Un comerciante catalán, llamado José Renard, llegó a Chile y se casó con la chilena Carmen Artigas. Fruto de la unión nació su primera hija, Rosita Renard, quien se convertiría en una de las pianistas más destacadas y deslumbrantes del siglo XX. Ser mujer no le impidió brillar en las masculinizadas esferas de la música clásica, pero sí los enredos familiares —y la misma naturaleza— impedirían que en la actualidad su nombre sea recordado con la misma fuerza que algunos de sus contemporáneos, como el pianista Claudio Arrau.
Una población y un consultorio llevan su nombre en Chile, pero tal como dice el doctor en Historia, Alfonso Colorado, quien ha estudiado a la pianista, “su nombre es muy poco conocido en el ámbito del gran público y del público especializado”.
Compañera de Arrau y ligada a Beethoven
Un día como hoy, aunque 130 años antes, llega al mundo la primogénita del matrimonio Renard-Artigas. La niña creció en una casa acomodada en calle Santo Domingo, a unas calles de la Plaza de Armas de Santiago, y en el seno de una familia amante de las artes. De forma autodidacta, a los cuatro años ya tocaba el piano.
La vida de la familia da un vuelvo cuando José Renard abandona la casa. En ese momento, Carmen toma las riendas de la educación de sus tres hijos, bajo un estricto régimen de austeridad y dedicación, que sin dudas marcaron el futuro de su hija mayor, Rosa.
Dueña de un gran talento, la niña ingresa al Conservatorio Nacional de Música a los ocho años. Allí recibió la formación del músico y compositor peruano, Luis Duncker, hasta graduarse en 1908 con la más alta calificación, además de llevarse consigo los aplausos y el respeto de sus maestros y compañeros.
La primera vez que dio un concierto fue en el Teatro del Conservatorio Nacional, el 15 de mayo de 1909. Ahí da inicio a su carrera como concertista.
Tras dar un concierto para el expresidente Pedro Montt, este le otorga una beca para que se traslade a Alemania a estudiar música en el Conservatorio Stern de Berlín. Acompañada de su madre y con dieciséis años, en 1910 llega a estudiar a una de las academias de artes más importantes de Europa.
Pero no era la única chilena en el conservatorio. Un joven Claudio Arrau —quien era menor que ella— era su compañero. Ambos eran instruidos por la misma mano exigente del alemán Martin Krause. Este pianista cargaba importantes nombres en la genealogía de su formación: Krause fue discípulo de Franz Liszt, que a su vez fue aprendiz del austriaco Carl Czerny, quien aprendió del mismísimo Ludwig van Beethoven.
Por lo tanto, se puede afirmar que Renard y Arrau provienen de la línea formativa de Beethoven.
De hecho, según consigna Fundación Futuro, cuando en un momento Arrau flaqueó en sus estudios, razón que motivó a Krause a abandonar su labor de tutor del joven de Chillán, fue Rosita la que solicitó encarecidamente a su maestro que le diera una segunda oportunidad a su compatriota. Y lo hizo.
En 1914, Rosa Renard se gradúa del Convervatorio Stern. No se va como todos sus compañeros, sino reconocida con el Diploma de honor a la Mejor Alumna, premio que había sido entregado en solo una oportunidad en toda la historia de la academia.
Su mentor, con afecto y admiración, escribió lo siguiente en su título el 18 de agosto de 1914: “Ha sido para mí un verdadero gusto haber tenido la ocasión de ocuparme durante algunos años de la enseñanza de la grandiosamente dotada, inteligentísima y ya genial joven pianista Rosita Renard (...) La señorita Renard me ha proporcionado más placer que trabajo. Esta niña ha llegado a ser una artista que ha despertado la admiración de todos las que la han escuchado y entre estos se encuentran los principales músicos y pianistas de Alemania, todos los cuales le asignan un lugar prominente entre los pianistas contemporáneos. Existe una opinión unánime: Rosita Renard domina victoriosamente toda la técnica, su seguridad es asombrosa, su interpretación es profunda y espiritual (...). No cabe duda alguna que Rosita Renard conquistará al mundo como artista. Martin Krause”.
