El primero de julio de 1946, los kioskos estadounidenses exhibían uno de los números más polémicos de la revista Time. En la portada, una ilustración a color retrataba un primer plano del físico alemán Albert Einstein, padre de la teoría de la relatividad que se transformó en todo un ícono de la cultura popular, al lado de un colorido hongo nuclear.

En la parte más alta de la explosión se lee la fórmula de la equivalencia entre masa y energía (E = mc2), uno de los descubrimientos más importantes de su carrera y que, en palabras sencillas, develó que se puede convertir la energía en masa y la masa en energía. Un conocimiento que, años después, serviría como la base para el desarrollo de las armas nucleares.

La cita al trabajo de Einstein no era antojadiza. Hace apenas un año que el mundo se había conmocionado con la explosión de las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagazaki, cuya consecuencia fue cerca de 246 mil civiles japoneses muertos. Con esa tapa, la publicación estadounidense le acuñaba al físico ser el “padre de la bomba”, argumentando que “fue su ecuación la que hizo la bomba teóricamente posible”.

Einstein y la bomba, película de Netflix

Cierto o no, lo sucedido al final de la segunda guerra mundial fue una de las grandes culpas que atormentaron los últimos años de vida del científico alemán. En Einstein y la bomba, una ficción documental de Netflix estrenada hace pocos días en la plataforma, se explora esa parte menos conocida de la historia en torno a la guerra nuclear y el rol de Einstein en lo que luego terminaría siendo el denominado “proyecto Manhattan”.

En poco más de una hora y con diálogos basados en cartas y entrevistas de la época, la película recorre los momentos de introspección del científico en un momento crucial de su vida: las tres semanas en que estuvo refugiado en una modesta cabaña en Norfolk por culpa de la persecución nazi. Días trascendentales para la posición política que el físico tomaría en torno a la guerra, a pesar de ser un pacifista declarado.

Enemigo de la Alemania nazi

Para 1933, Albert Einstein se había transformado en uno de los enemigos públicos declarados de la Alemania nazi. Según consigna The Guardian, en mayo de ese año, un folleto titulado Los judíos te están mirando acusaba al científico de “propaganda mentirosa y atroz contra Adolf Hitler”. Y debajo de su fotografía, versaba la frase “Aún no ahorcado”.

Las cosas se complicaron rápidamente y la muerte se transformó en una amenaza inminente. Aunque no era practicante, sus orígenes familiares estaban ligados al judaísmo. Y por entonces, el antisemitismo que se apoderaba del panorama político alemán no excluía a nadie, ni si quiera a los intelectuales de la época, por más renombre que tuvieran.

En un momento dado, los nazis ya habían robado sus ahorros, asaltado su casa de veraneo, saqueado su casa en Berlín e incluso se habían llevado su pertenencia más preciada: su querido violín. Hasta que en septiembre de ese mismo año, y luego del homicidio del filósofo judío Theodor Lessing en Checoslovaquia, Einstein por fin escuchó las súplicas de su esposa Elsa y tomó la decisión de abandonar el país.

¿La gota que rebalsó el vaso? Las mil libras esterlinas que los nazis ofrecieron como recompensa por su asesinato. Ese auto exilio tendría como primer destino una pequeña cabaña campestre ubicada en Norfolk, Inglaterra. Un refugio que fue facilitado por el comandante naval de la primera guerra mundial Oliver Locker-Lampson, quien resguardó su vida durante las tres semanas que duró su escondite.

Einstein y la bomba (Netflix)

Esos días recluido en el campo marcaron un antes y un después para Einstein. Fue allí donde, tras una introspección alternada con la visita de periodistas y algunos rostros célebres como el escultor Jacob Epstein, puso sobre la mesa los límites de su pacifismo, que hasta entonces había sido una postura prácticamente inquebrantable. Por primera vez, se daba cuenta de que debía utilizar su influencia y llamar a las autoridades del mundo a actuar en contra del nazismo.

Así lo afirmó Philip Ralph, guionista de la reciente película de Netflix sobre el científico, en una entrevista con el mismo medio británico. “Antes de ese momento, Einstein había sido un defensor declarado y apasionado de la no violencia y el pacifismo. Pero al final de esas tres semanas, pronunció un discurso ante 10 mil personas en el Royal Albert Hall donde efectivamente dijo que existe una amenaza existencial para la civilización europea y que tendremos que luchar contra ella”.

