Una voz en la radio comunicaba la noticia: luego de casi 70 días sin saber de su paradero, un arriero chileno se topó con dos de los sobrevivientes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, bautizado por la prensa como la tragedia de Los Andes. El 13 de octubre de 1972, el avión, que transportaba a un grupo de rugbistas de Uruguay a Chile, se estrelló en algún punto de la cordillera de Los Andes, y desde entonces que no se tenían noticias de su paradero.
Las búsquedas fueron en vano y las posibilidades de encontrar a alguno de los pasajeros con vida eran mínimas. Aun así, las familias no perdían las esperanzas. Ese fue el caso de Raquel Arocena, la madre de Gustavo “Coco” Nicolich. Su hijo era uno de los tripulantes más jóvenes del grupo, con apenas 20 años. Estudiaba medicina veterinaria y era parte del equipo Old Christians. A pesar de lo poco auspicioso del panorama, todos los días Arocena y su familia ponían su plato en la mesa a la hora de comer.
Cuando escuchó en el noticiero que uno de los jóvenes que sortearon el accidente se llamaba Gustavo no lo pensó dos veces y tomó el primer avión de Montevideo a Santiago. Pero al llegar al hospital se dio cuenta de que ese muchacho no era su hijo, sino Gustavo Zerbino. Nicolich no sobrevivió. Pereció el 29 de octubre tras el alud que golpeó el fuselaje, junto a otras siete personas que quedaron sepultadas en la nieve.
La conmoción fue tremenda y cayó desmayada a la salida del ascensor. El mismo Zerbino tuvo que ayudarla a recomponerse. Le dio un beso en la mejilla y pronunció las únicas palabras que pudieron sacarla del estado de shock: “Tengo una carta para ti de tu hijo”.
“Cuando me di cuenta que nunca nadie más iba a subir a ese lugar porque nunca había sido pisado por un hombre y era como un granito en el desierto, sentí dentro de mí que si yo no traía de esas personas algún recuerdo tangible, su familia no iba a poder hacer el duelo”, comentó Zerbino en una entrevista con BBC Mundo.
“Luego de la primera expedición que hicimos, al otro día que se suspendió la búsqueda, me levanté a las seis de la mañana y me puse a mirar el avión. Numa Turcatti -otro de los sobrevivientes, interpretado por Enzo Vogrincic en La sociedad de la nieve, la exitosa película de Netflix que retrata el accidente- me preguntó qué estaba pensando y le dije que no me iba a quedar ahí para transformarme en un cadáver cinco meses después cuando vinieran a buscar los restos del avión como dijo la radio”, recordó al diario argentino MDZ.
Y tal como retrata la cinta del gigante del streaming, Zerbino fue clave para la memoria de quienes no lograron salir vivos del accidente. Después de la primera excursión por las montañas en búsqueda de Curicó -el lugar donde se supone que deberían haber aterrizado- y al toparse con los restos de quienes salieron eyectados varios kilómetros más adelante, tomó la decisión de ayudar a que los fallecidos regresaran, de alguna forma u otra, con sus seres queridos.
“Cuando los dimos vuelta, había cuatro amigos muertos y dos de la fuerza aérea. Sentí una voz interior que me dijo que nunca nadie más en la vida iba a subir hasta ese lugar y ahí me autoimpuse la misión de llevar a las familias algún recuerdo de los muertos en la montaña. Empecé a juntar algunas pertenencias, había una cruz que tenía en el pecho uno de los chicos, una medalla, el reloj, los documentos y cuando bajé, los puse en un bolso. Al volver de la expedición hice lo mismo con los cuerpos que descansaban cerca del fuselaje. Eso me mantenía con ilusión y esperanza. Poder cumplir esa misión me sacaba del sufrimiento de la montaña y me hacía un puente a ese regreso que anhelaba”, explicó al medio.
Entre esas pertenencias, estaban las cartas que Nicolich escribió para su madre y su novia, Rossina. El contenido de las misivas es tan emotivo como impactante, pues el joven no solo transmitía sus sensaciones. También reconstruyó con bastante detalle el momento del accidente y las primeras semanas de supervivencia, confesando incluso la antropofagia que debieron consumar para no desvanecerse de hambre. Antes de morir, Nicolich le mostró dónde guardaba los papeles y le dijo: “Si a mí me pasa algo, vos, por favor, entregá estas cartas”.
Testimonio de una fe inquebrantable
Tras el rescate, Zerbino comenzó un extenso periplo para devolver los tesoros recolectados en la cordillera. “Durante un mes fui casa por casa a llevarle a cada madre, a cada hermano e hijo un recuerdo. Pude contarles cómo fueron los días en la montaña y cómo murieron. Mi madre me acompañaba y tuve el coraje de enfrentarme a eso porque lo había prometido”.
