Columna de Marisol García: Músicos en colapso mental
Desde hace un tiempo, varios músicos famosos han hecho públicos sus problemas de salud mental en entrevistas, documentales e incluso cartas abiertas.
Cada ambiente laboral tiene sus particularidades. Un periodista británico quiso tomar nota de cómo se trabaja haciendo música para las masas, y lo que empezó siendo gracioso (“si se te acaba el alcohol te traerán más, pero si pides una fruta la cosa se complica”) terminó en un diagnóstico preocupante: “Hay algo que falla sistemáticamente en el mundo de la música y hace que la gente enferme”, concluye Ian Winwood en Bodies. Vida y muerte en la música (2023), la primera investigación específica sobre rockeros y salud mental.
Los testimonios van allí en primera persona singular, pero en verdad hablan de un sistema mayor, demandante y codicioso hasta lo inhumano, tan patologizante como impune. Naturalizamos que nuestras estrellas sufran desvaríos, pierdan el control de sus impulsos y calmen su rifirrafe mental con narcóticos 24/7. Es más: en pocos campos creativos como en la música el trastorno puede usarse como rasgo de carácter. Que un ídolo joven quede fuera de juego -inserte aquí el apellido que prefiera: Cobain, Barrett, Winehouse, Curtis, Morrison- alimentará más la (rentable) leyenda que la compasión.
Desde hace un tiempo, sin embargo, varios músicos famosos han hecho públicos sus problemas de salud mental en entrevistas, documentales e incluso cartas abiertas.
“Es para mí un esfuerzo diario regular mi sistema nervioso para no entrar en pánico frente a circunstancias que a muchos les parecen situaciones normales de la vida”, ha escrito por ejemplo Lady Gaga sobre su estrés postraumático. Poco después nos enteramos que ese adulto de apariencia imperturbable que es Bruce Springsteen carga con una historia familiar de esquizofrenia paranoide.
Y así con James Blake, Janet Jackson, Billie Eilish, Pink, Michael Stipe… poner en palabras las demandas de la fama, la competencia extrema y la vida en gira es una forma de resistencia contra una industria que por décadas quiso hacer parecer el descontrol psicológico como la seña romántica de un talento atormentado, sin importar el costo ni hacerse cargo de su responsabilidad al respecto (emblema de lo cual debe ser Sinéad O’Connor, la pérdida musical más triste de este año).
Entre los pocos textos públicos firmados por Claudio Arrau, hay un artículo suyo en inglés de febrero de 1967 para la revista High-Fidelity, de profundidad y vigencia iluminadoras.
En “A performer looks at psychoanalysis”, el célebre pianista alude a cómo la terapia psicológica resulta el mejor modo de desarrollar la intuición de todo artista: “Con frecuencia, mis amigos y alumnos me han oído decir que en mi escuela ideal de música el psicoanálisis sería materia obligatoria en el programa de estudios […] para enseñar al joven artista las necesidades e impulsos de su psiquis, y ayudarlo a conocerse en una etapa temprana […]. Tensiones y limitaciones, una vez entendidas, conquistadas o sublimadas, son importantes y no necesitan borrarse, pues son precisamente éstas las que aportan intensidad al proceso creativo y constituyen una fuente vital de poder creativo. Lo que el psicoanálisis puede hacer es eliminar las limitaciones del miedo; el miedo a ser único o a no serlo, pues la verdad es que todo artista que en mayor o menor medida es un artista verdadero, es único”. Eran, las suyas, palabras desde la propia experiencia.
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