Los Grammy latinos se celebraron este jueves por primera vez fuera de Estados Unidos, desde que se inició la categoría en 2000 como un spin off del tradicional premio. La sede fue Sevilla, convertida en una fiesta por varios días. Maluma visitó al equipo de fútbol local; fans entregaron estampitas de la Virgen a Rosalía, y Shakira posteó imágenes de los ensayos para sus diversas presentaciones, en un show que pareció hecho a su medida, operación que incluyó la presencia constante de sus hijos. Las calles sevillanas fueron invadidas de avisos de los artistas de sellos tradicionales como Sony, Universal y Warner, en una producción donde las figuras más visibles provienen de México -la nación dominante del evento-, Puerto Rico, Colombia, Argentina y España.
Entre las 56 categorías, había solo seis artistas nacionales nominados contando a Francisca Valenzuela, Cami, Álex Anwandter, Javiera Mena, Mon Laferte y Francisco Victoria. El contingente chileno, entre postulantes y sus acompañantes, no superaba la decena. Ningún artista urbano nacido en el país, compitió. La única estrella nacional con figuración fue Mon Laferte; su featuring en Traguito junto a Ile, se impuso como Mejor canción alternativa.
En el colorido mapa musical latino, donde cabe la música norteña, la salsa y el urbano, entre otras categorías, Chile no tiene relevancia alguna; los artistas que llegan a la instancia son casos excepcionales, que responden más al tesón y la propia confianza en el talento con la asistencia de equipos reducidos, antes que proyectos desarrollados íntegramente por la industria local.
Así como el éxito en la organización de los Panamericanos envalentonó la idea de Santiago como sede de los Juegos Olímpicos, ¿puede aspirar la capital a ser sede de un evento como los Grammy latinos? Es factible en la medida que Santiago sigue siendo una metrópolis segura, estable y funcional en el contexto latinoamericano. Pero la lejanía geográfica y lo reducido de nuestro mercado en comparación con Argentina y Colombia -entre ambos, suman casi 100 millones de habitantes-, nos condenan a un rol subalterno.
También asoman variables de segundo orden, que inciden en la escasa notoriedad de la escena chilena en términos internacionales. El artista local suele concentrarse en la faceta musical, mientras la promoción y el negocio se consideran elementos ajenos, molestos, contaminantes al hálito creativo y su integridad. El sentido del espectáculo fuera de los contornos del escenario resulta incómodo. En los premios Pulsar por ejemplo, los artistas van por un rato como si fuera un trámite, poniendo en aprietos a la transmisión televisiva que intenta disimular inútilmente el escaso público. Otras derivadas del negocio como el merchandising, son prácticamente inexistentes.
En ese sentido, la camada urbana chilena tiene menos prejuicios para exhibirse, concurrir a la televisión, o a grandes eventos para captar cámaras, como lo hizo Marcianeke en el último festival de Viña. No cuestionan que parte de su trabajo es ofertar cuanto hacen. A la vez, están en sintonía con el entramado que mueve a la industria basado en las colaboraciones, de manifiesto en todas las entrevistas hechas en la alfombra roja del Grammy latino, donde la consulta reiterada a los artistas era el próximo featuring.
Cuando la industria y la escena artística locales alineen sus chakras con el pulso internacional latino, donde reina el ánimo de fiesta y los artistas se suman a ese espíritu, eventualmente tendremos alguna figuración más destacada. Por ahora, nuestra ubicación está al fondo de la tabla.