Hasta 2021, el escritor argentino Michel Nieva (35) nunca había obtenido algún tipo de reconocimiento. “Cuando empecé a escribir, me presenté a cuanto concurso encontraba (escolar, provincial, regional) y nunca gané nada. Después, como consuelo de tontos, me dije que el tipo de escritores/as que más admiraba jamás habían ganado ni una copa de leche, y a partir de ese día nunca más me presenté a ningún concurso, siempre fui un poco outsider”, cuenta a Culto. Sin embargo, ese año, la prestigiosa revista Granta lo incluyó en su lista de los mejores narradores jóvenes en español, junto con su compatriota Camila Fabbri o los chilenos Diego Zúñiga y Paulina Flores.

Hasta ese momento, Nieva tenía 4 libros publicados en el ámbito de la ciencia ficción, pero la mención lo sorprendió. “Fue completamente inesperado. Indudablemente me abrió puertas a editoriales y difusión que de otra manera no hubiera accedido. Sin embargo, por ver gente de mi edad que escribía poesía experimental y ahora publica libros de autoayuda u otras modas del ‘mercado’, siempre fui muy consciente de mantenerme absolutamente fiel a mi poética, de manera independiente a si obtengo o no reconocimiento. Para mí un escritor debe ser fiel a una poética, o no es un escritor”.

Y prueba de ese nuevo estatus, es que en este 2023, Nieva publicó su nueva novela, La infancia del mundo, con la casa catalana Anagrama. Esta lo traerá la próxima semana a Chile, invitado por la Cátedra Abierta UDP en Homenaje a Roberto Bolaño. Es la historia de un mutante -el niño dengue- quien deja su casa huyendo de la fobia y el desprecio que causa en sus compañeros de clase y hasta de su madre, y deambula por un mundo en que el calentamiento global ya se ha hecho presente. Es el año 2272. La Patagonia no existe porque el derretimiento de los glaciares la han cubierto. Además, hay una presencia masiva de virus que hacen surgir el lucrativo negocio de la especulación. A medio camino entre la reflexión social, la estética recargada y la distopía, Nieva firma una novela que califica como “ficción gaucho-punk”, aunque reconoce que la etiqueta tiene mucho de broma.

“Un poco en chiste a la proliferación casi barroca de subgéneros de ciencia ficción (steampunk, cyberpunk, biopunk, etcétera) surgió esta idea del gauchopunk, que es pensar el futuro desde una perspectiva sudamericana. Me ocurrió en una entrevista reciente acerca de esta novela, en la que me achacaban que, a diferencia de la ciencia ficción norteamericana, que aspira a ‘lo universal’, mi futuro es muy provincial. Claro, es que hay una sobreproducción de futuros desde la perspectiva del Norte Global que nos hacen creer que es el único posible, y que condenan al resto de las poblaciones del mundo a ser ‘el pasado’. Mi proyecto literario en cierto punto es hackear ese futuro y traspolarlo a la experiencia latinoamericana de la tecnología, muy distinta de la europea o norteamericana”.

Michel Nieva (C) Agustina Battezzati.

¿Cómo nace la idea de escribir esta novela?

Tuvo tres orígenes cruzados: mi experiencia en Victorica, el pueblo de La Pampa donde transcurre parte de la historia; una epidemia de dengue que azotó a esta región; y una serie de olas de calor y sequía sin registro previo. Todo eso me llevó a querer escribir una novela sobre dos perspectivas “naturales” que forzosamente entraron a la cultura producto del calentamiento climático: la de los virus y la del propio planeta Tierra. El género novela, desde su conformación canónica a fines del siglo XVII, es un dispositivo capacitado para contar los tiempos de lo humano: la vida de una persona, de una familia, de una ciudad. Por poner ejemplos en un arco de menor a mayor, yo pensaba que una novela puede narrar desde un sueño (el Finnegans Wake de Joyce) hasta Cien años de soledad. ¿Pero cómo narrar el tiempo medible en miles de millones de años que explican los fenómenos planetarios, o la escala infinitesimal de lo virósico? De ahí surge en parte este libro, en el que quise contar la auto-ficción de un mosquito Aedes aegypti, pero al mismo tiempo el origen y el fin del mundo. Para ello también apelé a dispositivos narrativos no-literarios, como son los mapas (en el libro hay una cartografía especulativa de cómo sería Sudamérica tras el derretimiento definitivo de los hielos antárticos), los videojuegos, los Museos de Ciencias Naturales, entre otras cosas.