Casi dos meses antes (28 de junio de 1914), el archiduque Francisco Fernando—heredero de la corona autro-húngara—, y su esposa, Sofía, fueron asesinados en Sarajevo, dando inicio a la Primera Guerra Mundial. Ese hecho, a kilómetros de distancia de Rosita, hizo que su vida y su carrera se trasladara al otro lado del Atlántico.
El renacimiento de su carrera
Volvió a Chile y dio conciertos en el Club Alemán de Puerto Montt, donde interpretó piezas de Mozart y Chopin. También dio otros conciertos en el Teatro Municipal de Santiago.
En 1918, emprendió camino a Estados Unidos con su madre y su hermana, quien también tocaba el piano. En la tierra de los sueños se dedicó a ser maestra del Conservatorio DKL de Rochester y su debut en los escenarios lo hizo en el Aeolian Hall, donde fue colmada de elogios.
Según relata el doctor en Historia, Alfonso Colorado; un empresario muy importante la contrata para que realice una gira por Estados Unidos, a lo que Carmen Artigas, la madre de la joven, se opone férreamente. Tras la negativa, Rosa decide cancelar la gira y el magnate, molesto, le asegura que se asegurará que nadie nunca más la contrate
Así, en 1925, la madre y sus dos hijas vuelven a Berlín, para que Blanca, la hermana menor de Rosa, continúe sus estudios gracias a una beca. Sin embargo, desesperada por el control de su madre, la mayor de las pianistas viaja nuevamente a tierras estadounidenses, donde conoció y se casó con el checoslovaco Otto Stern, quien era cantante lírico.
Después del jueves negro, donde cayó la bolsa de valores de Wall Street, el matrimonio viaja a Chile y Rosa ingresa como profesora al mismo lugar donde comenzó su carrera profesional: el Conservatorio Nacional, que en ese entonces había sido incorporado a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile.
El inicio y fin de su fama
Erich Kleiber, director de orquesta austriaco, inició una gira por América Latina que lo trajo hasta suelo nacional. Al escuchar hablar de Rosa Renard, decide invitarla a tocar con él en varios de sus conciertos. Así, el 1944, iniciaron una gira por Latinoamérica y el Caribe.
Tras impartir clases en Caracas y jubilarse en 1948 del conservatorio, Renard realizó conciertos en Bogotá, Medellín, Montevideo, La Habana, México, Puerto Rico, Curaçao y Buenos Aires. En este último se presentó en el Teatro Colón, uno de los escenarios más importantes de Latinoamérica. En ese concierto, sin la autorización de la artista, un grupo de melómanos colombianos grabaron el concierto de la chilena, una grabación que hasta ahora es la única completa de una de sus presentaciones.
El 19 de enero de 1949, tras veinte años lejos de Estados Unidos, da un memorable concierto en el Carnegie Hall en Nueva York. La crítica neoyorquina estaba fascinada. “Rosita Renard que tocó anoche en el Carnegie Hall, después de una ausencia de más de 20 años, demostró ser una pianista de refinamiento y conmovedora humanidad. Sin que haya lugar a dudas, miss Renard es una artista extraordinariamente dotada. Esto nos lleva a preguntarnos con extrañeza: ¿Cómo es posible que durante todos estos años ella escapara a ser presentada en Nueva York?”, escribió Howard Taubman, un reconocido crítico musical.
No obstante, su triunfo en Estados Unidos, y lo que prometía ser el inicio de su fama, se vio interrumpido por una enfermedad. Ya en Chile, a los 55 años, Rosa Renard contrajo encefalitis letárgica— más conocida como la enfermedad del sueño— luego de que un mosquito le picara y le transmitiera el malestar.
El 24 de mayo de 1949, en la Clínica Santa María de Santiago, las manos de la pianista Rosa Renard se quedaron quietas para siempre.