Como lectora empedernida que es, lo primero que Irene Vallejo Moreu (44) hace cuando le preguntamos por Chile, es mostrarnos un libro. Es una edición de María Luisa Bombal, que reúne sus dos novelas clásicas, La última niebla (1934) y La amortajada (1938). Nada raro para alguien que tiene como inquietud la mirada al pasado. “Ha sido un descubrimiento en los últimos años -asegura Vallejo a Culto, vía Zoom-. Realmente ella es uno de esos vacíos en nuestra formación literaria. Acá no la leíamos sino hasta hace muy poco tiempo”.
¿Qué otros autores y autoras de Chile conoce?
Siempre digo que en la biblioteca de mis padres, que fue mi primer contacto con los libros, había mucha representación de literatura iberoamericana. Los dos eran grandes lectores. Vivieron bajo la dictadura (de Franco) y tenían prohibido el acceso a muchos libros, tanto españoles como extranjeros, pero los fueron consiguiendo de forma clandestina a través de Latinoamérica. Hubo editoriales que publicaban los libros prohibidos en nuestro país y que se vendían en las librerías con grave peligro, tanto para los libreros como para los compradores. En la biblioteca de mis padres había José Donoso, Gabriela Mistral, Raúl Zurita, Nicanor Parra, y después fueron llegando mis propias búsquedas y descubrimientos como Roberto Bolaño. Y más recientemente, Lina Meruane, Alejandro Zambra, Nona Fernández -de quien estoy leyendo un libro-, o Alia Trabucco, quien me interesa mucho. También esa dimensión entre el ensayo y la literatura de ficción, cuando la novela se acerca al territorio de las ideas y el ensayo se hace narrativo. Eso me lleva a pensar en Benjamín Labatut, quien es un autor que precisamente aborda el concepto del ensayo narrativo y me ha fascinado en los últimos años.
La pregunta por Chile le cae a Vallejo porque precisamente visitará nuestro país la próxima semana. Primero, estará en Santiago, en el marco de una charla en el ciclo La Ciudad y las Palabras, que organiza el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la UC; luego en Valparaíso, donde inaugurará el Festival Puerto de Ideas.
Vallejo, filóloga y escritora española, obtuvo reconocimiento mundial por El infinito en un junco, un ensayo donde aborda la invención del libro en el mundo antiguo, y que desde su publicación en 2019, en editorial Siruela, se convirtió en una inesperada revolución editorial. Luego, pasó al catálogo de Penguin Random House, que lo publica en el sello DeBolsillo. De hecho, a inicios del 2023 ya estaba a punto de superar la friolera cifra de 1 millón de ejemplares vendidos, la mitad en España y Latinoamérica. Ha sido traducido nada menos que a 30 idiomas. Además le significó recibir galardones que antes ni se pensaba: Premio Nacional de Ensayo, Premio de Novela Histórica y Premio de los Libreros.
En el ensayo aborda un tema que también tocará aquí. “El acceso a los libros en el mundo romano era, sobre todo, una cuestión de contactos. Los antiguos forjaron su peculiar versión de la sociedad del conocimiento, basada en quién conocía a quien”, apuntó. Un lugar clave en ese aspecto, eran las bibliotecas públicas. Por ello, en la primera charla, conectará el acceso a los libros con lo arquitectónico. “He pensado abordar la biblioteca como espacio de confluencia entre los dos conceptos, entre la palabra y el espacio ciudadano. El lugar público que representa y la relación de las bibliotecas públicas con el proceso de democratización del acceso al conocimiento”.
En tanto, en la segunda charla, hablará sobre la promoción de la lectura. “Es una idea muy reciente y que está muy alejada de las inquietudes expresadas en otros siglos, cuando precisamente se vigilaba cuidadosamente quién debía leer, quién lo hacía correctamente y adecuadamente. Es pensar cómo hemos pasado de una lectura vigilada, como ha sido esencialmente a lo largo de la historia, a la idea de la promoción y difusión de la lectura a públicos cada vez más amplios”.
Hablando del acceso al libro, ¿Qué opina sobre el auge de los formatos digitales y las plataformas de lectura en línea?
