Crítica de discos de Marcelo Contreras: los grandes regresos de Blink-182, The Kills y Rubio

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Las novedades discográficas de la semana abarcan desde el punk pop de los influyentes Blink-182 hasta el estilo desprejuiciado de Rubio. Y todos triunfan.


*Blink-182 - One more time

No queda más que rendirse ante la evidencia. Guste o no, Blink 182 es una de las bandas más influyentes del rock estadounidense del último cuarto de siglo. El sonido y estilo del trío californiano, ha permeado en nombres populares y juveniles como The Chainsmokers o Machine Gun Kelly. La inmadurez y derivados como el humor escatológico y la autogratificación, puntales líricos de la banda, siguen acoplándose perfectamente gracias al infantilismo dominante en la cultura pop.

Blink 182 abotona el regreso de la alineación original de Tom DeLonge, Mark Hoppus y Travis Barker con este noveno álbum, que contiene todo lo que un fan puede esperar. One more time es autobiográfico, efervescente, épico y sensible en medidas exactas. Producido por Travis Barker (gran referente en las últimas generaciones de bateristas, ahí tienen a El Lobo estepario), impulsa el sonido tradicional de Blink 182 -pop punk bombástico y chicloso- en versión actualizada. Cabe al auto-tune y el control de las texturas a un punto extremo, como también algunos riffs inapelables -Terrified-; confesiones y recriminaciones a tajo abierto -One more time-; emo en You don’t know what you’ve got y Turpentine; synth pop en Blink wave, y punk de vieja escuela en Fuck face.

El retorno de Blink 182 no consiste solamente en pasar el sombrero en vivo, sino un macizo reseteo creativo.

*Rubio - Venus & blue

Para Fran Straube no aplican las advertencias sobre los riesgos de abarcar demasiado. Su tercer álbum como Rubio, siempre en alianza con el reconocido productor y compositor Pablo Stipicic, está cargado de información musical de última generación, estilísticamente desprejuiciada. Rubio toma lo que necesita para sus piezas de construcción pictórica abstracta, sin guía tradicional.

Sus canciones son experiencias moldeadas en torno a un canto de barniz sideral y sugerente. Iniciada como baterista, la percusión funciona como guía; la voz se puede deformar para sumar otra capa fragmentada, mientras sintes y máquinas levantan fondos en distintas profundidades.

Para los detractores de la música urbana, un corte como Llorar -un dembow con remate de guitarras acústicas de máxima categoría- es un tapaboca. En la siguiente, Kintsugi, Rubio cambia drásticamente de trama para alternar velocidades entre un ambiente siniestro, y otro que fluye seductor. Cuando el sol se vaya a dormir mueve el cursor, esta vez rumbo al indie rock con juego de guitarras eléctricas y acústicas más un sinte vintage. Nuevo giro en Azul primavera; cadencia urbana para un estribillo que repite “es el fuego que me arde al centro”. Calla, un cierre de synth pop ochentero tan cliché como efectivo, sugiere que Rubio puede hacer lo que se le antoje con absoluta convicción y calidad.

*The Kills - God games

En su sexto álbum, Alison Mosshart y Jamie Hince han tomado algunas decisiones estilísticas, sin perder la singularidad de este dúo británico-estadounidense, que se coló hace un par de décadas en la marea de rock vintage, pero siempre con una oferta menos literal; guiñar antes que el gesto replicante indisimulado. God games se desliza por el soul con herramientas oblicuas, mordiscos de trip hop -LA Hex, Love and tenderness-, y la reverberación serpenteante que los hizo distintos, magníficamente representada en 103, una de las mejores canciones del álbum; un relato sobre Los Ángeles donde la guitarra centellea sucia y explosiva, mientras Mosshart canta como una diosa.

Producido por Paul Epworth (Adele, Florence and the machine), God games propone una economía instrumental que empuja la expresividad de la vocalista hacia un componente emotivo -My girls my girls, el más claro ejemplo-, de terminaciones litúrgicas. El rock se deforma en Wasterpiece de la mejor manera, sin necesidad de guitarras protagónicas, sino con la atractiva armonía vocal de ambos. Kingdom come desata fiesta, se retrae, y regresa con ritmo hipnótico. La canción que da nombre al álbum y Blank parecen integrar un vodevil que viaja en el tiempo, con ecos musicales de otros días, en perfecta sinfonía.

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