Para Camila Sosa Villada, una de las escritoras más populares y seductoras de la escena literaria argentina, era importante comenzar a hablar del futuro. Esa es una de las cosas que más han cambiado desde su exitosa irrupción en el mundo editorial con Las malas (2019), y que hoy marca una nueva etapa en su escritura.

“Supongo que hoy tengo un poco más claro hacia dónde quiero ir, qué quiero conjurar con la literatura, qué tipo de advertencias quiero hacerme”, confiesa la argentina a Culto desde su casa en Córdoba, en la tarde de un caluroso día primaveral. “Y finalmente, supongo también que Soy una tonta por quererte (2022) y Las malas son novelas sobre el pasado, salvo el cuento Seis Tetas. Son escritos que tienen que ver con el pasado. Y Seis Tetas y Tesis sobre una domesticación (2023) -su más reciente novela- posiblemente tienen que ver con el futuro”.

Es un lugar hacia el que quiero ir, una advertencia que me quiero hacer, también. Sobre todo en el trabajo con la palabra, con la música de la palabra”. En su primera novela, Camila escribía sobre las historias que, de alguna u otra forma, habitaban en su pasado: un retrato del mundo profundo de las travestis que se prostituyen en las calles cordobesas.

Camila Sosa Villada. Foto: Alejandro Guyot.

Y aunque mantiene esas vivencias como una parte ineludible de su biografía, la protagonista de Tesis sobre una domesticación vive una realidad distinta, proyectada en el futuro exitoso de quien superó todas las barreras que la sociedad impone para ellas. “Tenía un poco de miedo porque a la gente le gusta leer que sufrimos. Pensaba ‘vos, cuando leas Tesis, vas a pensar ‘esta mina no sufre, lo dejo’. Pero como sí sufre y si son transfóbicos les encanta ver que ella sufre, pues ha tenido una buena llegada”, cuenta la autora sobre el recibicimiento del libro.

Pero al margen de cualquier análisis, lo cierto es que la acogida ha sido muy positiva. “La gente está feliz. Anoche me mandó un audio de Graciela Borges diciéndome que estaba leyendo el libro y estaba fascinada. Todas las actrices argentinas a las que le llevo el libro, encantadas”, revela. “No sé, se ve que fue bueno el pase a dejar de hablar del pasado y pasar a hablar del futuro, casi como de una ciencia ficción, además. Es como si la protagonista fuera probando todas las instituciones que le dijeron que valían la pena. El amor, la familia, el trabajo, el éxito, la casa propia, etcétera. Se atrevió a mucho más. Y eso no deja de dolerle”.

Un mundo sin glamour

El teatro es otra de sus vocaciones. Allí, su momento favorito son los ensayos, esos 15 minutos de soledad en el camerín que facilitan la concentración previa que se requiere antes de subir a las tablas y actuar. “Ponerse cómoda y poder aprobar con el cuerpo lo que vas a tener que hacer después, cuando cobres una entrada. Al escribir me pasa lo mismo. El momento es la escritura”, compara.

Por consecuencia, el resto de actividades asociadas al oficio -las firmas de libros, los foros, entrevistas y más entrevistas- representan un proceso que Villada define como “un poco tortuoso”. “Hasta cierto punto es una forma de sufrimiento. Es decir, tener que defender un libro, tener que defender un personaje, tener que demostrar, sobre todo en mi caso”.

Después de Las malas tuve que demostrar que era una escritora. Y me pasó lo mismo en el teatro. También tuve que hacer lo mismo porque hice una primera obra que fue como un gran éxito. Entonces, durante mucho tiempo tuve que demostrar al público que sí estaba siendo actriz, que sí sabía de lo que estaba hablando, que sí sabía lo que estaba haciendo. Y ahora me pasó un poco eso con la escritura, te digo la verdad. El momento más lindo es escribir, las idas y vueltas con tu editor, tu editora, imaginar esa criatura, hasta dónde va a llegar. Una vez que sale ya deja de ser todo como era”.

Camila Sosa Villada. Foto: Alejandro Guyot.

- ¿Y qué te pasa con esto, con las entrevistas, la promoción, conversar con los medios?

Esto es el trabajo, esto es trabajar. Tengo una amiga que es locutora en Radio Nacional Córdoba, acá, a unas cuadras de casa. Ella dice ‘bueno, yo llego a la radio, marco, qué sé yo, salgo al aire, pero eso no es el trabajo. El trabajo es tomarme el colectivo todas las mañanas’ -dice entre risas-. Un poco eso pienso yo también. Este es el trabajo. Ir a una feria del libro es el trabajo, el almuerzo de trabajo con los editores, las desavenencias que se pueden tener en el trabajo, etcétera. Todo eso que ya no es escritura. Pero sí me cansa mucho, se lleva mucho tiempo de mí.

