Una de las primeras publicaciones de Alberto Fuguet (60) no fue en formato libro. Hacia los últimos años de dictadura, y con los espacios culturales limitados, el entonces joven escritor y periodista firmó un notable cuento en la revista Apsi. Amor sobre ruedas, se llamaba, donde contaba las andanzas de dos amigas en las noches de bohemia santiaguina. Algo así como un Thelma y Louise ambientado en esos tiempos de toque de queda.
“Fue en junio de 1987. Es un cuento de corte fantástico, inspirado en Christine, sobre autos, chicas y agentes de la CNI. Y tuvo que pasar la censura de Dinacos. O, al menos, lo leyeron. Eso me hizo sentir importante ese año -recuerda Fuguet a Culto-. Andrés Braithwaite, el editor de la revista, apostó por mí y fue algo importante”.
En ese tiempo, Fuguet comenzaba a publicar sus primeros relatos breves. De hecho, posteriormente apareció Deambulando por la orilla oscura, que según cuenta, escribió de una sola sentada una noche de invierno tras haber visto La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, en el extinto cine Normandie de Plaza Italia. “También fue relevante para mí, porque si bien salió segundo en un concurso de cuentos de La Época, era el certamen literario más importante, por el peso del diario en el mundo cultural de esos años. Fue el 88 o 89. Se publicó, generó ruido, me gané un viaje a Buenos Aires. Diamela Eltit era la presidente del jurado. José Donoso lo leyó y por eso me invitó a regresar a su taller, luego de haberme expulsado”.
Deambulando por la orilla oscura también le daría título al primer volumen de relatos de Fuguet, a publicarse en 1990. Sin embargo, en la editorial pensaron que no era un buen nombre y le sugirieron (o más bien, le impusieron) otro: Sobredosis. Aunque en los últimos años, en cada reedición, el autor ha pedido que le agreguen como subtítulo el Deambulando.
“Era joven, desconocido, no tenía obra. Era mi primer libro. Yo pensé que yo debía pagar la edición. Entonces, pensé que así era. Que ni las portadas ni los títulos dependían de uno. Dicho eso: acepté. No fui forzado. A la larga, como todo autor, quería ver el libro publicado, entre otras cosas para pasar la página. Me interesa publicar más que nada para liberarme, hacer check. Creo que si el libro se hubiera editado con mi título, quizás, no habría llegado a tantos lectores ni hubiera generado ruido ni polémica. Sobredosis no es un mal título, que no sea el mío, al final, no es tan importante. Ahora, me encantan los títulos con un extra, con una bajada, con paréntesis”.
Hoy, Sobredosis (Deambulando por la orilla oscura) vuelve a las librerías chilenas en una nueva edición vía Tusquets. Junto con ello, el mismo sello reedita su novela Tinta roja (1996), aquella inspirada en sus propias experiencias haciendo la práctica de periodismo en la sección policial de un diario popular. Todo como parte de la reincorporación de Fuguet como autor del grupo Planeta, con quienes publicó sus primeros libros. Las reediciones tienen unas portadas con ilustraciones en modo cómic, muy a tono con el impulso pop del escritor.
“Me parece que las portadas son importantes, tal como lo son las cubiertas de los discos. Y creo que todo autor debe fijarse en ellas. Te deben gustar y tienen que tener que ver con el texto. En este caso, ambas me gustan y conversan muy bien con los libros. El trabajo es de María Jesús Contreras, que ilustra en The New Yorker, y logró crear una estética propia para ellos. Ya se nota que es una colección y que dos libros tan distintos como Sobredosis y Tinta roja tienen algo en común, además de su autor”.
Estas reediciones son lo primero que haces en Planeta, casa editora a la que vuelves. ¿Por qué se decidió partir reeditando estos volúmenes y no otros?
Se optó por cierto azar y porque son las que más se pedían en librerías. Luego vendrán más el resto de mis libros. El plan no era ir en orden cronológico. Ahora todos mis libros estarán en buenas manos y serán, en efecto, en Tusquets. Pero no se pueden hacer todos al mismo tiempo, sería mucho. Es parte de una estrategia editorial más grande que, obviamente, fue una de las razones de mi regreso a Planeta. Ellos me ven como un autor de integral, es decir, donde no solo importa la novedad sino el backlist, todo el resto de mi catálogo. Se dieron cuenta, yo también, que no todos los lectores leen en orden y que tampoco, en mi caso, es necesario. También hay lectores que han entrado por mis películas. Entonces la idea es no solo apostar a Mala onda. Que es, sin duda, mi novela más conocida, pero que, quizás, no es tan fundacional como se cree. De ahí surge la colección Maxi Tusquets, con una biblioteca para mis títulos y una estética propia. Le digo universo o, mejor, planeta. Esa es una frase de mi cinta Velódromo: “Bienvenido a mi planeta, no es grande, pero al menos gira”.
Sobredosis fue tu primer libro de cuentos, anterior a Mala onda. ¿Cómo recuerdas el período en que escribiste esos relatos?
