“Muchas gracias para los chichineros”, dijo en un correcto español el líder de Blur llevándose el aplauso del público, como un niño que responde correctamente en un concurso, para luego arremeter con Goodbye Albert y su guitarra en espiral cortesía de Graham Coxon; uno de los buenos cortes de The ballad of Darren, el contundente regreso discográfico publicado este año por el cuarteto británico, motivo de su regreso a Chile en una gira que vive sus últimas fechas.
Tienen tanta confianza en las nuevas canciones, que seleccionaron media docena para presentarlas en la primera noche de Fauna Primavera en el Parque Ciudad Empresarial de Huechuraba, el mismo número de cortes elegidos del clásico Parklife (1994) cuando disputaban el trono del Brit Pop. Según datos de la organización, 15 mil personas arribaron al evento.
Diez minutos antes, el público había desenfundado miles de celulares para registrar el primer clásico de la noche -Beetlebum-, motivo también del primer karaoke. Aunque el volumen era más bien discreto, la banda se exhibió relajada, segura y dispuesta a bromear, sobre todo el carismático y desenfadado cantante. Se rió cuando le pasaron una guitarra acústica con la correa mal puesta, le dio un pellizco a Coxon mientras llevaba la primera voz, presentó en español al baterista Dave Rowntree y al bajista Alex James y dijo, entre risas, que este concierto y la fecha que resta (en Argentina) eran las últimas para siempre.
En los primeros 15 minutos, Coxon se exhibió como el rey de la distorsión y los sonidos recargados y crepitantes -St. Charles square, por ejemplo-, alternando con segmentos limpios y armonías vocales, reforzadas por Rowntree. Damon Albarn alteró ligeramente el fraseo de Parklife, otro pasaje de estribillo masivo que se repitió con más éxitos noventeros como Coffee & TV, End of the century y Country house, esta última acompañada de un coreográfico movimiento de brazos del público. Con Blur, todo sigue siendo encanto, incluso las canciones que el público desconoce.
Como antesala a los londinenses, fue el turno de la irlandesa Róisín Murphy. La ex miembro de Moloko se esmera y triunfa rotundamente ante el desafío del espectáculo total. Tanto la música como el elemento visual funcionan a la par, con la cantante ejecutando una performance que implica cambios de llamativos vestuarios, videos caleidoscópicos y lisérgicos, y el uso de una cámara en directo que replica imágenes en la pantalla gigante, secuenciadas con un ligero delay.
La música ejecutada por cinco multiinstrumentistas espectaculares, se mueve con asombrosa facilidad entre el electropop alimentado de jazz, funk, disco -incluso samba-, conducidas por la voz expresiva y teatral de Róisín Murphy, genuina heredera del sentido estético de Grace Jones y la teatralidad de Roxy Music, con material absolutamente moderno y seductor. Se fue con el público arriba y bailando gracias al hit Sing it back de Moloko.
Las californianas Warpaint disfrutaron de los últimos rayos del sol en medio de los cerros de Huechuraba, presentando su rock indie macerado por casi dos décadas. Las estructuras del cuarteto son poco ortodoxas y eluden los estribillos; dependen de un bajo hipnótico, ritmos cuadrados de batería con algún súbito cambio de cifra por parte de Stella Mozgawa, guitarras ligeras -a ratos inaudibles-, y la conjunción de sus voces en un fondo coral como una cofradía de hermanas, donde destaca el registro angelical de Emily Kokal. Un show más cercano a la corrección por los años de trayectoria, que a la sorpresa y el arranque.