¿Anfitriona estrella? Hace veinte años ya servía crudités. Mi menudo de tripa para el embajador chileno causó tanta sensación como los perritos calientes de Eleanor Roosevelt.
Acabo de venir de La cena de Judy Chicago. Sabe Dios lo que esperaba encontrar. ¿Canapés? Ni siquiera había sillas. Al principio pensé que todas las mujeres llegaban tarde o estaban empolvándose la nariz, pero me puse a escuchar y pronto averigüé que era una obra de arte. Un audaz “alegato” feminista. Normalmente soy rápida para captar indirectas. La verdad es que la idea de su banquete me chifla. Tiene razón: nada arruina tanto una cena como que haya comensales.
Me emociono pensando en mi propio banquete. Un aperitivo. Con mesas redondas, entre nous, y mucho más femeninas que un triángulo.
Nunca llegaría tan lejos como para invitar a Safo. Soy decididamente partidaria del AHORA. A María Magdalena, tal vez. Veo un aguamanil de peltre, con una fresca rodaja de limón flotando. El peltre me recuerda a los trenes, así que por supuesto Anna Karenina estaría invitada. Un juego de mesa de peltre, zumo de naranja y camareros de pelo lanudo. Para Emma Bovary, vajilla de loza, un ramo de flores primaverales en un tarro blanco de boticario. Para Tess (la de los d’Urberville) un cuenco de madera de la feminidad.
Por supuesto, voy a crear yo misma muchas piezas en cada juego de vajilla. Un plato voluptuoso y llameante con forma de clítoris para la mujer del desván de Jane Eyre. Vino tinto en toda la mesa (simbólico: pasión, rabia, etcétera). Southern Comfort para Janis Joplin y un grillete con una preciosa bola modelada como un pecho. Marilyn Monroe no necesita ningún símbolo, solo un teléfono rosa princesa junto a su plato. Acabé de barnizar el arcoíris de Judy Garland, una cúpula vaginal en amarillo Nembutal, rojo Seconal, verde Dexis. Una admiradora le dijo una vez: «Nunca jamás renuncies a tu arcoíris, Judy», y ella contestó: «No se preocupe, señora, me salen arcoíris por el culo».
Pepinillos fálicos en tonos verdes para Emily Dickinson. Verde azulado, verde pepinillo. Ahogó a todos los gatitos de la familia en la tina de los encurtidos. Para Virginia Woolf, olas azules orgásmicas. Y la lista sigue y sigue... Tiene su gracia hacer un alegato de las mujeres, en la historia, en movimiento, mujeres con chispa.
Judy Chicago invitó a una mujer viva a su cena. Georgia O’Keeffe, “la madre de todas nosotras”. Yo tengo que tener a Patty Hearst, la hija de todas nosotras. Pero ¿y su plato? Atún a la cazuela. Born Free o Have You Seen Your Mother, Baby, Standing in the Shadow? en el hilo musical.
Presidiendo la mesa, evidentemente, estaría Sylvia Plath. Hice una primorosa campanita de cristal para su vajilla, pero se me rompió en el horno.
* Lucia escribió El aperitivo como una respuesta crítica a La cena de Judy Chicago, después de ver la pieza en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. Más adelante se arrepentiría de no haberse ceñido a una crítica propiamente dicha a la obra de Chicago, que le parecía más bien pura pose de aficionada. Este texto se publicó por primera vez en el boletín literario Quilt, n.º 1 (1981).