Estaba decidido a impedir que se discutiera la reforma agraria. Como miembro de las familias más conspicuas de Roma, el senador Catón decidió recurrir a una particular argucia. Como a un miembro del Senado no se le podía interrumpir el uso de la palabra, no encontró mejor estrategia que hacer uso de ella todo el día, el 1 de enero del año 59 a.C., para de esta forma bloquear cualquier debate. Sin embargo, Julio César encontró la manera de dar vuelta esta situación.
Hábil militar, pero también un político muñequero como pocos, Cayo Julio César es uno de los personajes más renombrados de la antigüedad, y es el personaje central de Maldita Roma (Ediciones B), la nueva novela del escritor español Santiago Posteguillo, el autor súper ventas que, como Umberto Eco o Ken Follett, se ha hecho un nombre en la novela histórica. Aunque lo suyo ha sido situarse en la Roma clásica.
Ágil y muy documentada, Maldita Roma es la segunda entrega de una saga de seis que se encuentra preparando sobre el personaje. Este año llegó a Chile la primera, Roma soy yo, donde veíamos los orígenes de César en su juventud. En aquella novela, César contaba 23 años, ahora lo vemos como un hombre de 42 que busca llegar a la isla de Rodas para tomar un curso de oratoria, pero es secuestrado por piratas, para posteriormente ser liberado. Luego lo vemos haciendo malabares políticos con otros tan duros y curtidos como él, como Catón, Pompeyo o Cicerón; después lo vemos en el inicio de la guerra de las Galias, en el 58 a.C. (que luego inmortalizaría en su célebre libro Comentarios sobre la guerra de las Galias); su auge como dictador y la aparición de una joven princesa egipcia que dará que hablar, Cleopatra VII.
Tal cruce de acontecimientos es algo que, según reconoce Posteguillo a Culto, fue complejo de abordar. “Diría que para escribir Maldita Roma lo más complejo fue encontrar una manera entretenida y sencilla de explicar todos los procesos electorales y la lucha política en el Senado de Roma”. Lo último no es una exageración, César pertenecía al bando de los populares, conocidos por impulsar reformas que repartieran la riqueza y el poder de manera más equitativa, como una reforma agraria y mayores derechos políticos. En el bando rival, estaban los optimates, descendientes de la aristocracia romana afincados en el Senado que se negaban a cualquier reforma. Durante la novela vemos cómo Julio César maniobra en aguas a veces turbias para sortear los obstáculos de unos opositores dispuestos a todo.
“Creo que ha quedado muy dinámica -añade el autor- con vibrantes sesiones en el Senado, con debates en que Cicerón y Catón se enfrentaban contra César, y al final, ha quedado una lucha con oratoria, maniobras y contramaniobras políticas. Pero ha sido un desafío contar el ascenso político de Julio César, que se inicia en torno al 69 a.C. con su entrada en el Senado y que culmina en el 58 a.C. cuando consigue la magistratura máxima de Cónsul de Roma”.
Posteguillo también reflexiona sobre las diferencias entre el César de la primera novela con el que aparece ahora. “Acá nos encontramos a un César más maduro, es un proceso en el que vemos que pierde la ingenuidad de la juventud y va entendiendo que cambiar el mundo es mucho más complicado de lo que imaginaba y que en ese ascenso a político las cosas dejan de ser blancas o negras para encontrar muchos grises. Nunca pierde sus ideales principales, pero sí empieza a plantearse hasta qué punto para conseguir sus objetivos políticos necesita recurrir a los métodos de sus oponentes, aunque sean cuestionables”.
Espartaco es otro de los personajes que vemos en Maldita Roma. El esclavo tracio que en el 73 a.C lideró una gran revuelta de gladiadores y esclavos desde la cocina misma del colegio de gladiadores. Sí, porque es el único lugar donde encuentran elementos cortantes para atacar a sus custodios y poder escapar. Narrar a ese personaje, tan reproducido en el mundo audiovisual, fue un desafío para Posteguillo, así lo comenta a Culto.
“Espartaco y César fueron contemporáneos, vivieron en la misma época. Incluso, en la famosa película de Stanley Kubrick -con Kirk Douglas haciendo del gladiador- aparece Julio César como personaje, aunque la gente no lo recuerde. Sin embargo, el foco de la película está en el gladiador y su rebelión. Eso aparece en Maldita Roma, pues narra cómo afectó a la vida de Julio César, cómo él veía a este personaje a quien -entiendo- llegó a admirar. Hay un cierto consenso entre los historiadores de que él participó de forma activa en la lucha contra Espartaco, bajo el mando de Craso”.
