Era 1972 y Steven Spielberg estaba preparando su primer largometraje para la pantalla grande. Tras abrirse paso en la televisión, planeaba dirigir The Sugarland Express, un drama sobre la fuga de un reo gracias a la ayuda de su joven esposa.
El cineasta pensó en un nombre en específico para la creación de la banda sonora: John Williams, 14 años mayor que él y dueño de un Oscar gracias a su partitura para El violinista en el tejado (1971), de Norman Jewison. Un ejecutivo de Universal se encargó de coordinar la cita, un almuerzo en un lujoso restaurante de Beverly Hills.
“Era como estar con un adolescente que nunca antes había pedido vino y no sabía muy bien qué hacer con el dinero. Él era muy joven, un poco mayor que mis hijos, pero no por mucho. Y parecía saber más sobre mi música que yo”, recordó Williams en 2012 en conversación con Los Angeles Times.
Ese sería el primer hito de una sociedad creativa difícil de igualar; títulos como Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), la saga Indiana Jones, La lista de Schindler (1993) y Atrápame si puedes (2002) dan cuenta de la que es probablemente una de las colaboraciones director-compositor más relevantes de la historia de Hollywood.
El conductor musical ha detallado que la dinámica entre ellos la mayor parte del tiempo fluye sin necesidad de recurrir a palabras. “Él nunca me ha dicho: ‘Eso no me gusta’ o ‘eso no está bien’. Sólo con su lenguaje corporal, sus ojos y su rostro proporciona una sensación de estímulo en esta o aquella dirección”, planteó.
Sin embargo, hubo una ocasión en que tardaron más en entenderse. En medio de la exigente realización de Tiburón (1975), ambos se reunieron para discutir los sonidos que acompañarían la historia de los humanos que deben enfrentar la amenaza de un tiburón blanco en la ciudad costera de Amity Island.
Pensando en el tema principal de la película, Williams le presentó una composición extremadamente sencilla y repetitiva: dos notas (Mi y Fa) dispuestas de manera tal de acentuar el peligro que encarna la presencia del animal.
Spielberg creyó que su colaborador estaba bromeando. “Al principio pensé que era demasiado primitivo”, contó el realizador, quien deseaba “algo un poco más melódico” para su cinta protagonizada por Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss.
No sintonizó con la creación de Williams, quien únicamente tenía en mente la dimensión más básica del asunto: si había una bestia acechando a los protagonistas, la música debía replicar el voraz instinto del tiburón. Ni más ni menos.
“Muy repetitivo, muy visceral y capaz de atraparte las entrañas, no el cerebro”, fue su definición del tema que encabeza el largometraje. “Música estúpida que sube de volumen y se acerca a ti, algo te va a tragar”.
Llegó a esa conclusión tras ver el filme y comprobar que Spielberg había creado una cinta “enorme y exagerada”, donde el director se mueve entre el thriller, la aventura y la película de piratas.
El cineasta de Lincoln (2012), como suele ocurrir de cuando en cuando, tenía una concepción diferente de su obra y se largó a reír cuando escuchó por primera vez la canción. Imperturbable, Williams siguió tocándola en piano hasta que su risa desapareció. “De repente me pareció correcto. Y John encontró la impronta de la película completa”, reconoció en un video incluido en el DVD.
Spielberg fue más allá en su análisis: “Creo que la banda sonora fue responsable de la mitad del éxito de esa película”.
La historia es conocida: Tiburón le reportó el segundo Oscar de su carrera a John Williams y marcó un hito fundamental en una colaboración prolongada hasta Los Fabelman (2022). Un vínculo creativo que podría extenderse si el compositor sigue firme en su idea de no retirarse de la industria.