En octubre de 1905, la preocupación central de las clases populares estaba -literalmente- en la mesa. Desde los tiempos coloniales, cuando en Chile se desarrolló una industria ganadera y de curtiembres, la carne era uno de los elementos esenciales de la dieta criolla. Sin embargo, por esos días su precio lo hacía prohibitivo y accesible solo a las clases pudientes.

Peor aún, el gobierno del entonces Presidente Germán Riesco Errázuriz aprobó un nuevo impuesto a la carne, en este caso, a la importada desde Argentina, que la encareció todavía más. Ello enardeció todavía más los ánimos. Los obreros se organizaron en un Comité Central del Impuesto al Ganado, que aglutinaba a diversas organizaciones obreras y convocaron a una manifestación en contra del impuesto. A ellos, se les sumó el respaldo del Partido Democrático, por entonces, de los más progresistas del limitado espectro político.

La fecha de la protesta se fijó para el domingo 22 de octubre de 1905, la idea era desfilar frente a La Moneda y entregarle un pliego de peticiones al Presidente Riesco, cuyo eje central, por supuesto era la derogación del impuesto al sabroso comestible. En su trabajo Octubre de 1905 : un episodio en la historia social chilena, el historiador Gonzalo Izquierdo recreó cómo fue ese domingo: “Un día de descanso y recreación que para muchos comenzó con la devota celebración de la santa misa. No obstante, era un día festivo en el que, a diferencia de otros, pasada la hora del almuerzo, una multitud de personas se reuniría en un gran desfile, respetuoso y organizado, cuyo objetivo era reclamar ante las autoridades la derogación de un impuesto impopular, el que gravaba al ganado argentino que importaba Chile”.

La marcha comenzó hacia las 14.30 horas, recorriendo las calles aledañas a La Moneda. “De acuerdo a lo planeado, a las 14,30 hrs. la columna debía ponerse en movimiento desde la Alameda entrando por la calle Morandé, torciendo luego por Moneda para pasar frente a la Casa de Gobierno, de allí, tomando Teatinos, debía continuar la marcha hasta la calle Huérfanos, para luego, por Manuel Rodríguez regresar a la Alameda donde se pondría fin a la manifestación”.

¿Las cifras de asistencia? Tal como ocurre hoy, hubo divergencias entre la cantidad de gente que llegó según quien hiciese la estimación. “Algunos periódicos declararon que se congregaron entre 25.000 y 30.000 personas, otro aseguró que, frente a La Moneda, desfilaron 50.000 y, por último, la Prefectura de Policía estimó que en la manifestación participaron 12.000 habitantes”, señala Izquierdo. Como sea, no solo llegó gente de Santiago, sino también de otros lugares aledaños a la capital.

Caricatura del Presidente de Chile Germán Riesco, que ilustra el " mitin de la carne". Caricatura de Pug en Revista Zig-Zag

Al llegar a La Moneda, un grupo de dirigentes salió de la turba para entrar a Palacio y entregarle una carta al Presidente. Sin embargo, les comunicaron que el Mandatario no estaba ahí, sino en su casa, a unos pocos pasos, en Huérfanos esquina Amunátegui. Así que hasta allá fue la marcha. Le tocaron la puerta, Riesco efectivamente salió y recibió la petición. “Departió brevemente con ellos y les prometió hacer todo lo posible en lo relativo al impuesto y lamentó el encarecimiento de los artículos de primera necesidad”, señala Izquierdo.

La carta a Riesco decía: “En virtud al derecho de petición que nos confiere la ley solicitamos: que viendo la poca efectividad del impuesto que grava las importaciones de carne dictada por ley de diciembre de 1897, y cuyo único efecto ha sido el paulatino encarecimiento de dicho artículo, y no habiendo logrado el fin, que consistía en proteger a la industria ganadera nacional con el fin de que ésta se desarrollara, solicitamos la derogación de dicha ley ya que sólo ha ayudado al enriquecimiento de unos pocos”.