En un momento la responsabilidad era con un colectivo, porque yo no quería hacer ni decir nada que perjudicara a otras travestis. En Soy una tonta por quererte también, aunque ya ahí empezó como a aparecer una luz al final del túnel. Porque hay un par de cuentos que merecen cierta atención o un respeto literario. En Tesis me parece que ya estoy jugando por mí misma. Es decir, que ya estoy hablando solo por mí, que es peor que tener responsabilidad por un colectivo.

- En algún momento comentabas que también son muy distintos estos mundos, el de la actuación y la industria editorial. Que, por ejemplo, este último carece totalmente de glamour...

Y el teatro también, ¿eh? -confiesa, igualmente con una risa juguetona-. El glamour lo tienen las prostitutas, lo tienen las travestis. No hay glamour. Y debo haberlo querido decir porque sí, las escritoras y los escritores se visten tremendo... No hay sex appeal, no hay cojinche. Yo, por ejemplo, voy a una feria del libro, no sé, pongámos a la Filbo, en Bogotá, y encontrar uno cojible es tan difícil. Pero no porque sean feos o porque sean lindos, sino porque se lo toman tan en serio.

¿Qué clase de persona quiere acostarse con otra que se ponga tan en serio? Pero igual en el teatro pasa exactamente lo mismo. No sé dónde está el glamour. Ahora estoy fascinada con los TikToks de los albañiles que hacen esos delirios, tipo ‘¿Por qué tardará tanto la obra? ¿Por qué tardarán tanto los albañiles?’. Eso es. El glamour debe estar ahí, en otros lados. Estuvo en alguna época en el rock. Lo que pasa es que ahora el rock no sabemos a dónde está.

- Además, es uno de los oficios más atiguos...

Es un oficio muy antiguo. Y un oficio que cambió la historia de la humanidad para mejor. Eso no se puede olvidar. Pero tampoco podemos negar que durante muchísimos años toda la práctica literaria estuvo regida por hombres de determinada clase social, con determinado tipo de educación. Las librerías tenían a las escritoras al fondo, abajo, donde no las encontrara nadie. Editaban muy pocos ejemplares de las minas que estaban siendo interesantes, que estaban diciendo algo.

Ahora se habla un poco sobre el boom literario latinoamericano de las escritoras. En algún momento lo creí, estuve de acuerdo. Pensé ‘bueno, sí, esto es verdad’. Pero eso, más que boom, es una moda de la que solo se aprovecha el mercado editorial. No se aprovecha la palabra de eso. Es decir, el centro que produce la palabra escrita por una mujer no está siendo aprovechado por las mujeres, sino por los CEOs de las editoriales.

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Camila Sosa Villada

Sin embargo, y a pesar de todos esos contras, Villada agradece la visibilización que hoy tienen las escritoras. “Se agradece llegar a los ojos de lectores que nunca jamás hubieran leído una mujer. Me acuerdo de cuando salió Las Malas. Juan Forn me decía que había recibido muchísimas críticas de gente que lo había leído; comentarios de chicas, de minas y de gays, pero de ningún escritor heterosexual”.

“Él es escritor y lo leían mucho. Yo entré por la puerta grande. A mi la puerta me la abrió Forn. Y aún así. Pero bueno, no se puede negar que durante muchos años perteneció a ese circulito muy cerrado, muy chiquito, en el que, salvo algunas minas, porque realmente eran muy inteligentes, porque eran muy buenas también, pudieron meterse y hacer algo con eso, como el caso de Joan Didion o de Gabriela Mistral. Si no, seguiríamos leyendo bigotes hasta el día de hoy. Aunque hay escritoras bien bigotudas también”.

De todas formas, reconoce que sí hay autores que se salen de esa norma. Entre ellos, los chilenos Óscar Contardo y Pedro Lemebel. “Óscar es inteligente. Ay, yo no sé si se lo tomará bien o mal, pero a mí me parece un putifino. Y putifinos ya no quedan, ya no nacen, no sé dónde están. Hace mucho que no conozco un putifino como él. Es un placer su conversación, su compañía, su libro. Quiero ser su amiga, me parece inteligente, me parece divertido, me parece cínico, me parece también que hace algo político”, confiesa sobre el escritor, con quien compartió en el marco de la Catedra Abierta en Homenaje a Roberto Bolaño organizada por la Universidad Diego Portales.