Einstein y la bomba (Netflix)

La alocución a la que hace referencia Ralph fue el histórico evento organizado por la comunidad científica para recaudar fondos para los refugiados académicos judíos de Alemania, y que significó su posicionamiento público más contundente al respecto. “Si queremos resistir a los poderes que amenazan con suprimir la libertad intelectual e individual, debemos tener claramente ante nosotros lo que está en juego y lo que le debemos a esa libertad que nuestros antepasados nos ganaron después de duras luchas”, declaró el físico.

Y agregó: “Sin esa libertad no habría habido Shakespeare, ni Goethe, ni Newton, ni Faraday, ni Pasteur ni Lister. No habría casas confortables para las masas, ni ferrocarriles, ni radio, ni protección contra las epidemias, ni libros baratos, ni cultura, ni disfrute alguno del arte. No habría máquinas para aliviar a la gente del arduo trabajo necesario para la producción de las necesidades esenciales de la vida. La mayoría de la gente llevaría una vida aburrida de esclavitud, como bajo los antiguos despotismos de Asia. Sólo los hombres son libres los que crean los inventos y las obras intelectuales que para nosotros, los modernos, hacen que la vida valga la pena”.

¿Impulsor del proyecto Manhattan?

Según Ralph, esos días de confinamiento también fueron cruciales para otro gesto que marcó la vida de Einstein, y del que se arrepintió hasta sus últimos días. “Elegimos el título Einstein y la bomba porque fue el cambio en su pensamiento que tuvo lugar durante ese período de tres semanas en Norfolk lo que lo llevó directamente a poner su nombre en esa carta a Roosevelt”.

En 1939, seis años antes del lanzamiento de la bomba atómica en Japón, Einstein se reunió con el físico húngaro Leo Szilard para redactar una misiva al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Hace varios años que Szilard venía trabajando sobre el concepto de la reacción nuclear en cadena. Y cuando un grupo de científicos alemanes logró dividir el átomo de uranio, se encargó personalmente de advertir a sus colegas sobre la dimensión del logro de los germánicos.

Einstein y la bomba (Netflix)

Así fue como en 1938 llegó con la noticia a los oídos de Einstein. En agosto del siguiente año, un mes antes del estallido de la guerra en Europa y atormentado por la posibilidad de que los alemanes desarrollaran una bomba nuclear, los físicos decidieron comunicar al gobierno estadounidense sobre el peligro inminente que conllevaría el hecho de que este avance científico fuera conquistado por los nazis.

En la carta, firmada sólo por Einstein, explican que “este fenómeno también podría conducir a la construcción de bombas, y es concebible, aunque mucho menos seguro, que se puedan construir bombas extremadamente potentes de un nuevo tipo”.

Por otro lado, el documento sugería al presidente que el gobierno pudiera financiar en algún grado las investigaciones en torno al uranio en Estados Unidos. Y finaliza con una advertencia: “Alemania ha detenido la venta de uranio de las minas checoslovacas sobre las que ha tomado el control. El hecho de que haya tomado esa acción temprana puede explicarse porque el hijo del subsecretario de Estado alemán, von Weizsäcker, pertenece al Instituto KaiserWilhelmen Berlín, donde parte del trabajo estadounidense sobre uranio está siendo utilizado”. Al poco tiempo, Roosevelt puso en marcha el denominado “proyecto Manhattan”, que sería liderado por Robert Oppenheimer y que conseguiría la creación de la primera bomba.

Einstein y la bomba (Netflix)

Sin embargo, Einstein terminaría siendo vetado del proyecto por la oficina de inteligencia de ejército estadounidense, pues su abierta simpatía a ideas de izquierda fue considerada por los militares como un “riesgo potencial para la seguridad”.

Pese a que no tuvo participación directa en la construcción del arma y tampoco apoyó su utilización, lo cierto es que poner su nombre en esa carta fue suficiente para despertar en él un profundo sentimiento de culpa. En una entrevista con la revista Newsweek, declaró que “si hubiera sabido que los alemanes no conseguirían desarrollar una bomba atómica, no habría hecho nada”.

Y en 1954 se confesó en una carta al químico Linus Pauling: “Cometí un gran error en mi vida: cuando firmé la carta al Presidente Roosevelt recomendando la fabricación de bombas atómicas”.

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