¿Te interesaba hacer un cruce entre el avance del deshielo, el cambio climático y las finanzas?

Uno de los temas que más me interesa es si existe un límite de aquello que el capitalismo puede convertir en mercancía, incluida una catástrofe (el calentamiento climático o una pandemia) que amenazan la continuidad de la humanidad como especie. Existe esa frase célebre de Mark Fisher de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. De acuerdo, pero actualmente el propio capital ya proyecta cómo va a continuar cuando el mundo no exista, con planes de personajes como Elon Musk o Jeff Bezos de terraformar Marte y otros planetas, para trasladar a la casta de multimillonarios a la que ellos pertenecen, proyectos megalómanos que en mi novela aparecen algo parodiados. En mi libro, también aparece lo financiero como una necrosis que se alimenta del desastre planetario (las “virofinanzas”). Esta idea ciertamente surge de la pandemia. Yo vivo en Nueva York, y allá, en el momento más desesperante de muertes y hospitales colapsados, las máquinas que operan el trading algorítmico en Wall Street seguían funcionando y comprando y vendiendo acciones de las empresas que se beneficiaban con esa catástrofe (farmacéuticas, aplicaciones de compra a domicilio, de videollamadas, de streaming, etc.). Un poco la imagen era la de una ciudad desierta en la que ya no hay nada ni nadie, salvo unas máquinas de J.P. Morgan calculando rendimientos accionarios.

Por otra parte, a veces se dice que la ciencia ficción es “especulativa”, y creo que en ese punto es un discurso que puede entender bien los grados de fantasía y abstracción de la realidad que entraña la especulación financiera.

Hay harta violencia en la novela, pero la ligas con un contexto más global en que están las mutaciones genéticas, el desastre ambiental y la especulación. ¿te interesaba contar la violencia como producto de un cruce de factores o lo consideras parte de tus intereses narrativos?

Hay dos escritores argentinos que yo conecto, Esteban Echeverría y Osvaldo Lamborghini, que (creo) entendieron que la violencia política, incluso la más física y visceral, no puede existir sin una violencia de la lengua. Y ahí aparece la literatura como mecanismo para desplazar y poner a funcionar en otro contexto esos discursos de odio racial, de género, de clase, como germen proteico de la violencia más cruda, y que son los que introduzco en mi escritura.

Me interesaba por otra parte pensar la violencia como un virus, en el sentido de que un virus es algo que no está ni vivo ni muerto, puede estar latente durante siglos y activarse sin solución de continuidad. Considero que muchas violencias de nuestra región, al no haber sido nunca reparadas, reaparecen permanentemente bajo una estructura no cronológica ni lineal. Mi novela transcurre en el siglo XXIII, pero los personajes juegan a un videojuego que ocurre durante la Conquista del Desierto (el genocidio indígena fundacional del territorio argentino, en el siglo XIX, y su distribución inequitativa de la tierra). Pese a ese desfasaje de cronologías, las violencias que ocurren en el plano futuro y el pasado son las mismas.

Entiendo que estudiaste Filosofía, ¿cómo esa carrera ha marcado tu narrativa?

Hay un lugar común originado en el mercado norteamericano, de que ciencia ficción equivale a un ladrillo de quinientas páginas en formato novela, que después se transforma en una trilogía. Para mí la ciencia ficción es menos un género específico que una “sensibilidad” (así la llama Gabriela Damián Miravete) para pensar nuestro tiempo. En mi caso la practico tanto desde la novela como del ensayo (al que me gusta llamar “ciencia no-ficción”), que es tal vez en el que más aparece mi deformación profesional de “filósofo”. El año que viene, de hecho, van a salir por Anagrama dos libros míos de ensayo en los que reflexiono, desde la ciencia ficción, sobre tecnología, violencia y los límites entre lo humano y lo no-humano: Tecnología y Barbarie, que es una reedición de un libro de 2020, y Ciencia ficción capitalista, que es un breve ensayito inédito sobre Silicon Valley.