Cuando yo empecé a escribir El infinito en un junco, en los medios de comunicación y en las ferias del libro más importantes, los expertos parecían de acuerdo en que las publicaciones en papel estaban al borde del abismo. Que se iban a extinguir, que iban a ser sucedidas por los formatos digitales y las nuevas tecnologías. Una de las razones por las que escribí mi libro fue para reivindicar que los libros, tal como los conocemos, también son tecnología. Que inventar la escritura fue probablemente la primera revolución tecnológica de la humanidad, y la que ha hecho posible todas las demás. Así que no hay una oposición entre el libro como tradición y las pantallas como tecnología. En esta historia me he dado cuenta que es muy frecuente la coexistencia de distintos formatos, que es lo que nos está sucediendo ahora.
Ha pasado ya en otras épocas de la historia y puede ser una coexistencia muy larga e incluso fructífera, de manera que en lugar de empeñarnos en ver una oposición o una competición entre dos formas de lectura, creo que deberíamos sentirnos afortunados por tener esas dos opciones que resuelven muchos problemas y que nos permiten una forma más rica de acercarnos al ejercicio de leer. Yo intento, por un lado, combatir la idea del culto a la tradición por sí misma, pero también la idolatría de las nuevas tecnologías, que a veces es un poco irreflexiva y nos hemos lanzado a sustituir los libros por tablets y otros objetos tecnológicos, por ejemplo, en la educación. En algunos países europeos ya se han prohibido los móviles en los centros educativos. Así que yo intento ser optimista y aprovechar lo mejor de los dos mundos y contemplar las posibilidades que tienen de mantenernos en un equilibrio. Los rituales de lectura son diversos y cuanto más variado sea el ecosistema, creo que tanto mejor para nosotros, como lectores del siglo XXI.
En su libro El futuro recordado, usted señala que los humanos “somos buenos para mirarnos el ombligo” y creernos el centro del mundo, algo que ocurrió en todas épocas. ¿Cree que eso es algo que sigue pasando hoy?
Sucede, claro. Yo creo que es nuestra tendencia natural porque, en definitiva, miramos el mundo desde nuestra óptica. No tenemos otro punto de vista que nuestra propia mirada y para nuestro cerebro somos el centro de referencia absoluta. Todo lo demás nos llega filtrado dentro de la avalancha de percepciones, de voces, de presencias que nos rodean. Nosotros mismos estamos en ese centro de percepción. Entonces, es un sesgo que tenemos que superar, ¿no? Yo creo que la literatura nos ayuda. Es la experiencia más cercana que tenemos de estar en la mente de otra persona. De acercarnos y entender cómo se contempla la realidad desde otra mente, desde otras coordenadas políticas, históricas, vitales, y hacer lo posible para proyectarnos en ese mundo, en esa realidad. Por eso, me parece extraordinariamente saludable que la dieta no solo incluya pantallas, sino también este desafío intelectual de leer y proyectarnos, fuera de este punto de referencia que somos nosotros mismos, y que tanto nos desorienta, porque no nos permite ver más que una perspectiva.
Usted es una autora reconocida sobre todo después de El infinito en un junco, ¿ha sentido la presión de tener que repetir ese éxito?
El infinito en un junco es el libro que me ha cambiado la vida, porque aunque ya llevaba muchos años dedicándome a la literatura, estaba en la pura trinchera. Me dedicaba a escribir, a publicar en pequeñísimas editoriales locales y participaba en ferias del libro, pero no en las capitales, sino que en pequeñísimas ferias del libro del mundo rural y de pueblos. Acudía a círculos de lectura en bibliotecas, a escuelas, institutos donde tenía encuentros con estudiantes. Era una vida itinerante, de pura supervivencia, intemperie y era una desconocida en España. El infinito en un junco llegó en un momento de transformación vital porque acababa de tener un hijo que nació con graves problemas de salud. Y la razón de escribir El infinito en un junco fue esencialmente terapéutica. Yo necesitaba refugiarme en la escritura para sobrellevar esa situación tan dura. Simultáneamente, llegaron los dos grandes cambios a mi vida: el Infinito y su posterior explosión, y la situación personal con mi hijo.
Realmente tengo la sensación de estar viviendo una vida totalmente distinta. Era una vida de mucha dedicación y escaso fruto, en la que vivía de una esperanza, sin ninguna garantía. Así que yo creo que había más presión en aquel momento de la que creo sentir ahora, porque al final es un privilegio poderte dedicar al oficio que más te gusta. Digamos que ahora tengo que medirme conmigo misma, pero no con las circunstancias adversas y las dificultades de abrir un espacio en la vida personal, que, al final, es cuando se escriben los libros.
