo, mientras bebía desde una jarra que había traído desde su casa. Yo llevaba diez años promoviendo proyectos musicales independientes, pero prontamente, después de hacerle algunas preguntas sobre la industria, me di cuenta de que sabía muy poco. Quería preguntarle cuáles fueron sus principales problemas. Qué cosas debía evitar y a cuáles prestarle atención. Las grandes ligas, incluso para un país pequeño como Chile, eran algo totalmente distinto.

Pero lo que más me interesaba era escucharlo en persona, tratar de entender, por su presencia y discurso, cómo había sido capaz de identificar y potenciar el talento de Jorge González, de Beto Cuevas, de Álex Anwandter y de Manuel García, como también de buena parte de la música chilena de los noventas. Bandas y proyectos que consiguieron algo que desde la dictadura se había vuelto casi imposible: que el sonido nacional se considerara bueno.

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Los Prisioneros Archivo Cedoc/Copesa

La primera vez que supe de Carlos fue por Cristóbal Briceño, hoy de Ases Falsos, entonces Fother Muckers. Viendo a Perrosky en un bar, Briceño me contó que sus amigos de Teleradio Donoso, proyecto debut de Anwandter, serían representados por Fonseca. Se le escuchaba más afectado que feliz por sus colegas, y me confesó que su banda de entonces también necesitaba un mánager, pero no conocía a ninguno. Yo no soy una persona religiosa, pero recordé lo que nos decía una profesora en el colegio: “cuando la vocación llama, hay que ir”. Ahí dije la frase que me condenaría hasta el presente: “yo puedo ser tu mánager”.

No tenía idea de qué hacía un representante e incluso hoy sigue siendo difícil de explicar. A veces es un mejor amigo y un psicólogo, la mayor parte del tiempo un contador-auditor, pero casi siempre el chivo expiatorio de los fracasos. O peor aún; el enemigo, el estafador. Pero la verdad es que la historia de los mánagers es una sola: la de la ingratitud.

Chile fue ingrato con Carlos Fonseca. Donde estaba Fusión, su pionera tienda de discos, clave para que una ciudad apagada como Santiago en los ochenta pudiera conectarse con lo que pasaba afuera, no hay una placa, sino una tienda de ropa equis. Tampoco en su extinta oficina de EMI, desde donde catapultó en los noventa a bandas como Pánico, Los Tetas, Tiro de Gracia o Lucybell en el Proyecto de Nuevo Rock Nacional.

No recibió un premio a la trayectoria ni tampoco un reconocimiento formal de la industria. En una entrevista Carlos dice que le aburría aprender a tocar un instrumento y prefirió dedicarse a mostrarle música a sus cercanos, desde entonces nos entregó su apasionado trabajo desde una edad muy temprana, hoy cuando nos enteramos de la noticia de su muerte, nuestra moneda de cambio para él no ha sido más que un copy/paste de notas de prensa. Carlos Fonseca se fue en el silencio de una enfermedad que se lo llevó sin mucho aviso y demasiado rápido. No pudimos despedir como corresponde a una persona que fue capaz de filtrar el ruido del exterior y decirnos qué escuchar.

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Carlos Fonseca Archivo Histórico/Cedoc Copesa

Saber empujar un cambio cultural tan grande como el que comenzó Fonseca en Chile a inicios de los ochenta responde a un talento poco flamboyante: escuchar. Cuando nos vimos, lo que más hizo fue escucharme. No me juzgó ni habló de sus grandes logros, ni de cómo su asistente le levantó a La Ley ni de su quiebre con Teleradio Donoso. Solo me escucha y luego, en vez de modos de acción, sugiere formas de pensar.

En esa hora que compartimos en un Dunkin’ Donuts vacío aprendí mucho más que en las ampulosas salas de reuniones de los sellos multinacionales, donde todos dicen saber qué hacer y muy pocos realmente lo hacen como lo hizo Carlos.

*Diego S. Porzio es el fundador de la discográfica independiente, Cazador, actualmente se desempeña como cabeza del sello Frantastic Records, de la cantante chilena recientemente nominada al Grammy Latino, Francisca Valenzuela.

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