En esos primeros años del siglo XX, Chile era un país primario exportador y basado en la economía del salitre, con el poder concentrado en la oligarquía tras su triunfo en la Guerra Civil de 1891. Pero como hoy, en las marchas también existían los lienzos. Estandartes, en esa época, así lo describe Gonzalo Izquierdo: “Los obreros de la tracción eléctrica, por ejemplo, llevaban tres estandartes: uno de ellos mostraba la figura de un buey aprisionado por los ganaderos y al pueblo tratando de liberarlo; en otro de los estandartes aparecía un esqueleto humano (el pueblo) y a su lado, un gordo personaje que fumaba un cigarro puro (un hacendado); el tercero, finalmente, mostraba un buey gordo sobre el cual decía ‘carne para los ricos’, a su lado aparecía la triste Eigura de un caballo flaco con la leyenda ‘carne para el pueblo’. Por otra parte, un estandarte llevado por los representantes de la primera comuna decía: ‘Abajo los monopolios. El pueblo manda que se suprima el impuesto’. El que llevaban los de la segunda comuna, en cambio, tenía otro carácter, decía: ‘Cuidado señores estadistas con el despertar del pueblo. El pueblo pide la llapa’”. Era algo así como un “Chile despertó” de inicios del XX.

La marcha prosiguió, se detuvo en la casa del dirigente Malaquías Concha, recogió a quienes se estaban quedando rezagados, todo en calma y sin mayores problemas. Sin embargo, ciertos grupos comenzaron a quedarse al margen y se hicieron eco de una noticia falsa: que el Presidente Riesco no había querido recibirlos en La Moneda, y más tarde, que tampoco lo hizo en su casa. Ahí empezaron los primeros desbandes. “Esta noticia tuvo como resultado casi inmediato el inicio de los grandes disturbios, asaltos y destrozos que asolaron Santiago durante esa tarde del domingo 22, parte del 23 y también en los días siguientes, aunque en forma esporádica”, señala Izquierdo.

Así comenzaron los primeros disturbios y asaltos. “Grupos más o menos numerosos se lanzaron, desafiantes, a recorrer las calles céntricas; se multiplicaron los estandartes improvisados, entre los que figuraban los de los anarquistas”. Poco a poco, el asunto de la carne pasó a segundo plano y se generó una revuelta social, en contra del orden imperante. “Algunos estandartes, ya no se refirieron a la preocupación que dio origen a la marcha de protesta - el precio de la carne y de otros productos- sino a aspectos, más amplios, relacionados a reivindicaciones y asuntos económicos y políticos en general -apunta Izquierdo-. Se gritó también en contra de las autoridades: ‘abajo el ladrón del hermano de Riesco’, ‘abajo Lazcano’, ‘abajo los bribones del Congreso’, ‘abajo Pinto Agüero’; así como también contra quienes detentaban el poder económico, ‘mueran los contrabandistas del ganado. . . los vampiros del pueblo . .. abajo las refinerías . . .’”.

Ciudadanos extranjeros también comenzaron a ser víctimas de la hostigación, señala Izquierdo. “El caso más grave de xenofobia lo sufrió un extranjero, primero tenido por italiano y luego identificado como Bautista Seigler, austríaco)’ funcionario de la maestranza de Ferrocarriles del Estado. Este fue ultimado y luego paseado por distintas calles de Santiago por una turba de 400 a 500 manifestantes y llevado a la Legación de Italia, donde gritraron exigiendo la aparición del representante de ese país Sr. D’Orfini. También la prensa da cuenta de numerosos ataques a negocios de ‘turcos’ e ‘italianos’”.

El descontento estaba desatado. Se intentó atacar La Moneda, pero la escasa guardia apostada logró contener la ira del pueblo. No corrieron la misma suerte las residencias de conspicuos políticos de la época, que fueron saqueadas. “Fueron atacadas las (casas) de los señores Rafael Errázuriz U., Carlos Correa Toro y Camelia Saavedra”, señala Izquierdo. Otros edificios públicos también fueron asaltados: “el edificio que alojaba al Estado Mayor, la Tesoreria Fiscal, el Hospital San Juan de Dios, el Instituto Nacional, la Sección de Seguridad, el Banco Español-Italiano y también el Industrial, la imprenta El Mercurio, el Club de la Unión y la séptima Comisaría de Yungay”.