Intenso. Sobregirado. Muchos cambios. Pasar de una etapa a otra. De un Chile a otro. Todo libro es, en parte, producto del momento en que se escribió. En ese sentido, Sobredosis bebe de esos tiempos. Me tocó la suerte de publicar a los pocos meses del retorno a la democracia y creo que eso se nota en el libro.
Dices que escribiste un cuento de Sobredosis luego de ver La ley de la calle de Coppola. ¿Crees que a la literatura chilena le falta más influencia de lo pop?
Eso de depende de cada uno. Para mí, el pop es literatura, es arte, es lo que hace la gente, la calle, más que lo que hacen las elites. No soy quién para recomendar lo que le falta a la literatura chilena. Tampoco me queda tan claro si, en cuanto a canon, soy del todo chileno. Mi lengua natal es el inglés. ¿Soy realmente chileno? Quizás no. Vivo acá, aunque todos dicen que no o creen que no. Escribo en castellano, pero la meta siempre es escribir en un idioma propio. Lo que sí tengo claro es que mis historias transcurren en Chile. De hecho, Tusquets siente que soy más pop (de ese país, de ese universo) que local. Al parecer, si vemos, no sé, los premios que les gusta otorgar, no lo soy. Fui alumno de Donoso pero dudo que gane el (Premio) José Donoso o el (Premio) Manuel Rojas. Sí creo que el país es pop y es un buen filtro para entenderlo. Me hace falta y me gusta mi novela nueva que es, creo, totalmente pop, lo que no me sorprende. Ahora si uno mira atento, se ve que hay bastante pop en la literatura actual. Quizás se ha leído más a Puig que a Fuentes.
Sobre Tinta roja. La publicaste luego de Por favor, rebobinar, libro que tuvo una recepción diferente a la de Mala onda. ¿Pensaste esa novela como una especie de revancha?
Todo libro es una revancha. Sobre todo, las novelas. Aunque yo veo a Tinta roja más como un intento de demostrarle a la crítica, y “los otros”, que podía escribir de otro modo, cambiar de tema y dejar de ser fuguetiano. Creo que erré. El libro es ultra mío. Y en la nueva portada se ve como conversa con Sobredosis. Lo pop no tiene tanto que ver con el género o el mundo en que se ambienta, sino en aquello en lo que uno se fija, en lo que se mira, en cómo uno se aproxima a la prosa y sus formas.
La novela recoge tu experiencia como reportero. ¿Cómo te llevas ahora con el oficio de periodista?, ¿qué cambió en la percepción del Alberto que escribió Tinta roja con el actual?
Ya no soy periodista ni reportero, tampoco columnista. Ahora si algo me llama la atención, tendrá que colarse al texto de ficción o a un libro o, si vuelvo a rodar, con el filme o documental. Ahora mi lazo es como consumidor de medios. Por cierto, echo de menos el papel. Yo soy de aquellos que creía que se podía usar el periodismo para escribir, para ensayar textos, para jugar con la prosa. De eso queda poco.
Una novela pulpa, comentas en el epílogo del libro. ¿Consideras que hubo un nexo con la literatura de EE.UU. y la tradición narrativa del Pulp?, ¿cuánto de eso fue consciente?
Más con la chilena, ojo. Todo fue en extremo consciente, aunque nadie se dio cuenta. O no quisieron. Si bien le puse pulp, por todo el ruido de Tarantino y el rescate de las novelas B yanquis. Tinta roja nació de una operación literaria que aparecía en la “Zona de Contacto”, quería apoyar a un tipo de literatura local que era mirada en menos o desechada por venir de la calle, de las barridas, de los zanjones y que no tenía grandes lazos con lo que se entendía por la literatura. Nuestra ficción pulpa, nuestra literatura autoeditada en papel roneo. Básicamente: Méndez Carrasco, Gómez Morel y El Río, y la obra de Luis Rivano, que fue mi guía y me pasó decenas de libros para ayudarme con Tinta roja. Rivano junto al Gato Gamboa presentaron la novela el 96. Tinta roja conversa descaradamente con una cierta sensibilidad de aquella literatura local que apareció en la década de los cuarenta a los sesenta, que miraba lo lumpen, los barrios, la noche. Por eso Simón Soto escribe de ella en la contraportada. Es el mundo del Matadero y de la antigua periferia. En cuanto a su ADN, la novela es una suerte de remix de mi propia experiencia en LUN con la novela El hombre que había olvidado de Carlos Droguett. Me parecía que había algo muy canónico en la idea de usar lo policial y el día a día de un diario para contar algo mayor.
Próximamente, el resto de la obra de Fuguet seguirá reeditándose en la casa editora trasnacional. “Poco a poco. Estoy recuperando, por suerte, todos los derechos. Ahora estarán en las manos correctas”. Esto incluye además a sus libros de no ficción y de cine. “Deseo que circulen libros agotados como VHS o Cinépata o Apuntes. Hay que decidir si son literarios o más pop, si merecen estar en otro sello, pero eso se irá viendo. Lo que me entusiasma es que un libro nuevo, una novela grande, provoque el interés en lo viejo, que, al final, son mosaicos de un mismo mural”. Además, se encuentra trabajando en una nueva novela, Ciertos chicos, con fecha para marzo de 2024, la que conformará la primera parte de una saga literaria.