Durante la conquista de América, hubo una historia con ribetes novelescos pero que fue absolutamente real, la de Catalina de Erauso, más conocida como “La Monja Alférez”. Fue una novicia que a inicios del siglo XVII escapó del convento donde estaba recluida, en su natal San Sebastián, se hizo ropa de hombre, y se renombró como Alonso Díaz Ramírez de Guzmán. Prófuga, comenzó a vagar por España viviendo como fuese, tuvo su primer encarcelamiento por herir a otro hombre que intentó asaltarla y según sus memorias, en 1603 decidió viajar a América para iniciar una nueva vida.
En el nuevo mundo mostró un carácter pendenciero que la hizo estar nuevamente en prisión, e incluso, condenada a muerte, pero se salvó a último minuto. Estuvo en las actuales Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Argentina y Bolivia. También pasó por nuestro país, en Concepción, donde se enroló en la hueste del capitán Gonzalo Rodríguez, bajo cuyas órdenes peleó en la guerra de Arauco. Mostró una particular bestialidad, valentía y habilidad en la lucha que llamó la atención de sus pares. Se le confirió el grado de alférez, pero no ascendió más debido a las acusaciones en su contra por crueldad hacia los indígenas. Frustrada, volvió a vagar. En su camino, cometió actos vandálicos, mató, e incluso, asesinó en duelo a su propio hermano, Miguel de Erauso. Tras su periplo por América, regresó a España, donde el rey Felipe IV le mantuvo su grado militar y la autorizó a mantener su nombre masculino. Además, el Papa Urbano VIII la autorizó a seguir vistiendo de varón.
La escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara (55), siempre curiosa, llegó a esta particular historia a través de un cuadro. Así lo comenta a Culto desde España, donde reside. “Había en la casa de un antiguo amor una acuarela de Fermín Eguía. Mostraba a una persona en armadura en posición de asesinar a otra persona con una lanza. Abajo decía ‘la Monja Alférez’. Alférez no sabía que era un grado militar, así que en lo que a mí respecta era lo mismo que si hubiera dicho “Fernández”. Pero lo de monja y armadura me hacía ruido, me llamaba la atención. Entonces busqué información sobre ella y encontré su autobiografía, una especie de picaresca del horror, una prosa plana y a la vez vertiginosa que narra tanto su determinación extraordinaria como sus muchísimos crímenes y su participación en un genocidio afortunadamente inconcluso en la Conquista de la Araucanía. Acá están los mapuches aún resistiendo”.
Esa historia le disparó las ganas de escribir su propia mirada, y la concretó en una novela que acaba de llegar a nuestro país, Las niñas del naranjel, publicada por Random House. Acá, el protagonista se llama Antonio, un personaje que corresponde a Catalina de Erauso, quien es salvado de la muerte por acción de la Virgen del naranjel. Gracias a eso, huye y se lleva a dos niñas indígenas guaraníes que permanecían en un cuartel español en malas condiciones, Michi y Mitakuña. Además de las pequeñas, la particular hueste se conforma con dos monos que las niñas bautizan Tekaka y Kuaru (caca y pis en guaraní), una perrita a quien llaman Roja la llaman, además de la yegua Orquídea y su potrillo Leche. Al grupo lo sigue desde el aire un atento y amenzante jote. Todos huyen por la selva buscando un mejor destino y no ser atrapados por los hispanos.
Mientras huye, Antonio (o Catalina) escribe una larga carta a su tía, la priora del convento del que arrancó en España contándole su historia. El lector entonces, se encuentra con dos narradores, uno externo que cuenta la huida de la selva, y el mismo Antonio, quien relata su pasado. En la novela, no solo se queda con las anécdotas de Erauso, pues aborda la violencia contra los indígenas en la conquista y la depredación de la naturaleza y los animales.
Oriunda de San Isidro, provincia de Buenos Aires, Gabriela Cabezón Cámara es una autora imprescindible de la actual narrativa argentina. Ha obtenido el reconocimiento internacional sobre todo gracias a sus novelas La Virgen Cabeza (2009) y Las aventuras de la China Iron (2017), esta última fue traducida al inglés, lo que le valió ser finalista del prestigioso Booker Prize Internacional, en 2020. No es la primera vez que toma el relato del pasado para crear un artefacto narrativo. En Las aventuras de la China Iron hizo su propia versión del Martín Fierro, de José Hernández, con una mujer como protagonista, y donde también tocó el tema de lo transgénero y lo queer.
La autora reconoce a Culto que a la hora de escribir Las niñas del naranjel, hubo un cruce de intereses que debió manejar: “Confluyeron cosas: una especie de llamado de la selva (no se me escapa la cita) que estoy sintiendo. La cuestión de la Conquista, que me interesa en su aspecto histórico, por supuesto, pero también en el contemporáneo: sigue sucediendo. Y este personaje insólito, Antonio de Erauso, que de algún modo se armó en mi cabeza como una especie de embudo que unía todo”.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Largo y complejo, me demandó mucho pero mucho trabajo. Lo que me sale más fácil a mí es la primera persona fluvial, por así decirlo, medio barroca y desbocada. Eso está en la carta. Como la escritura es para mí una fuente de vitalidad, necesito no repetirme. La vitalidad cae si caés en una fórmula. Así que por eso, y por el deseo y la necesidad de sumar perspectivas, aparecieron el narrador en tercera y los diálogos con las niñas. Fue un proceso lento y exigente hasta que sentí que funcionaba una especie de música que unía todo. Una especie de sistema.