El gesto fue crucial para las familias, especialmente para la de Nicolich. “Gracias a eso muchos pudieron hacer su duelo ya que traje cosas muy significativas, entre ellas, una carta que escribió Gustavo a su novia Rossina y a su madre Raquela que aún vive, es la única madre que vive. En esa carta le dice: ‘Desde lo más profundo de nuestro ser le pedíamos a Dios que este día no llegara pero ha llegado y tenemos que aceptarlo con valor y fe. Hoy empezamos a comer carne humana. Si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo lo haría con mucha alegría’. De esa forma él estaba demostrándole a su familia el pacto de amor que hicimos. Al otro día Gustavo murió”.
Las dos cartas redactadas por el joven fallecido representan el único testimonio escrito recuperado del accidente. La primera de ellas arranca con las siguientes palabras: “Queridos viejos, Rossina y chicos. Les estoy escribiendo a 8 días de haberse caído el avión. Estamos en un lugar divino, todo cerrado por montañas y con un lago en el fondo que se va a deshelar apenas comience el deshielo. Estamos todos muy bien, somos en el momento 26 los vivos. Hoy se murió la hermana de Nando Parrado. La moral existente es increíble y hay colaboración permanente entre todos. Roy [Harley], Diego [Storm], Roberto [Canessa], Carlitos [Páez], y yo, estamos perfectamente bien, solo un poco más flacos y barbudos”.
En la primera de ellas, Nicolich también daba cuenta de las búsquedas frustradas por parte de la fuerza aérea. “El domingo pasado, pasaron por arriba nuestro dos aviones, dos veces cada uno, por lo que estamos muy tranquilos y lo que es más, convencidos de que nos van a venir a buscar”, expresaba. “Lo único que nos hace dudar un poco, es que como el avión se desvió de la ruta, quién sabe todavía si nos vieron. Nuestra fe en Dios es increíble (se podría decir que es común en ciertos casos como este), pero yo creo que está muy por encima”.
También detallaba cómo era la rutina y la organización del grupo con las condiciones extremas que otorgaba el paisaje cordillerano; siempre con un toque de optimismo que asombra hasta hoy: “¿Se preguntan cómo vivimos? Bueno, la verdad que el avión no está todavía perfectamente acondicionado y por el momento no es un gran hotel, pero ya va a quedar bastante bien. Agua tenemos de sobra, puesto que hacemos constantemente”.
“Tuvimos la suerte de que nos quedara una lata de Costamar, cuatro de dulce, tres latas de mariscos, algunos chocolates y dos botellas de whisky chicas. Por supuesto la comida no es muy abundante que digamos, pero da para vivir. Los días acá, cuando son lindos, se puede estar afuera hasta más o menos las seis de la tarde, ahora, si están nublados, generalmente nos quedamos en el hotel (avión) y solo sale una pequeña cuadrilla a buscar nieve. Los cuartos no son muy cómodos, puesto que las habitaciones son para 26 personas (no pudimos conseguir para menos), pero algo es algo. El espacio es un poco reducido, puesto que lo que quedó del avión fue de la cabina (que está deshecha) hasta la parte de las alas, que quedaron diseminadas muy atrás. Para que hubiera espacio, tuvimos que sacar todos los sillones para afuera y ‘cuerearlos’ para que hubiera mantas para todos. Como verán, poco a poco estamos mejorando el confort”, se lee.
Más adelante, relata la fraternidad construida con sus compañeros. “Todas las noches uno cuenta una anécdota suya y hay algunas muy divertidas, como de suegros y suegras, que ya se las voy a contar algún día. Espero que sea lo más pronto posible. Lo increíble de todo esto es un amigo que me hice acá, el ‘Moncho’ Sabella, dormimos generalmente juntos y de la mano y nos respiramos constantemente para darnos calor en las noches de frío. Si no hubiera sido por él, pienso que en la primera noche me hubiera muerto, puesto que como el avión estaba deshecho hacía muchísimo frío y esta fue la noche en que se murió el grupo más grande de gente”.
Otro hecho que Gustavo narra en la primera de sus cartas son las caminatas por Los Andes realizadas por un grupo de los supervivientes, con el primer objetivo de encontrar la cola del avión y, así, poder utilizar las baterías para intentar comunicarse por radio. Sin embargo, dentro de lo más emotivo se encuentran los mensajes de cariño que el joven dejó para su familia.
“Los extraño mucho y constantemente le pido a Dios que, por lo menos, si me quiere llevar hacia el infinito, me deje verlos un día más”, escribió a sus padres y novia. “No me puedo olvidar de cuando llegaba todas las noches de tu casa, Rossina, y te veía a vos mamá tejiendo o arreglando algo, ni de vos papá, cuando me llevabas a la facultad o cuando charlábamos los sábados (puesto que la verdad, los últimos días te veía poco); culpa mía por supuesto (...) Un beso grande para todos y los volveré a ver si Dios quiere, de no ser así, lo único que les pido es que tengan un gran valor y no se preocupen por mí porque estoy seguro que Dios me llevará con él”.
Esas palabras fueron el eterno confort para Raquel, su madre. “Gracias a esas cartas yo te diría que, tanto Gustavo [Nicolich padre] como yo, hemos pasado con cierto ánimo”, confesó en un reportaje emitido por Canal M el 2017.
