Pet Shop Boys: bits y beats de la eterna juventud
Anoche con el Movistar Arena peligrosamente repleto, al punto que quedó gente fuera colmando los puntos de acceso a la cancha, los británicos ofrecieron un concierto brillante, entre los mejores de la temporada 2023.
Hay conciertos que envejecen rápidamente. Por ejemplo, los emotivos reencuentros con Blur y Pulp hace menos de una semana en el festival Fauna Primavera; semejaron esas reuniones de ex compañeros por Facebook donde todo es nostalgia, recuerdos y palpar que la juventud se marchó hace rato, para nunca más volver. En cambio anoche, una institución más antigua y de trayectoria contínua como Pet Shop Boys, armó una cita que rehuía la nostalgia a pesar de ser, básicamente, un show de grandes éxitos fraguados durante décadas, la mayoría en el siglo pasado.
Neil Tennant y Chris Lowe parecen haber encontrado la alquimia entre las máquinas, el garbo, los detalles kitsch y una electrónica imposible de ser fijada en algún punto determinado. El tiempo está a su merced; lo dominan y rehuyen su utilización, como un fácil recurso emotivo.
Con el Movistar Arena peligrosamente repleto, al punto que quedó gente fuera colmando los puntos de acceso a la cancha, los británicos ofrecieron un concierto brillante, entre los mejores de la temporada 2023.
Calentaron el ambiente antes de subir al escenario con una pieza instrumental que alternó unos bajos enormes con una ecualización cada vez más delgada, como una manera de adecuar el oído para la descarga sónica en las siguientes dos horas -el poder del beat subordinado a la melodía suprema-, hasta llegar a una especie de fanfarria acribillada por unos golpes enormes, empalmando con Suburbia.
La voz de Neil Tennant fue impecable y fiel a los originales desde la primera sílaba. Ambos vistieron sendos abrigos blancos como para una temporada en la nieve en un filme de espías, y símbolos ocultando sus rostros; parte de la parafernalia habitual de Pet Shop Boys, siempre conscientes de la necesidad de montar espectáculo visual extra, más allá de su presencia.
En Opportunities (let ‘s make lots of money), Tennant descubrió su rostro para sonreír plácidamente de inmediato, ante la reacción de felicidad del público. Su canto fue angelical y también enérgico, transmitiendo la vibra al gentío; una constante de la noche entre la reacción de la audiencia de diversos rangos etáreos, contando la tercera edad, y el pulso emitido por el dúo, y las variables de un espectáculo enriquecido de distintas formas.
“Buenas noches, somos los Pet Shop Boys”, dijo en español el vocalista, para luego presentar la programación de la noche como un maestro de ceremonias, haciendo gala de su dominio de la palabra como periodista de viejo cuño, su profesión antes de convertirse en una de las más grandes estrellas del electro pop de todos los tiempos.
Siguieron con un segmento que ha definido la carrera de PSB, como es el arte del cover. Partieron con Where the streets have no name de U2 en espectacular versión, en maridaje con el clásico sixties I can ‘t take my eyes off you, de Frankie Valli.
Continuaron con Rent, joya que Suede rindió con Neil Tennant en los 90, en una magnífica interpretación.
I don’t know what you want but I can’t give it any more de Nightlife (1999), fue recibida con menos entusiasmo. El ánimo se recuperó en So hard con sus golpes orquestales súper ochenteros, como los que usaban Los Prisioneros.
Vino un abandono breve del escenario con ruidos de construcción sometidos a una lógica musicalizada, hasta que aparecieron tres músicos extra entre percusiones electrónicas y máquinas como soporte. Neil y Chris regresaron con nuevos atuendos para el hit Left to my own devices.
El ambiente se tornó en fiesta carioca con Se a vida é (That’s the way life is), hasta los vítores de recibimiento para Domino dancing, coreada en modo estadio. “Muy bien”, comentó entusiasmado Neil Tennant, en uno de los momentos cumbre de la noche.
La fiesta continuó con New York city boys, coreada brazos en alto con las resonancias de un himno disco en la viciosa Gran Manzana de los 70.
En You only tell me you love me when you’re drunk, Neil Tennant se colgó una guitarra acústica, para ir bajando lentamente las pulsaciones del concierto en Love comes quickly, sin perder encanto y un toque sexi.
La discoteque volvió con You were always on my mind, una versión que compite con la intensa interpretación de Elvis. Sucedió un cambio de vestuario en Dreamland, unida a otro clásico como Heart.
What have I done to deserve this, el hit de 1987 junto a Dusty Springfield, inició un camino hacia una rave, hasta el remate con Go west seguida de It’s a sin, en una interpretación apoteósica.
En el bis, Pet shop boys arrancaron con West end girls, aquel primer éxito que entre 1985 y 1986 se convirtió no solo en un hit en ambos lados del Atlántico, sino en esa clase de canciones que gatillan infinitas influencias por su extraordinaria singularidad; un inglés pálido que fraseaba con habilidad hip hop y luego cantaba como un crooner.
El cierre, preciso, fue con Being boring.
Soñar no cuesta nada. Pet Shop Boys en alguna versión del festival de Viña, para recuperar una tradición que realmente vale la pena: que el número anglo tenga real peso; no la mera nostalgia con remedos, donde apenas sobrevive un original.
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