Columna de Marcelo Contreras: Myriam Hernández, como una piedra rodante
Su envergadura artística que combina la vieja escuela, las numerosas colaboraciones con los más grandes de la canción latina y, sobre todo, el portentoso cancionero del que además es compositora, permitieron aminorar los eventuales daños a su figura cuando participó en la campaña de Joaquín Lavín en 1999. Es una de las escasas estrellas musicales asociadas a la derecha en el país, sino la única, que goza de respeto transversal.
“Mirábamos en 360º lo que pasaba”, observó Luis Jara al conocer a Myriam Hernández. Como preadolescentes, orbitaban diversos programas de televisión intentando abrirse camino a través de la canción pop y los espectáculos, cuando prácticamente no existía la actividad artística en el medio fuera de la pantalla chica, producto de la dictadura y las restricciones a la vida nocturna.
Si contemporáneas como Soledad Guerrero, Andrea Labarca o Irene Llano se acostumbraron tempranamente a la comodidad bien pagada de grabar semana a semana algún insípido cover para Sábados Gigantes, Myriam Hernández superó la etapa y proyectó material propio. A medida que el ecosistema en torno a Don Francisco comenzó a desmoronarse por la internacionalización en Miami en la segunda mitad de los 80, dejando un reguero de artistas huérfanos y resentidos, fue la única figura de aquella camada en asumir seriamente que debía forjar un cancionero propio de aspiración internacional.
Entre 1988 y 1994 Myriam Hernández fue una máquina imparable de éxitos con cuatro álbumes que llevaron solo su nombre; una seguidilla de clásicos románticos como Ay, amor, El hombre que yo amo, Te pareces tanto a él, Peligroso amor, Un hombre secreto y Se me fue, entre varios singles perpetuados en la memoria colectiva.
Esos hits la convirtieron no solo en la máxima estrella de la balada chilena de todos los tiempos, sino que abrieron ruta para conquistar progresivamente Latinoamérica hasta el nicho hispano en Estados Unidos, donde su álbum debut se convirtió en uno de los 20 más vendidos de 1989, según Billboard. La maniobra incluyó el siempre difícil mercado argentino. Hasta hoy, sobre todo al interior del país vecino, Myriam Hernández es una figura reconocida.
En 1998 retomó los lanzamientos discográficos, en una especie de segundo aire tan productivo como sus inicios. La monumental Huele a peligro del álbum Todo el amor, publicado aquel año, demostró reinvención con un look más atrevido, que siguió perfilando en + y más (2000), Huellas (2004), Enamorándome (2007) y Seducción (2011).
Entre medio, desplegó caminos paralelos en el entretenimiento, a la usanza de los más grandes de la industria. Convertida en locuaz conductora, animó el Festival de Viña durante cuatro años.
Cuando la curva de su trayectoria prometía una etapa de reconocimientos y administración del catálogo en giras espaciadas, incluyendo un Grammy latino a la excelencia musical entregado el año pasado, Myriam Hernández sigue produciendo música a la altura y contingente, como lo demostró Sinergia publicado en 2022, los singles de los últimos meses como adelanto de un nuevo trabajo, y álbumes navideños.
Su envergadura artística que combina la vieja escuela, donde los artistas se relacionaban con la prensa comprendiendo y respetando el trabajo de ambas partes, las numerosas colaboraciones con los más grandes de la canción latina de distintas generaciones y, sobre todo, el portentoso cancionero del que además es compositora, permitieron aminorar los eventuales daños a su figura cuando participó en la campaña de Joaquín Lavín en 1999. Es una de las escasas estrellas musicales asociadas a la derecha en el país, sino la única, que goza de respeto transversal.
Distinguida esta semana como Figura fundamental de la música chilena junto a la Sonora de Tommy Rey por la SCD, Myriam Hernández podría tripular presente y futuro, administrando tranquilamente el pasado. A cambio, sigue componiendo, filma videos, y gira en Chile y el extranjero como una piedra rodante, atenta en todas direcciones.
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