Hassan Emilio Kabande Laija -el mexicano Peso Pluma (24)-, promete una noche inolvidable. Habla del orgullo por las raíces -”nuestros putos corridos”, dice alzando la voz-, y se lanza con Lagunas, la tercera canción de la noche tras Rubicón y Zapata, integrantes de su álbum Génesis publicado este año, con el que el rey de los corridos tumbados se convirtió en una de las estrellas latinas de máximo apogeo, uno de los protagonistas del show del próximo festival de Viña del Mar.
Es el debut del mexicano en Santiago en el Movistar Arena la noche del domingo con la gira Doble P Tour. La estética del espectáculo huele a peligro, con la representación de una pandilla con pasamontañas en un video proyectado en un humilde telón blanco cubriendo el escenario, con resultados de baja resolución.
Los músicos de Peso Pluma se distribuyen; la música arranca y entra el mexicano. La energía es explosiva, contagiosa. La voz se explaya áspera como si mucho tequila y cigarrillo hubieran curtido su joven garganta; asoman bailarines, y los rayos de luces sincronizan con el ritmo endemoniado del contrabajo, dominante en todo el concierto.
En manos de Iván Leal, productor, arreglista y director musical del grupo de siete integrantes, el instrumento asume distintos roles. El azote de las gruesas cuerdas, semeja una base de percusión acelerada de gordos latigazos. A ratos, la ferocidad del ataque de Leal adquiría la velocidad del speed metal. Con intervalos, un bajo eléctrico complementó su labor, creando una muralla de sonido enriquecida con una guitarra acústica de 12 cuerdas, sometida constantemente a punzantes solos y enérgicos rasgueos.
La guinda de esta base instrumental completamente análoga y singular, es una sección de bronces hiperactiva -trombón, tuba y trompeta- con fraseos cortos y saltarines, coincidentes con el acento rítmico de la arquitectura de los corridos tumbados.
Precisamente ese énfasis -que toda la construcción musical de este género regional mexicano coincide, tal como el urbano, en el elemento rítmico-, es el talón de Aquiles del estilo. Ni la guitarra ni los vientos trazan melodías, sino que se suman al concepto percutado bajo un tempo y una cadencia que, en el fondo, es el de un vals acelerado.
La primera media hora de Peso Pluma, de un espectáculo dividido en dos partes, fue tan demoledora como representativa de una propuesta que finalmente funciona en torno a la repetición, una especie de mantra que contagia al público. De alguna manera, recuerda a la bachata, el tango y el blues, entre distintas expresiones tan encantadoras y auténticas como repetitivas.
A pesar del protagonismo de la banda y de la entusiasta interacción de Peso Pluma con sus músicos como una demostración de ego desprendido, el mexicano concentra la atención con energía constante, el ánimo de fiesta y parranda de sus canciones que celebran el crimen, la juerga, los amigotes, y el romance fugaz y carnal.
“Qué chingo canta Chile”, celebró, cuando el público, incluyendo unos cuantos niños, unía sus voces en multitudinarios karaokes.
Peso Pluma aplicó todos los recursos manidos para ganarse a la audiencia. Bajó hasta la cancha, cedió el micrófono, envalentonó varios “ceacheí”, mientras uno de sus músicos recurrió al truco de la camiseta de la alicaída selección.
Tras una pausa, arremetió con El Gavilán con el contrabajo en plan metralla. Siempre pendientes y El Azul fueron masivamente coreadas. La banda se retiró para dar paso al cuerpo de baile, con un breve segmento dedicado al urbano donde la pieza central fue Qlona, el single junto a Karol G con su voz obviamente envasada, en una demostración de la importancia radical de las colaboraciones en el presente del pop latino.
En la misma línea, presentó Music session #55, el sencillo junto al argentino Gonzalo Julián Conde, Bizarrap para el mundo, desatando un nuevo coro del Movistar Arena completo, extendido al turno de otro de sus grandes hits como Ella baila sola.
“En mi vida se me va a olvidar mi primera vez en Santiago de Chile”, aseguró la ascendente estrella mexicana hacia el final de la noche. Lo más probable es que la sentencia se repita una y otra vez en todas las ciudades de esta gira, como un marinero promete amor eterno en cada puerto.
Como apronte para el festival de Viña, Peso Pluma pasó sobradamente la prueba. Como novedad y divergencia en el menú musical hispanoamericano bajo el régimen autoritario del urbano, el mexicano refresca. Su ritmo acelerado de confección análoga, ofrece resistencia a una escena dominada por programaciones y máquinas. Hay algo de guerrilla y subversión en su propuesta, un camino divergente que agita la chatura del pop latino.