La policía -entonces una sección del Ejército- debió empezar a actuar sin fijarse en procedimientos. “Descargando sus fusiles y sables contra grupos enardecidos que en grandes números recorrían las calles cometiendo toda suerte de tropelías e incluso utilizando armas de fuego”. Los efectivos policiales apenas llegaban a los 1.800 para contener a unos 30 mil manifestante, por lo que desesperados, pidieron ayuda al Ejército, que se encontraba fuera de Santiago, en ejercicios. También recibieron el apoyo de bomberos y de piquetes de jóvenes encopetados que estaban dispuestos a salir -armas en mano- para restaurar el orden.

Sobre este grupo de civiles, Izquierdo se muestra bastante crítico, ya que habrían contribuido a empeorar la situación: “Aunque es comprensible que se organizaran estas brigadas de civiles, dada la insuficiencia policial para contener tan grandes desmanes, que llegaron a provocar grave alarma en la población, no podemos asegurar que ello fuese necesario y, en cambio, hay información que permite pensar que dichos grupos de jóvenes armados cometieron excesos, producto quizás, de una vehemencia irresponsable”.

Los desórdenes se extendieron por varios días, del 22 al 27 de octubre, por eso, se le llamó “la semana roja”. “Los tres primeros días fueron de gran violencia, particularmente el primero y el segundo pero, en forma ocasional, hubo desórdenes hasta la última fecha indicada”, indica Izquierdo. De hecho, solo en los primeros días, hubo 548 presos, y luego la cifra baja a y 277. Total, 825 detenidos. “La violencia, entonces, provino tanto de los manifestantes como de quienes deseaban imponer el orden público mediante la represión”, se señala en Historia del siglo XX chileno (Sudamericana, 2001).

A cargo de restaurar el orden, Riesco puso al general Roberto Silva Renard, un veterano de la Guerra del Pacífico y la Guerra civil de 1891 (donde peleó por el bando congresista), tristemente célebre por reprimir con dureza al movimiento obrero. En 1903, actuó como fiscal militar para investigar la masacre perpetrada contra un grupo de obreros, pero Silva estableció que en rigor los efectivos del Ejército fueron las víctimas; en 1904, aplastó con violencia un alzamiento obrero en la oficina salitrera Chile. Y el destino le tenía preparada otra jornada de sangre: en 1907 fue quien comandó a las tropas que hicieron fuego en la matanza de la Escuela Santa María de Iquique.

Sea por la acción de Silva Renard, o por la misma violencia, Izquierdo señala el número de víctimas. “Las cifras dadas por los distintos periódicos son algo dispares, pero podemos estimarlas, comparando dichas cifras con las que provienen de otras fuentes, en alrededor de 200 ó 250 muertos, de los cuales 150 cayeron durante los dos primeros días de desórdenes”.

Tras el 27 de octubre, la calma comenzó a volver lentamente a la ciudad. Los hechos de sangre finalmente no condujeron ningún resultado concreto para los huelguistas. “Terminado el conflicto, la clase política prefirió responsabilizar a los agitadores del suceso, antes que hacerse cargo de los problemas de fondo que desataron las violentas jornadas de ese año”, se indica en Historia del siglo XX chileno.

De hecho, el tono de la prensa tradicional fue bastante duro. La revista Sucesos -del 27 de octubre de 1905- habló así de la protesta: “En resumen: los sucesos de la tarde del Domingo son, más que la condenación a la obra de logreros y bolsistas, un estigma para nuestra cultura y nuestro respeto. No son actos para un país ni siquiera en estado de mediana civilización, puesto que son inspirados por la idea del saqueo y el pillaje”.

No sería la última jornada de alzamiento social, aunque al régimen parlamentario le quedaban unos pocos años de difícil sobrevivencia, antes de la irrupción del “León”, Arturo Alessandri Palma. Pero esa es otra historia.

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