Rodrigo de la Serna (Buenos Aires, 1976) tuvo que hurgar en sus recuerdos familiares hasta encontrar algunas fotos de cuando era pequeño. Facilitó las imágenes que halló al departamento de arte de la película El rapto, comenzando de ese modo un recorrido muy personal por el amanecer de los años 80 en Argentina, el regreso de la democracia tras la dictadura militar, una época que asocia con su crianza y con un ambiente denso.
“Fue una transición muy dura. La vivimos como niños, por ahí con cierta ingenuidad o inocencia, pero estaba toda esa atmósfera pesada. Había mucha alegría, pero también mucha precaución”, asegura en conversación con Culto. “Creo que esta historia nos conmueve inmediatamente, porque vimos a nuestros padres sufrir mucho”.
Su largometraje más reciente se instala en el año 1983, en los primeros días del gobierno de Raúl Alfonsín, y le entrega la tarea de dar vida a Julio Levy, un hombre que retorna a Buenos Aires con su mujer (Julieta Zylberberg) y dos hijos tras vivir en el exilio. Tiene una feliz reunión con su padre (Jorge Marrale) y con su hermano (Germán Palacios), pero la celebración da paso a la angustia cuando este último es víctima de un secuestro.
Julio encabeza las negociaciones con los captores, exige explicaciones a las autoridades y debe tomar las riendas de la empresa familiar. Además, se empeña en que la crisis que lo invade no afecte el bienestar de sus hijos. De la Serna encarna al personaje como una figura consumida por las desgracias e incapaz de transmitir cualquier clase de fisuras. Una progresión dramática que se acentúa a medida que avanzan los 95 minutos de la cinta, una adaptación libre de El salto de papá (2018), de Martín Sivak.
El actor cuenta que apoyó su interpretación en un concepto que le entregó Daniela Goggi, la directora y coguionista de la película (ya disponible en la plataforma Paramount+). “Me dijo que esta es una persona que lo único que hace es tragar y que lo único que sale de él es el humo. Come y fuma todo el tiempo. Creo que los cigarrillos los come, no solamente los fuma. Está llenándose permanentemente, pero sin poder comunicar ninguna emoción, ningún dolor, ninguna contradicción. (Representa) ese deber ser tan de esa generación. Los hombres no lloran, no comunican las emociones, aceptan sus responsabilidades. Todo eso va creando esta atmósfera asfixiante”, explica.
De la Serna reconoce que, aunque se sentía abatido al término de cada jornada del rodaje, mantuvo bajo control el voltaje dramático. “Cuando dicen corte, es corte”, afirma, marcando distancia con la manera en que afrontaba su oficio en su juventud, cuando “no se conocen los límites de la profesión”. “Uno tiene que estar embebido en esa tristeza generacional, en ese momento histórico tan duro y traumático para esa generación, que es la generación de nuestros padres. Eso mueve recuerdos y emociones. Por suerte, me sentí muy contenido emocionalmente por la dirección de Daniela. Pero me iba a casa tristón, sí”.
Goggi lo describe como “un actor sensible, muy inteligente”. “El personaje está en un estado melancólico permanente. Es alguien que siempre está perdiendo, pero sigue luchando. No le sueltas la mano a Julio Levy, porque todo el tiempo sigue intentando. Eso también me parece que tiene que ver con la idiosincrasia latinoamericana, con que, frente a toda clase de adversidades, no se bajan los brazos”, indica la directora.
Estrenada en la edición 2023 del Festival de Venecia, El rapto es el primer largometraje de De la Serna en tres años, un medio donde sorprendió en títulos como El mismo amor, la misma lluvia (1999) y Diarios de motocicleta (2004). “El teatro y el cine son las dos artes que yo más amo”, define. En sus palabras, la cinta de Goggi, “es eminentemente un objeto puramente cinematográfico, más allá de que su destino sea una plataforma. Está filmado de una manera muy hermosa”. Y declara: “Creo que es la mejor película que hice en mi vida”.