Claudia Bitrán (1986) tiene como uno de sus sueños conocer algún día a James Cameron. Puede decir que se ha aproximado a su objetivo: alcanzó a conocer al francés Paul-Henry Nargeolet, un explorador del Titanic que años atrás colaboró con Cameron (el mismo que falleció a mediados de 2023 en el trágico accidente del submarino Titán).

Su motivación reside en que es fanática de la película más emblemática de la carrera del director, Titanic (1997), y sobre todo en que se propuso realizar un remake cuadro por cuadro del inolvidable drama romántico sobre Jack y Rose. Un proyecto que inicialmente pensó que le tomaría un año de trabajo, pero que se ha extendido durante nueve (y contando).

Él debe recibir parodias de Titanic todos los días, por lo que quiero tener mucho cuidado con la forma de aproximarme”, explica a Culto mientras se encuentra en Matucana 100, el espacio cultural que alberga una exposición que sintetiza el proyecto artístico en el que está inmersa desde 2014, Titanic, a deep emotion.

Tres de las paredes de la sala están adornadas con bocetos, utilería y fotografías de las distintas etapas del proceso creativo que ha desarrollado entre Estados Unidos y Chile. El lado restante está ocupado por tres pantallas sincronizadas: allí se ven recreaciones de todas las escenas del filme original y también registros que muestran el making of de la realización de Bitrán, formando un híbrido donde conviven el remake propiamente tal con el acceso a parte de la trastienda.

“Es como un collage: hay escenas hechas con animación y pintura, otras con personas. Todos los personajes van cambiando en cada escena y todas las escenas están hechas de forma distinta. Es como una especie de Frankenstein, pero es Titanic. Comencé pensándolo como un collage porque creía que la gente igual iba a entender la historia, que a través de la memoria podían ir completando o ubicándose dentro de la narración”, indica Bitrán, quien estudió arte en la Universidad Católica y cursó un Máster en Pintura en la Rhode Island School of Design (EE.UU.).

Lo que se exhibe en Matucana 100 (hasta este domingo 28) es la versión “arte”. El otro resultado de su experimentación es el largometraje que pretende llevar a festivales de cine y que, por ahora, tiene una duración de 80 minutos. La cálida recepción que ha recibido la primera inevitablemente ejercerá una influencia en la finalización de la segunda, asegura.

“Yo pensé que la gente iba a entrar, ver un poco y salir, pero se quedan pegados. Esa ha sido la mayor sorpresa. Están expectantes a ver cómo es el choque con el iceberg o cómo es la escena con los salvavidas”, señala.

Bitrán vio por primera vez la cinta de Cameron a los 11 años en el Cine Olimpo (Viña del Mar). Le gustó tanto que volvió al cine en varias ocasiones y más tarde acentuó su obsesión cuando salió en VHS. Recuerda que quedó atrapada por el romance, por el despliegue de efectos visuales y por el personaje femenino principal. “Era una época de cuerpos muy flacos y Kate Winslet era más voluptuosa. Yo me reconocí en su cuerpo, porque el mío era así. Era una mujer poderosa con la que me pude identificar”, sostiene.

Como se grafica en cada rincón que compone Titanic, a deep emotion, el papel de Rose es interpretado por ella misma. En cambio, el personaje de Jack es asumido por decenas de hombres y mujeres, por actores, amigos y desconocidos que se cruzaron en su camino en los últimos años.

La artista explica su decisión: “Uno de los objetivos de mi película era que las emociones se sintieran un poco más que en la de James Cameron. Aunque era un objetivo un poco imposible, quería que todas las escenas tuvieran una emoción extra. Una de las maneras que encontré fue empujar el rol del personaje masculino principal, explorando esa cosa tan predecible, heteronormativa y segura que conocemos”.

Y enfatiza: “Todo es tan penca que hay que buscar maneras psicológicas de ampliar la emoción. Como no teníamos a un Jack igual a Leonardo DiCaprio, exploramos a distintos Leo y el rango de emociones que pueden salir de una relación de pareja”.

Esa apuesta abre paso a algunas operaciones curiosas. En la escena en que la protagonista intenta lanzarse del Titanic el papel de Jack es encarnado por una mujer parecida a la artista visual, jugando con la idea de que se salva a sí misma. Y en la recreación de la secuencia en que están congelándose en la tabla el personaje masculino es asumido por un niño, un primo de Bitrán, acentuando la carga dramática del momento.

Su proyecto también es el resultado de su periplo por diferentes ciudades y locaciones de Estados Unidos, donde vive desde hace años. Allí construyó su propia versión del iceberg que colisiona con la nave, una estructura de 4 metros de largo, 6 metros de ancho y 4 metros de alto, que se compone de cajas que pidió en una carnicería.

Las escenas a bordo de la embarcación fueron filmadas gracias a que –con el monto que ganó en una beca– arrendó durante dos horas un crucero en Nueva York. En esa misma ciudad, en Queens, montó su propia versión del hundimiento con un barco inflable al que se subieron niños con sus padres. La ficción se cruzó con la realidad cuando el motor de la máquina falló y se empezó a desinflar con los niños en su interior, causando el pánico de todos los presentes. “Está muy bien en la película, pero fue terrorífico”, afirma.

Esa colección de anécdotas se integran en su remake de Titanic, un proyecto que, tras una década de realización –y la participación de cerca de mil personas–, está llegando a su fin.

A las puertas de ese momento cúlmine, dice: “Para hablar con James Cameron sólo va a haber una oportunidad, entonces la película tiene que estar bien redondita antes de mostrársela. O, bien, que esté expuesta en el MoMa y que él la llegue a ver”.

Sigue leyendo en Culto