Como personaje, Espartaco no solo aparece como un estupendo combatiente y un líder natural para los suyos. También es retratado como un hombre sensible y culto. De hecho, en el imaginario de Posteguillo, Espartaco es un hombre que sabe hablar y leer en latín, y de hecho, se interesa por ciertas lecturas. Una de ellas, la historia de las Guerras Púnicas, en las que enfrentaron Roma y Cartago, bando en el que se destacó el general Aníbal. Para Espartaco, leer sobre cómo el cartaginés puso en jaque a la “Ciudad Eterna” le fue útil a la hora de planificar sus batallas.
Tras dos años de revuelta, el gladiador fue derrotado por las legiones romanas en la batalla del río Silaro (en la actual región de Calabria, al sur de Italia), en el 71 a.C. Fue una masacre, y Craso quería un botín: el cadáver del gladiador. Sin embargo, a diferencia de la versión fílmica, en la novela -y en la vida real- el cuerpo de Espartaco nunca fue encontrado. Hasta hoy, es uno de los misterios no resueltos de la humanidad. De hecho, Posteguillo cita la Historia de Roma, de Apiano: “El resto de su ejército [de esclavos] en el que ya reinaba el desorden fue abatido en masa, hasta tal punto que no fue fácil contabilizar el número de muertos, alrededor de mil entre los romanos, y el cadáver de Espartaco no fue encontrado”.
Como decíamos, la princesa Cleopatra VII, la hija predilecta del faraón Tolomeo XII, también hace su aparición en Roma soy yo. Claro que aún no se convierte en la poderosa reina de Egipto que conquistará a Julio César, primero, y a Marco Antonio, después. Hacia el 60 a.C., es todavía una niña sin más preocupaciones que las propias de su edad. “Le gustaba correr por los pasillos de la gran biblioteca. Coger una enorme velocidad y, cuando estaba en mitad de pasillo, dejarse deslizar con los pies desnudos por aquel mármol limpio y suave”, narra Posteguillo. Pero la futura soberana guarda una gran afición, la lectura. Es con su tutor Potino, y sobre todo con el sabio Aristarco de Samos, el bibliotecario de la señera Biblioteca de Alejandría, que la joven accede a la lectura de los clásicos de la Hélade. Esta influencia se explica porque la dinastía tolemaica, de donde venía Cleopatra, era de origen griego.
Griegos, romanos, egipcios, formaban el complejo mapa del mundo mediterráneo antiguo, ese que Santiago Posteguillo ha narrado en sus novelas. El español se ha hecho un nombre en la novela histórica, aunque eso sí, pone el énfasis de que en nuestro idioma el panorama es diferente al de otros. Así lo comenta en declaraciones recogidas por Culto. “Por parte de la academia, al menos en el mundo de habla hispana, no ha habido un esfuerzo por hacer divulgación histórica en el sentido que su nombre lo dice: divulgativo. Es decir, contar la historia de una manera muy accesible, algo que sí que es mucho más frecuente en el mundo anglosajón, donde personajes como Mary Beard se hacen populares haciendo ensayo divulgativo sobre el mundo clásico. En lengua hispana no es tan así”.
Literatura e Inteligencia Artificial
Como autor que goza de popularidad, le consultamos a Santiago Posteguillo su opinión sobre la Inteligencia Artificial. Con su hablar pausado, como la de un académico dictando cátedra, nos responde: “Es difícil todavía de cuantificar el impacto que pueda tener la IA en la literatura. Ha habido muchas invenciones que parecía que iban a desterrar antiguos usos y costumbres, como el libro electrónico, y miles fueron los titulares anunciado la muerte del libro en papel, sin embargo, sigue con gran fortaleza. El libro electrónico tiene una cuota de mercado, pero el libro en papel sigue. Otras invenciones como la Wikipedia o internet han cambiado la forma de documentarse y de trabajar, pero no ha desterrado la consulta a libros en bibliotecas”.
“La Inteligencia Artificial es un salto cualitativo y yo no sé hasta qué punto pueda modificar la literatura. Puede terminar siendo una herramienta que colabore con los escritores, es una posibilidad. Como herramienta nueva, también puede ser utilizada de forma inapropiada. Lo que sí creo es que habrá que hacer algún marco regulador. George R. R. Martin y John Grisham han denunciado a Open IA en el sentido de que no les parece razonable de que tenga sus libros en sus bases de datos y que pueda generar textos reproduciendo sus estilos literarios sin que a estos se les haya pagado. Por el momento, yo creo que hace falta un marco regulador para que no se vulneren los derechos de los escritores y escritoras de todo el mundo”.
“Creo que a la Inteligencia Artificial le falta el alma. Esos programas son muy rápidos, sin embargo, siempre están trabajando sobre lo previsible, cuando el gran secreto de cualquier historia es ese giro narrativo inesperado, ese es un tema que la IA no domina aún. Supongo que todo es programable, pero eso hace aún le falte cierto camino antes de llegar a lo que están creando los escritores”.