J. A. Bayona venía de hacer un par de proyectos de enorme envergadura. El cineasta español se hizo cargo de la segunda parte de la saga Jurassic World (Jurassic World: El reino caído, 2018) y realizó los dos primeros episodios de la ambiciosa serie que trajo de vuelta a la pantalla el mundo de El señor de los anillos (El señor de los anillos: Los anillos de poder, 2022), consolidando su nombre en la primera plana de la industria estadounidense.
Ese fue el preámbulo a finalmente poder materializar una idea que lo venía acechando desde hace al menos una década: una película sobre el accidente que sufrió el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en octubre de 1972 en la Cordillera de los Andes, tomando como referencia el libro que el escritor y periodista Pablo Vierci publicó en 2008. El director de El orfanato (2007) quería filmar esa historia en idioma español y con altos valores de producción, un requerimiento que dificultó su financiamiento. Después de años de recibir respuestas negativas, la compañía que permitió que el largometraje viera la luz fue Netflix.
La plataforma de streaming también estuvo de acuerdo con la idea que tenía respecto al elenco. En vez de apuntar a grandes estrellas, Bayona quería seleccionar a sus protagonistas a partir de un casting entre actores uruguayos y argentinos, rostros frescos para encarnar a los tripulantes de la nave que originalmente viajaba desde Montevideo a Santiago.
Convencido del desafío que había detrás de expresar el frío, el hambre y la soledad que padecieron los protagonistas de la historia real, planificó un extenso período de preparación. Y si los sobrevivientes estuvieron 72 días en el lugar, el rodaje duró 140 días. De esa manera, La sociedad de la nieve se hizo realidad tal como lo proyectó.
“Imagínate la cantidad de cosas que te van pasando a lo largo de tanto tiempo. La parte intensa fueron cuatro meses, todos los días, de lunes a sábado. La historia es compleja, atraviesa muchas cosas y la filmamos de manera lineal, por lo que en parte ibas viviendo el proceso que ellos vivieron”, detalla a Culto el uruguayo Enzo Vogrincic, quien interpreta a Numa Turcatti, el narrador de la cinta.
El actor explica que en ocasiones el reto era físico –apetito, pérdida de peso, incluso fiebre– y en otros momentos era emocional y mental. “Cada día vas viviendo cosas muy diversas, porque la historia es inverosímil. Son escenas que no te suelen tocar para actuar. Este contexto, con estas características, pasó una sola vez en toda la historia de la humanidad. Es muy especial”, añade.
Coincide el argentino Agustin Pardella, quien encarna a Nando Parrado. “La combinación de todo lo que estabas transitando te terminaba ayudando”, asegura. Con una pizca de humor, dice: “Hubo tiempo para pasarla mal en distintos aspectos”.
El rodaje se desarrolló mayoritariamente en una estación de esquí de Sierra Nevada (Granada, España). Allí, a cerca de 3.000 metros de altura, el equipo comandado por Bayona levantó tres réplicas del fuselaje del avión y usó nieve real, así como también cinco tipos diferentes de nieve artificial. Aunque había escenas en interiores, gran parte del trabajo estaba sujeto a las inestables condiciones meteorológicas de la zona.
En la recta final de la producción, cuando las energías flaqueaban, se trasladaron a Chile. “Había algo emocional muy vivo de estar en el lugar. Es muy imponente, te da miedo”, señala Matías Recalt (Roberto Canessa), quien rodó en Los Maitenes. “Después de haber filmado todo, estar ahí nos permitió entender mucho más que antes”, agrega.
Enzo Vogrincic aporta una anécdota sobre las grabaciones en el Valle de las Lágrimas, donde ocurrió el accidente hace cinco décadas. “El Valle te produce esa misma sensación de inmensidad. Nosotros estuvimos dos noches ahí y cuando nos fuimos al otro día cayó una avalancha donde estaba el campamento. Realmente era un lugar peligrosísimo”, indica. “Ahí la vida no existe. Es todo silencio. Es muy imponente”.
Luego de esa experiencia transformadora, el elenco se terminó empapando de la visión de los protagonistas. “Una vez que cruzas el umbral de la muerte, ya no hay nada que te pueda detener; lo cruzas y te das cuenta de que sigues respirando, sigues teniendo hambre y te sigues moviendo, aparece la dicotomía respecto a de qué manera tengo que elegir morir. Nando me ha dicho: a mí me salvó la manera en la que elegí morir, que fue caminando”, cuenta Pardella.
“Aprender a morir quizás es entender que es un lugar de paz, que es lo que creo les pasaba a ellos en la montaña. Tras pelear tanto, hay un momento en que se termina ese calvario”, opina Recalt. “Lo triste y lo feo de la muerte es para quienes se quedan. Pero estaría buenísimo empezar a aceptar más la muerte”.