Seguro que por su mente pasó toda su vida en unos pocos minutos. A las 13.14 del 22 de noviembre de 1963, el policía J. D. Tippit estaba patrullando las calles de Dallas cuando vio a un hombre en actitud sospechosa. En esos tensos minutos se estaba buscando frenéticamente al autor de los disparos contra el Presidente John F. Kennedy. Tippit paró al extraño, pero este le disparó tres veces con un revólver y lo remató de un cuarto tiro en la cabeza cuando ya estaba caído. Luego, huyó.
Quizás para no pensar en nada, Lee Harvey Oswald, 24 años, se metió a un cine. Por azar o no, la rotativa estaba proyectando el filme War is Hell, sobre la guerra de Corea. Cuando ya llevaba unos minutos, apareció la policía. Apenas los vio, Oswald se supo perdido. ¡No me resisto al arresto!, gritó. Y enseguida los oficiales fueron a él. Mientras lo esposaban, le comentaron el cargo que pesaba sobre él. “Tú mataste al Presidente”.
Hasta hoy, existe consenso en que Oswald, con un fusil Mannlicher-Carcano que incluía mira telescópica, habría sido el autor de los fatales tres disparos que hirieron de muerte al Primer Mandatario de los Estados Unidos. Para ello, se habría parapetado en una de las ventanas del edificio donde trabajaba, el Texas School Book Depository de Dallas, a un costado del camino que tomó el descapotable Lincoln X-100. A las 12.30 tiró a matar. Uno de esas balas destrozó la cabeza de “Jack”.
Oswald no había tenido una vida precisamente brillante. Oriundo de Nueva Orleans, nació el 18 de octubre de 1939, el mismo año en que Hitler invadió Polonia y dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. En su infancia, según consta en diversos medios, fue un muchacho retraído, pero que de alguna manera mostraba un interés por lo militar. De hecho, a los 15 años se unió a la Civil Air Patrol y a los 17 dio un paso más en serio: se alistó en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, es decir, la Infantería de Marina.
En los Marines se especializó fundamentalmente en operaciones de radar, que requirió una autorización de seguridad. Un documento de mayo de 1957 declaró que “se le otorgó la autorización final para manejar asuntos clasificados incluyendo la confidencialidad después de que una cuidadosa verificación de los registros locales no revelara datos despectivos”.
Sin ser especialmente destacado, Oswald fue destinado a Filipinas, ahí tuvo una serie de pequeños incidentes en su paso por los marines -incluyendo una pelea con un sargento- que le hizo perder antigüedad. Eso sí, por su cuenta comenzó a aprender ruso básico. Todo porque tenía un objetivo. El 11 de septiembre de 1959, recibió su baja de los Marines por dificultades en el servicio activo, alegando que su madre necesitaba atención. Fue colocado en la Reserva del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Luego, tomó sus bártulos y emigró a la Unión Soviética. Decisión nada menor considerando la época de la Guerra Fría.
De acuerdo al escritor Anthony Summers, autor del libro Not in Your Lifetime: The Defining Book on the JFK Assassination, apenas pisó Moscú, Oswald se dirigió directamente a la embajada estadounidense, donde dejó muy clara su adhesión a la causa comunista. “Puso un papel en mi escritorio y dijo: ‘Vine a revocar mi ciudadanía estadounidense. Solicité la ciudadanía soviética’”, contó, mucho tiempo después, el entonces cónsul estadounidense Richard E. Snyder citado por Summers.
En la URSS, Oswald residió en la ciudad de Minsk (hoy en Bielorrusia) donde consiguió un trabajo en una fábrica de radios, un buen salario y un cómodo apartamento en el centro de la ciudad. Ahí conoció a la que sería su esposa, Marina Prusakova. Con ella formaría una familia y tendrían dos hijos.
Sin embargo, intempestivamente en 1962, Oswald le dijo a Marina que quería regresar a EE.UU. Años más tarde, a Marina se le preguntó en la entrevista con la BBC por qué, en 1962, las autoridades soviéticas permitieron la salida de ambos. A todas luces, una decisión extraña considerando que Oswald había renunciado a su ciudadanía estadounidense.
“Bueno, aparentemente los rusos no lo querían allí. Porque les parecía que era un alborotador. Así que probablemente estaban felices de deshacerse de él. Y estaba regresando a su país de origen. Además, yo no era tan valiosa para los rusos “, declaró. Marina también negó que hubiese trabajado para la KGB.
Anthony Summers, en declaraciones a BBC también se mostró contrariado por ese regreso de Oswald. “La presteza con que lo recibieron de vuelta es muy extraña. Se entiende que estaba regresando a su país, pero aparentemente ni siquiera fue interrogado por los servicios de inteligencia, según afirmó la CIA inicialmente. Hay que recordar que cuando desertó, dijo que entregaría todo lo que sabía sobre los aviones espía U-2 a los soviéticos”.
Lo curioso, es que de vuelta en Estados Unidos, Oswald siguió declarándose marxista y actuando en consecuencia. Después de pasar por su natal Nueva Orleans e incluso unos días en México, Oswald se radicó en Dallas, donde le dijeron que había un trabajo en el Texas School Book Depository.
Tras el asesinato de Kennedy, Oswald alegó inocencia. Una y otra vez. Dijo ser una especie de Chivo expiatorio. Así se mantuvo y llegó la mañana del 24 de noviembre de 1963. Solo dos días después del asesinato, Oswald iba a ser trasladado desde la Jefatura de Policía de Dallas a la cárcel del condado. A las 11.20, mientras los fotógrafos tomaban las instantáneas, irrumpió un oscuro dueño de locales nocturnos de la ciudad conocido como Jack Ruby, y con un revolver calibre 38 se acercó a Oswald y le descerrajó un tiro en el abdomen.
Oswald cayó al suelo retorciéndose de dolor, y fue trasladado al Parkland Memorial Hospital, el mismo recinto donde estuvo Kennedy. Pese a los esfuerzos médicos, falleció poco después de las 13.00 horas. Ruby, fue enjuiciado y condenado a muerte, pero el proceso fue anulado. Mientras esperaba por otro, enfermó de cáncer y falleció el 3 de enero de 1967 a los 55 años. Por supuesto, nunca aclaró del todo por qué asesinó a Oswald.