En otro tema, ¿Qué piensa de la Inteligencia Artificial?
Con la Inteligencia Artificial sucede lo mismo que lo que estábamos hablando con las pantallas. Tiene muchas utilidades y seguramente va a ser una gran ayuda para nosotros en el futuro, pero lo que tenemos que valorar ahora es cómo lo incorporamos a nuestra vida, cómo nos puede ayudar y liberar de tareas monótonas, cómo nos podemos beneficiar de la forma en la que es capaz de abarcar tanta información. Pero no creo que debamos pensar en la sustitución del ser humano por la inteligencia artificial. Porque al final, sobre todo en lo que se refiere a la creatividad, lo único que es capaz de hacer es imitar o reproducir estilos que ya existen, a partir de las vastísimas bases de datos que se introducen en estas tecnologías.
Entonces, es imposible pensar que genere algo nuevo si solamente realiza copias más o menos convincentes de estructuras y conceptos que ya existen. Quizás el término “inteligencia” es un poco excesivo para esta tecnología, igual que también es impreciso llamar memorias a las de nuestros ordenadores, porque son meros archivos de información, muchísimo más sofisticados que esa herramienta tan compleja que es nuestra memoria, ¿no? Somos un poco animistas y atribuimos cualidades humanas a la tecnología. Pueden construir textos muy convincentes, pero también transmitir datos que no tienen ningún respaldo en la realidad, no maneja bien las fuentes, muchas veces inventa y fantasea, además de que tiene todos los sesgos de los programadores. Uno de los terrenos en los que yo más insistiría es en la traducción.
¿Por qué?
Porque parecería que la Inteligencia Artificial puede cubrir esa esfera cuando en realidad la traducción de un texto, sobre todo de un texto literario, es una tarea complejísima. Pueden transferir significados, pero el hecho literario y artístico tiene que ver con algo más, que trasciende lo formal y que es difícil de definir. Así que, en este caso, yo creo que el peligro es el de idealizar demasiado las nuevas tecnologías, que ya han llegado para quedarse. Tenemos que aprender a convivir con ellas, conocerlas, atajar sus peligros y tener una sana desconfianza, que siempre es una buena compañera.
¿Le tiene miedo a la Inteligencia Artificial?
Tengo muchos temores respecto al mundo contemporáneo, pero la Inteligencia Artificial no es uno de ellos. Hay otros aspectos del mundo que me preocupan y creo que están menos presentes en el debate contemporáneo. Por ejemplo, el declive de las humanidades, en general, es algo que sí me preocupa. La idea de un utilitarismo estrecho que parece apoderarse incluso de la educación y que creo que está dañando profundamente la investigación, no sólo en letras sino también en ciencias. Me preocupa, por supuesto, el cambio climático y la situación política. En casi todos nuestros países estamos viviendo olas de polarización muy intensas que dañan los fundamentos mismos de la idea de comunidad y tiene efectos de erosión para nuestras democracias. Además, el deterioro del lenguaje, que muchas veces es una herramienta esencial del entendimiento y del debate sobre el que construimos la convivencia, pero a través de las redes sociales muchas veces se utiliza la violencia verbal para intimidar, para cancelar, para atacar. Y muchas veces, la violencia retórica es el primer paso hacia la violencia física.
Irene Vallejo se presentará en el ciclo La Ciudad y las Palabras el martes 7 de noviembre a las 18.00 horas, en el Campus Lo Contador de la UC (El Comendador 1916). Para asistir, hay que inscribirse al correo lvillarr@uc. Cupos limitados. En tanto, el miércoles 8 tendrá una conversación con el exsubsecretario de Patrimonio Emilio de la Cerda donde asistirán niños de diferentes comunas de la Región Metropolitana de Viva Leer (Copec) y las Bibliotecas Públicas de la Región Metropolitana.
En el Festival Puerto de Ideas, el viernes 10 de noviembre, a las 10.30 tendrá un encuentro con Gonzalo Oyarzún y los estudiantes de la Universidad de Valparaíso, en el Aula Magna de la casa de estudios. Luego, a las 18.30, su charla inaugural El infinito en un junco, con Angélica Bulnes, seguida de una firma de libros en el Parque Cultural de Valparaíso. Entrada liberada. Finalmente, el domingo 12, estará en Volver a leer los clásicos, con María Teresa Cárdenas, en el Parque Cultural de Valparaíso, y también firmará libros. Entradas en Ticketplus.cl.