Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs) cumplieron un sueño de vida al mudarse a una comunidad rural en Galicia. Allí, en un paraje rebosante en verde y aparente tranquilidad, se dedican a cultivar verduras y a trabajar en labores que le permiten vivir sin grandes lujos, pero con lo suficiente para descartar un eventual regreso a su natal Francia.
Con algunos pueblerinos los une una amistad; en cambio, con otros hay una tensión que crece a medida que avanza el tiempo. Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido), dos hermanos que comparten el mismo techo con su madre, no les perdonan que la pareja esté en contra de un proyecto de energía eólica que piensan podría cambiarles la existencia a ellos y a las pocas familias del lugar. Tampoco les perdonan que sean “gabachos”, el término despectivo con el que se refieren a los franceses.
Ese es el combustible con el que el director Rodrigo Sorogoyen construye Las bestias (o As bestas, según su título original), un thriller sofocante que indaga en la condición humana y en temas que repercuten con fuerza en el presente, como la xenofobia y el ecologismo. La película dominó la última edición de los Goya –ganó nueve premios– y desde hace algunos días está en los cines chilenos, erigiéndose como una de las propuestas más robustas que ha pasado por el circuito en el último tiempo.
El origen del proyecto se remonta al año 2015, cuando Isabel Peña (Madrid, 1983), guionista que trabaja permanentemente con Sorogoyen, leyó una noticia escalofriante: tras cuatro años desaparecido, en 2014 la policía encontró el cuerpo de Martin Verfondern, un neerlandés que vivía junto a su esposa en la Comarca de Valdeorras, en Galicia. Recibieron penas, como autor y encubridor del crimen, dos hermanos que eran los únicos vecinos del matrimonio en la zona y que habían hostigado reiteradamente a la pareja por un conflicto con el monte comunal.
“Me imaginaba una convivencia que se había convertido en una guerra abierta, sobre todo si no hay más vecinos en los que respaldarte. Salir de tu casa por la mañana y cruzarte todos los días con la misma familia con la que estás enfrentado, me parecía lo más más parecido a un infierno sobre la tierra”, indica Peña a Culto. “La violencia siempre tiene algo que te aterra y te fascina a la vez”.
Según explica, la historia también le generó interés porque la mujer de la víctima, Margo Pool, continuó habitando la misma casa, de modo que siguió viendo a los verdugos de su esposo. De hecho, ella y el cineasta la contactaron cuando comenzaron a escribir la historia, y luego, en 2022, la visitaron en su hogar para mostrarle el largometraje terminado. “Después de todo, era su casa”, apunta.
-El filme se rodó en 2021. Después de las reescrituras del guión, ¿siente que esos elementos que le interesaron en un inicio finalmente se mantuvieron en la película?
Sí. Es que eran dos de los datos más llamativos y se acabaron convirtiendo en dos de los pilares de la película. Hasta el punto de que el personaje de Olga, que es el nombre de nuestro personaje, que está inspirado en la mujer real, es la real protagonista de la película. Esto empieza siendo una historia que parece un conflicto entre hombres, pero la verdadera protagonista es esta mujer.
-¿En qué momento advirtieron que el thriller era el género más idóneo para contar esta historia?
Al final, el thriller es la forma más cinematográfica de ir subiendo poco a poco la temperatura, hasta que lo cotidiano se convierte en el infierno. Además, es un género en el que estamos cómodos, tanto Rodrigo como yo. Entonces, no había ni que pensarlo, sólo había que ponerse a trabajar.
-Fue algo natural.
Es que es lo más parecido a cuando la vida se pone violenta. Hay días de mi vida que parecen un thriller (se ríe), por lo que es muy orgánico. Pero también de una manera muy orgánica, el thriller se fue convirtiendo en otra cosa cuando nos quedamos con Olga. Aunque la tensión continúa, creo que se aposenta de otra manera, desde otro lugar. Y creo que esa es la película que realmente nos interesa, la que hay dentro del thriller.
Y enfatiza: “Nunca nos gusta pensar en generalidades, sino que en conductas humanas. Nos interesaba mucho hacer un estudio sobre cómo Olga habría reaccionado durante la primera parte de la película, y cómo reacciona durante la segunda parte. Y cómo lo hacía Antoine o los hermanos. También nos interesaba muchísimo el tema de la xenofobia. Cómo, por miedo, acabamos odiando al extranjero, porque no lo conocemos y porque supone una amenaza. Desgraciadamente, en España está habiendo un repunte xenófobo. Siempre nos gusta intentar hablar de nosotros como sociedad y nos pareció que estaba ahí para cogerlo”.
-¿A qué obedeció el cambio de nacionalidad del matrimonio de la historia?
Como nosotros sabíamos desde el principio que nos estábamos inspirando en una historia, y no estábamos haciendo un “basado en hechos reales”, siempre nos sentimos con la libertad de poder inventar todo lo que quisiéramos. A partir de ahí, que ya estábamos muy cómodos con el tema, pues pasaron varias cosas. Desde que hicimos El reino (2018), ya teníamos un hermanamiento con una productora francesa, Le Pacte, con los que habíamos trabajado muy bien. Ellos querían formar parte de la película, por lo que era lógico tener actores franceses.
“Desde hace muchos siglos, hay una extraña enemistad entre Francia y España. Los españoles nos sentimos en realidad por debajo de los franceses, entonces les odiamos. Y ellos se sienten por encima de los españoles, entonces nos tienen por seres inferiores. Al francés en España despectivamente se le llama gabacho, como si ellos se creyeran mejores que nosotros y en el fondo no lo son, pero en verdad creemos que sí. Esto es un cliché, pero hay algo de eso en nuestra sociedad, y pensamos que iba a funcionar en la relación entre los hermanos gallegos y los franceses”.
-Las producciones basadas en crímenes reales son un género en sí mismo, el true crime. ¿En algún momento le interesó abordar la historia desde esa perspectiva?
No, no nos interesaba nada. A mí como espectadora, de hecho, (antes) me interesó mucho, pero me interesa cada vez menos. Creo que es por la gran cantidad de proyectos que salen enfocados así. Y a Rodrigo directamente no le interesa en absoluto. Entonces, nunca estuvo en la palestra esta posibilidad.
“Nosotros en el momento leímos aquella noticia, que eran apenas un par de columnas. Lo primero que sentimos fue mucho horror, por supuesto. Pero enseguida nos empezamos a enamorar de todos los huecos que había en esa noticia. Nuestros cerebros trabajan de esa forma: intentando rellenar los huecos, intentando contestar las preguntas más imposibles”.
-¿Cómo recuerda la visita que realizaron a la casa Margo Pool?
Fuimos a visitarla a la aldea en la que ella sigue viviendo. Le pusimos la película y la pudimos comentar. Luego nos hizo la comida, nos quedamos a comer y dimos un paseo por el monte. Creo que ese es uno de los días más únicos que he vivido en mi vida profesional.
-¿Cuándo la contactaron y por qué les pareció importante dar ese paso?
Cuando la película empezó a ser una posibilidad real, nos pusimos en contacto con ella a través de e-mail, para que estuviera enterada y saber su opinión. Nos parecía violentísimo y una falta grande de ética el hecho de que esta mujer pudiera enterarse un buen día, o un mal día, de que alguien había cogido el germen de su tragedia para hacer una ficción. Entonces, estábamos mucho más cómodos si ella estaba más o menos al tanto.
-Tal vez otros realizadores, frente a esa misma situación, no hubieran considerado que era indispensable.
Sí, pero cada uno es cómo es. Nosotros lo vimos claro, y nos salió muy bien. Así que hicimos lo correcto.