Queridísima Rossina
La segunda carta escrita por Nicolich iba dedicada exclusivamente para su novia, Rossina, aunque ya le había dejado algunos mensajes en su primera misiva. “No podés imaginar lo que te extraño, no tengo manera de decírtelo; suerte que en la billetera tenía una foto tuya y todas las noches antes de acostarme le doy un beso, todo como si estuviera ahí, en tu casa, despidiéndome de ti”, anotaba el joven.
Allí, ya le expresaba a su pareja los planes que le gustaría arrancar una vez que pudieran volver a Uruguay. “Lo único que quiero ahora es llegar, casarme contigo si tú lo quieres. Pero no puedo pensar mucho en todo esto porque lloro mucho y me dijeron que tratara de no llorar, ya que me deshidrato; es increíble, ¿no?”, le confiesa -y propone- a la muchacha. “Ya no sé de qué manera decirte que te quiero y te adoro y que te extraño de una manera tan sobrenatural que nunca hubiera creído que yo podría querer así tan intensamente”.
La segunda está fechada el 22 de octubre de 1972, a 10 días del accidente y una semana antes de que cayera el alud que terminó con el fallecimiento de Gustavo y otros siete tripulantes del avión. Entonces, la pluma de Nicolich ya evidenciaba los primeros signos de desánimo en el grupo.
“El día de hoy fue bárbaro, un sol divino y mucho calor, me hacía recordar los días en la playa contigo, pero con la diferencia de ir al medio día a comer contigo a tu casa me tengo que quedar afuera del avión sin comida alguna. Hoy aparte de todo fue un día un poco depresivo puesto que mucha gente se entró a desanimar (hoy hace 10 días que estamos aquí), pero a mí por suerte todavía no me tocó el desánimo. Con sólo pensar en que te voy a volver a ver, me vienen fuerzas increíbles”, cuenta.
Entre las causas de esa desesperanza, Gustavo le contaba a su pareja que otro de los motivos era escasez de comida. Apenas les quedaban dos latas pequeñas de mariscos, un vino blanco y un poco de granadina. Fue allí donde confidenció a Rossina que debieron comenzar a alimentarse con el cuerpo de los fallecidos.
“No sé cómo estarán tú, ni papá ni mamá ni los chicos por ahí, pensar en que están sufriendo no saben cuánto me entristece, vivo pidiéndole a Dios que los tranquilice y les dé valor porque es esta la única manera de salir de esto que creo pronto tendrá un final feliz para todos”, agrega. Y procede a narrar otro hito dentro de la travesía: “Hoy pudimos recomponer una radio transistor que encontramos el otro día en el avión. Roy la arregló y mañana esperamos tener noticias por algún noticiario chileno o argentino del rescate. Si lo hubieran suspendido, cosa que yo no creo y a esta altura me parecería increíble, dentro de tres o cuatro días cuando recobremos algo de fuerzas, un grupo creo que nos largamos a atravesar la parte de la Cordillera que nos queda que espero sea poca”.
Para Nicolich, la escritura de las cartas también tenía una carga terapéutica, y así lo develan algunos de los pasajes escritos por su puño y letra. “Todo esto es muy lindo, pero tengo un poco de miedo de que si esto se prolonga mucho, cómo quedaré mentalmente, espero no me pase nada, pero si no me vas a tener que ayudar mucho. Cuando me veas te vas a asustar, estoy mugriento, barbudo, un poco flaco, con un tajo grande en la cabeza, otro en la frente que ya se me curó y uno chiquito que me hice hoy trabajando en la cabina del avión, además de pequeños tajos en las piernas y en el hombro. Pero con todo estoy muy bien”.
Otro de los fragmentos impactantes contiene la descripción que Gustavo hace de la caída del avión: “El choque fue increíble, yo venía adelante con Diego al lado que venía contra la ventana y no me dio ni tiempo a asustarme porque en el momento que me dijo que mirara por la ventana, la cola se enganchó en la montaña y volaron la alas en el momento”, recuerda en la carta. “En seguida oscureció y fue la noche más larga fría y triste de mi vida, parecía las descripciones del infierno de Dante, eran unos gritos tras otros, un frío infernal que entraba por todos lados puesto que no pudimos tapar nada y algunos pasajeros que no los habíamos podido sacar totalmente de sus lugares, y tuvieron que dormir enganchados y lamentablemente a la mañana siguiente varios murieron”.
A pesar de todo, sus energías estaban en sobrevivir y reencontrarse con Rossina: “Andá pidiéndole permiso ya a Bettina para venir este verano a La Paloma conmigo, pero no por una semana sino por todo el verano, porque después de esto yo no puedo ni tengo valor para estar ni un segundo lejos de ti (...) voy a tratar de dormirme pensando en que estoy en tu casa contigo bien al lado tomando un cafecito con un puchito”. Esas cartas continúan guardadas en el velador de Raquel, que con 96 continúa conmemorando el fallecimiento de su hijo.