Vas a venir a Chile. ¿Conoces a autores chilenos?, ¿alguno que te guste?

Me gustan Ilda Cádiz, María Luisa Bombal, Juan Emar, Sergio Meier, las novelas de ciencia ficción de Baradit. Como cualquier persona de mi generación, Bolaño fue una lectura iniciática de la adolescencia. Admiro profundamente a Zurita, entre tantos otros poetas de esta tierra tan fecunda en poesía. Contemporáneos, que recuerde ahora, leo a Labatut, Mike Wilson, Daniela Catrileo y Paulina Flores.

Para que te conozcamos un poco más por acá. ¿Cuáles son tus gustos literarios?

Me gustan Kafka, Swift, Lewis Carroll, Borges, Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick, Clarice Lispector, Octavia Butler, César Aira, entre tantos otros y otras. Sin embargo, la gracia también un poco de la ciencia ficción es que al ser un discurso híbrido, más cercano de lo científico-técnico que de las normas que curan al gran “Museo de la Literatura” (escribir bien, la innovación, la “voz” propia) es más receptiva de influencias por fuera de lo “literario”, que a veces es tan trillado y remanido. Mi imaginación se alimenta tanto de libros como de videojuegos, cine gore, ilustraciones de naturalistas del siglo XIX, Pokemón, manga de horror, entre otros.

En otro ámbito, ¿Qué piensas de la Inteligencia Artificial?

Creo que un primer punto a tener en cuenta para analizar estas tecnologías es desplazarse del branding de Silicon Valley. Independientemente de lo que filosóficamente entendamos por “inteligencia”, lo que concretamente realizan estos modelos es estadística aplicada sobre una base de datos gigantesca. Dicho claro y conciso, estos modelos carecen de inteligencia tal como entendemos los procesos cognitivos humanos, sino que su capacidad es analizar estadísticamente volúmenes enormes de información y recombinarla según lo que pida el usuario. En cuanto a los problemas que entraña su funcionamiento, en primer lugar, aparece la cuestión del derecho de autor, ya que las corporaciones que monetizan a la IA la alimentan de trabajo humano para su entrenamiento, que después no remuneran. (Recientemente, existe el caso de Books3, una base de datos de entrenamiento de IAs, que fue demandada por usar miles de textos de autores vivos que ni siquiera fueron consultados para su utilización). Por otro, está el costo ambiental, dado que estas máquinas requieren para su enfriamiento cantidades de agua similares a las que precisa un reactor nuclear, además de que cada veinte preguntas ChatGPT consume alrededor de 2.648 kilowatts de energía y medio litro de agua. Si pensamos en la cantidad de personas dándole uso al mismo tiempo en todo el mundo, es una contaminación bestial, que es un problema que estas máquinas comparten también con la minería de bitcoins y las bases de datos de los buscadores de Internet.

¿Le temes a la Inteligencia Artificial?

Creo que, en última instancia, el mayor dilema que introduce la IA no es otro que el de cualquier otra nueva tecnología al servicio del capital: la precarización del trabajo humano y su automatización en rubros antes impensados. La IA debe ser legislada y restringida para evitar que se utilice con el fin con que en realidad se creó: la “reducción de costos” laboral. Será una lucha política central de los años por venir.

En Chile, Michel Nieva tendrá dos actividades: la charla en la Cátedra Abierta UDP en Homenaje a Roberto Bolaño, el 23 de noviembre a las 11:30 hrs en el Estudio de TV - Facultad de Comunicación y Letras, Universidad Diego Portales (Vergara 240). Presenta: Álvaro Bisama. Además participará en Distopías australes. Ciencia ficción en el cono sur. Conversación con la escritora Malu Furche y Felipe Becerra, el jueves 23 de noviembre a las 19:00 hrs en Librería Catalonia (Santa Isabel 1235, Providencia).

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