Además, cuenta que las redes sociales de Contardo le permiten mantenerse en sintonía con lo que sucede en la política local. “Es muy curioso cómo él encara la realidad chilena. En algún momento a mí me sedujo mucho la figura de Boric. Entonces, para mí Boric era la bomba sexual de la política latinoamericana. Tenía un sex appeal total. Enamorada, era un oso. Y veo a Óscar y cómo pone el ojo. Es un trabajo muy difícil de llevar a cabo, y él se atreve a hacerlo. Se arriesga a perder, cosa que es admirable también”.

- Pedro Lemebel es otra de las figuras disruptivas de la literatura chilena. ¿Cómo lo ves tú?

Él era un cantante. Él cantaba cuando escribía, no hay muchos así, no sé cuántos lo lograron. Creo que Bernard-Marie Koltès, un poco. ¿Quién más? Cuando escribía, cantaba. Su voz, sus frases, su puntuación. Era una canción, y eso es muy maravilloso. También creo que me detestaría. No sé por qué me imagino que no me querría. Tenemos a Fernando Noy en común, por ejemplo. Y con Fernando se llevaba de maravilla. Pero, viste, esos tipos tan brillantes, tan lúcidos, tan adelantados, tan 30 años adelante de todo, siempre intimidan un poco. Siempre tengo la sensación de que voy a quedar como una tonta.

La soledad y el desencanto

La actriz que protagoniza la última novela de Villada está atravesada por el desencanto, por esa nostalgia que dejó un mundo prometido que nunca llegó. Una sensación que también está presente en la vida de la autora.

Es una desilusión muy grande en torno a una promesa que hicieron, a un mundo que prometieron, y que se cansaron de prometer, además”, explica. “Lo vienen prometiendo hace tanto. Se lo prometieron primero a los judíos. En toda la historia de la literatura, incluida la Biblia, está el mensaje de una tierra prometida. Imagínate, una promesa como esa a personas como lo fui yo en su momento, hija de gente pobre, amiga de gente pobre, parada en una esquina o asomada al balcón de la pensión esperando que pase algún cliente, vendiendo mi cuerpo por lo que fuera, por lo que se pudiera en ese momento porque era necesario pagar algo, porque estaba enferma, porque necesitaba plata para algo”, recuerda.

Todas, situaciones que terminan configurando una sensación constante de no pertenencia: “Además es ser un ejemplar extrañísimo de mi generación. Primero, por haber sobrevivido, y después por haber cruzado una suerte de frontera invisible que había entre nosotras y la gente. Y notar que todo lo que habían prometido era una porquería, que yo tenía que seguir enfrentando con gente ignorante, que yo tenía que seguir peleando por el pan nuestro de cada día con sangre, sudor y lágrimas. Que tenía que encontrarme con un mundo que se está quedando sin agua, donde hay gente que reivindica al nazismo, gente que reivindica las dictaduras, gente que reivindica masacres”.

“Vos decís ‘¡Ah!, ¿Esto fue lo que prometieron?’. A partir de esa enorme desilusión yo escribí Tesis, y el otro punto de partida fue Las malas. Yo lo quería era hablar del futuro de ellas, contar que alguna de esas malas pudo cruzar al otro lado. Y que no le fue tan bien como se pensaba”.

Camila Sosa Villada. Foto: Alejandro Guyot.

- Teniendo en cuenta todo eso, ¿Cómo es tu relación con la soledad?

Con la soledad me llevo bien. Sí me sucede un tipo de soledad que es sentir que no soy parte de nada, que no pertenezco, hasta cierto punto huérfana. Mis viejos estaban ocupados en otra cosa. Casi todas las cuestiones que tuvieron que ver con mi cuerpo las tuve que aprender sola porque no las podía preguntar en la escuela, no las podía preguntar a mis padres. Las cuestiones del amor, del enamoramiento, las cuestiones de la economía, del trabajo sexual, todas esas cosas las tuve que aprender, no tenía nadie a quien preguntárselo.

E incluso cuando yo me acercaba a las travas de mi generación les parecía muy distinta. Porque iba a la facultad, porque hablaba de cosas por las que ellas no tenían intereses. Pero a la vez estaba en la facultad y tampoco era parte de eso. Y a la vez estaba en mi casa con mi familia y tampoco formaba parte de eso. Esa soledad solo se rompía en las ocasiones de la amistad bien entendida, de la verdadera amistad. Y sigue siendo así. No ha cambiado.

Tesis sobre una domesticación, novela de Camila Sosa Villada (TusQuets)

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