En otros de tus libros has hecho reescritura de una narrativa histórica tradicional, como en Las aventuras de la china Iron. Acá lo haces con la historia de Catalina de Erauso. ¿Crees en que se deben renovar ciertas miradas de la Historia?
No creo que se deba nada en literatura. Pero sí que viene muy bien desarmar cristalizaciones, cementerios de sentido que sólo le son útiles a los poderosos.
Sobre lo anterior, ¿crees que el revisar o reescribir ciertas miradas de la historia desde la literatura ayuda a incorporar otras voces que han sido dejadas de lado?
No sé si voces, pero sí perspectivas que fueron dejadas de lado o que son ignoradas o que son imposibles de conocer.
¿Qué fue lo más complejo al escribir esta novela?
Encontrar las múltiples perspectivas y los registros de lengua. Lo de las perspectivas era un deseo fuerte: poder contar un lugar desde muchas miradas bien diversas. Hablo de los personajes humanos pero también del jote, la yaguareteza, los monos, por momentos la selva misma. Suponer no sólo el punto de vista si no la intención o el interés de un animal fue todo un desafío. Pude construir imágenes pequeñas pero que funcionan en ese sentido, creo. Respecto de los personajes humanos, el registro de lengua y la música de cada uno es central para mí. De eso están hechos los personajes, en gran parte, eso es, para mí, una voz. En el caso de Antonio, con la extensa carta que le manda a su tía, quise hacer una especie de español que parodiara una cierta antigüedad, que sonara antiguo pero a la vez fuera fácilmente legible. En el caso del narrador, quise que fuera contemporáneo, que su punto de vista no fuera el mismo que el de los personajes. En el caso de las niñas, que hablaran una lengua que remedara de algún modo alguna tonalidad guaranítica.
Michi y Mitakuña hablan en porteño, pero también alternan palabras en guaraní. ¿Por dónde pasó esa decisión de mezclar esos lenguajes?
Intenté que sonaran de algún modo a guaraní o por lo menos al habla de algunos grupos paraguayos de origen guaranítico. Esto, también, pensando en función del contraste con los otros registros de lengua de la novela.
¿Qué te propusiste cuando comenzaste a escribir esta novela?, porque no es una novela histórica típica, más bien, es un artefacto muy literario.
Me propuse una introspección hecha de muchas otras voces que no son mías, una especie de paradoja pero, para mí, escribir es eso. Algo así como dejarme atravesar por algo mucho más grande que yo. Algo que no controlo, que da cuenta de perspectivas y sentidos que no necesariamente domino. Por supuesto que en algún momento tengo que imprimirle una forma a eso. Pero sigo sin controlarlo. Creo que la literatura también es esto.
En la novela también se muestra la violencia contra el indígena y la naturaleza, por lo que trasciende al mero relato anecdótico de las aventuras de Antonio. ¿Te interesaba poner en relieve esas dimensiones?, ¿fueron surgiendo con la escritura?
Sí, me interesaba. Es en este sentido que digo que la Conquista no terminó nunca, que sigue. Los estados latinoamericanos son colonizados: obedientes, dedicados a la producción de materias primas, al extractivismo más feroz con el consiguiente sacrificio de pueblos y ecosistemas enteros. Y son, también, nuestros estados, coloniales: los pueblos originarios son concebidos como sacrificables, como vidas que valen menos, una especie de humanidad fuera de la humanidad.
Aparece la virgen del naranjel, a quien se le atribuye un milagro salvando a Antonio de la muerte. De alguna forma es un nexo con la religiosidad popular, ¿cuál es tu propio vínculo con esas creencias?
No creo. Pero entiendo perfectamente la necesidad de amparo. La virgen es una figura, además, un poco especial dentro de las creencias católicas: fue incorporada al sistema de la divinidad tarde, en la Edad Media. Y queda medio suelta ahí, al lado de esa santísima trinidad difícil de entender. Por otra parte, poco y nada dice en los evangelios. Me encanta que le haya dado por hablar, que los creyentes le hayan creado una voz, tanto en los últimos siglos.
En otro ámbito. ¿Qué piensas de la Inteligencia Artificial?
No creo que ponga en riesgo la creación de los escritores. En todo caso, el acceso a publicación. Pero no estoy segura, imagino que habrá una literatura de autor y otra de máquinas. Creo que pone en riesgo la idea de trabajo, eso sí. Y, como suele suceder, eso podría ser muy bueno si se reparten las riquezas y tenemos toda la vida libre para dedicarla al tejido del amor y de las inquietudes vocacionales. Pero tiene pocos dueños la IA, ¿verdad?
¿Qué opinas de Javier Milei, el presidente electo de Argentina?
Que es un presidente de ultraderecha, más alineado con la política exterior de Estados Unidos que Estados Unidos mismo. Aboga por el más cruel de los capitalismos. Lamentablemente, veníamos tan mal como para que la propuesta de la crueldad permee en la sociedad. Creo que el optimismo es una posición política, igual que la alegría. Así que te voy a decir que espero que podamos construir algo mejor y más representativo que lo hemos construido hasta ahora, aun dentro de la oscuridad que nos está envolviendo.