Natalia Ginzburg se sorprendió con la noticia que impactó al mundo. El 5 de septiembre de 1972, mientras se desarrollaban los Juegos Olímpicos de Munich, un comando del grupo terrorista Septiembre Negro -una facción de la Organización para la Liberación de Palestina- secuestró a nueve atletas de la delegación de Israel. A cambio de su liberación, pidieron la excarcelación de 234 prisioneros alojados en cárceles israelíes y de los fundadores de la Fracción del Ejército Rojo, Andreas Baader y Ulrike Meinhof, presos en Alemania.
Sin embargo, la primera ministra israelí, Golda Meir (”la dama de Hierro”) se negó a cualquier negociación y se planteó una solución militar. Intentar un rescate de los rehenes. Sin embargo, la situación solo empeoró, ya que en el operativo desplegado en el aeropuerto de Munich no solo no se logró liberarlos, sino que los nueve atletas fueron asesinados, además de cinco terroristas y un policía alemán.
Días después, el 14 de septiembre, Ginzburg escribió un artículo titulado Los judíos en el periódico italiano La Stampa, criticando la decisión de Meir. “Creo que había que salvar a aquellos nueve rehenes y dejar aparte cualquier otra consideración. Creo que si Golda Meir hubiera liberado a los doscientos prisioneros, habría dado al mundo una lección, no de debilidad, sino de fuerza. O al menos de la única fuerza en la que es legítimo creer, la fuerza que pasa de ganar y está dispuesta a perder, la fuerza que no reside en las armas, en el petróleo o en el orgullo, sino en el espíritu”.
“Aunque se trate de vacuas fantasías diré de todas formas cómo habría reaccionado a los sucesos de Múnich si hubiera tenido poder para reaccionar. Si hubiera sido Golda Meir, habría liberado a los doscientos prisioneros como pedían los guerrilleros. Dicen que no hay que ceder al chantaje… Pero en nuestra época, el mundo está construido de una manera tan desastrosa que es necesario decidir a cada instante cómo defenderse y a quién defender”.
En el artículo se refería a los terroristas como gente dispuesta “a desperdiciar sus vidas”, a que Estados Unidos debería retirarse de Vietnam y que se siente “en el lado opuesto” cuando se habla con admiración de Israel. Eso, pese a su propia condición de judía. “En un momento dado, tarde quizá, comprendí que los árabes eran pobres campesinos y pastores”.
Hoy la columna puede volver a ser revisitada en el volumen Vida imaginaria, que publica Lumen en nuestro país y que compila las columnas y escritos que la aplaudida autora italiana en los periódicos La Stampa y Corriere della Sera, en las décadas del 60 y 70. El libro incluye también el texto del editor, Domenico Scarpa, Los judíos, Natalia Ginzburg, lo inhumano, donde ahonda en las reacciones que despertó el artículo, pues más de un judío se molestó con la postura de la autora, entre ellos, el subdirector de La Stampa, Arrigo Levi.
Pero no solo de política habló Ginzburg en los artículos. También de cultura. Por ejemplo, escribió de cine, se refirió al filme Gritos y susurros (1972), del sueco Ingmar Bergman. “Turba la perfección formal; turba porque se usa para expresar justo lo contrario: el desorden del dolor, la ambigüedad de los secretos, el tormento de los gritos”.
“En las grandes películas de Bergman, la trama es sencilla, lineal, estructurada con pobreza; complejas y ambiguas son, al contrario, las relaciones entre las personas, oscuras y enrevesadas las culpas de los individuos en la maraña del mal universal. No obstante, el amor o el odio de Bergman por sus personajes están expresados con instrumentos sutiles pero inequívocos: hablan los rasgos de la cara, las arrugas de la boca, un pañuelo apretado contra los labios, el gesto de llevarse un vaso a la boca de que se rompa entre los dedos”.
También comenta Amarcord (1973), de Federico Fellini. “A mí Amarcord me parece un acontecimiento feliz. Los acontecimientos felices son insólitos. Me parece la película más bonita de Fellini; y me parece también una de las películas más bonitas que se han realizado jamás. Tal vez no sea inútil hablar mucho de un acontecimiento feliz”.
Además habla de literatura, y ensaya una defensa de la poesía en un artículo titulado justamente así. La poesía. “Todas las ideas que crecen alrededor de su utilidad o inutilidad están generadas por la falsa idea de que la poesía se parece a otras cosas, útiles o inútiles, mientras que la verdad es que la poesía no es ni útil ni inútil, no tiene una finalidad clara y visible y no se parece a nada”.
“La existencia de la poesía no es, pues, ni útil ni inútil, sino obvia, injustificada e incomprensible, como la realidad misma. Cuando tememos la muerte de la poesía, no tememos que mera algo que nos enriquecía o nos hacía más felices o mejores, sino que muera para el hombre la idea misma de la realidad”.