A sus 20 años, el príncipe Alejandro se encontraba en el exilio en Epiro, huyendo de la ira de su padre, el rey Filipo II de Macedonia, con quien estaba enemistado. El mismo soberano lo llamó de vuelta, debido al matrimonio de una de las hermanas de Alejandro. Sin embargo, el monarca fue asesinado por un miembro de su guardia. En ese momento, Alejandro ascendió al trono de Macedonia, por entonces, la región más influyente de Grecia.
Así comenzó su historia, y así parte el documental de Netflix, Alejando Magno: la creación de un dios. En 6 episodios, se narra el fulminante ascenso del joven monarca, ayudado por los hábiles movimientos de su madre, Olimpia (quien se encargó de la muerte de otros posibles aspirantes al trono macedonio) hasta la conquista del mayor rival de los griegos por entonces, el imperio persa aqueménida.
La serie -a la usanza del formato empleado por la BBC- cuenta la historia de Alejandro usando dos formatos, puesto que combina el documental con las dramatizaciones con actores. De hecho, lo primero que se ve son las excavaciones que un grupo de arqueólogos se encuentra realizando en Alejandría, Egipto, buscando vestigios de la era alejandrina (o helenística).
Un punto que se observa, es la relación que Alejandro (Buck Braithwaite) mantenía con uno de sus generales, Hefestión (Will Stevens). Los expertos consultados abordan el vínculo entre ambos derechamente con una relación homosexual. “Algo normal en la época”, aseguran. De hecho, era tan así que los griegos ni siquiera tenían una palabra para denominar la homosexualidad. Simplemente era una forma más de vincularse.
Uno de los motores de la serie, es la rivalidad de Alejandro con el rey persa Darío III (Mido Hamada), también un monarca joven y que ascendió casi al mismo tiempo que el macedonio. Darío fue su gran rival, y de hecho, con pocos recursos Alejandro se lanza a la conquista de vasto imperio persa con el general Parmenion (Jadran Malkovich)al mando de sus ejércitos, con quien mantiene una relación tirante. El veterano oficial en más de una ocasión duda de Alejandro y sus prácticas poco convencionales.
Por entonces, el imperio persa abarcaba los actuales Irán, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Rusia, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina, parte de Grecia, Bulgaria, Ucrania, Rumanía, Arabia Saudí, India, Jordania y Egipto. Alejandro lo conquistó con una fuerza militar muy pequeña, muy inferior en número al ejército persa, pero tuvo la destreza de saber manejar las batallas de tal manera que Darío no pudiera ocupar todo su poder de manera abierta.
Impetuoso, el macedonio cruzó el Helesponto (el actual estrecho de los Dardanelos, Turquía) en pos de liberar las ciudades de origen griego del dominio persa. Ahí tiene su primera gran batalla, la del Granico (Turquía), donde enfrentó al general Memnón de Rodas, al mando de ejército de Darío. Memnón era un griego al servicio de Persia, lo mismo que una gran parte de su ejército, compuesta por mercenarios helenos. Lo derrota y Alejandro manda matar a los mercenarios griegos apresados buscando dar un mensaje. “¡Los griegos pelean por los griegos!”.
Así recupera, entre otras, las ciudades griegas de Mileto, Halicarnaso y Efeso. Un avance sorpresivo y rápido que hace que el rey Darío III en persona salga a su encuentro. Por ello, lleva a su familia junto a él, lo cual aseguran los expertos era una costumbre persa. Terminará lamentándolo.
Tras ser derrotado por Alejandro en la batalla de Issos (Turquía), en el 333 a. C., Darío decidió huír antes que su vida se viera expuesta. Los griegos, muy inferiores en número, lograron derrotar a los persas haciendo una jugada casi de ajedrez: dividieron a los persas y lograr crear el espacio para atacar directamente al rey, lo cual lo puso en peligro y obligó a arrancar. Ello causó el desbande de los persas. Incluso, los expertos aseguran que ambos monarcas se vieron frente a frente. Como sea, en su apuro por el escape Darío olvidó un detalle: resguardar a su familia.
Alejandro capturó a toda la familia de Darío III y los mantuvo como rehenes respetándoles su integridad. Entre otros, se encontraban la esposa de Darío, la reina Estatira (Agni Scott) y su hija Barsine (Nada El Belkasmi). Con la primera, se forma un vínculo ya que la monarca termina entendiendo que su única opción para sobrevivir es ponerse al servicio de Alejandro. Incluso se convierte en su amante y se embaraza del rey macedonio, pero muere al dar a luz junto a su vástago.
Un elemento importante que aborda la serie es el hecho de que Alejandro poco a poco se forma la convicción de que él es un Dios en la tierra. Su madre, Olimpia, le asegura que su verdadero padre es Zeus, el mayor dios de la cosmogonía griega, y lo confirma tras un arriesgado viaje a visitar un oráculo. Por ello, tras la victoria de Issos en vez de ir a Babilonia y tomar la capital persa, Alejandro sorprendió a su generales avisándoles que irían a Egipto.
En Egipto, logró conquistar el país negociando con el gobernador persa y se ganó las simpatías de los egipcios, quienes lo proclamaron como faraón. Así, Alejandro adquirió definitivamente un carácter divino, puesto que los faraones eran considerados hijos de Amón Ra, por ende, dioses vivientes. Es ahí cuando decidió emplazar una nueva y florenciente ciudad, Alejandría.
Luego, Alejandro se encaminó a Babilonia. Volvió a enfrentarse a Darío, esta vez en la batalla de Gaugamela, y nuevamente lo derrotó. Desesperado, el rey persa huyó y Alejandro entró a Babilonia. Darío fue asesinado por uno de sus generales, y este a su vez muerto por Alejandro, ello le permitió coronarse rey de persia.
Ahí termina la serie, sin abordar el viaje de Alejandro a la India ni su extraña muerte en Babilonia, a los 33 años de edad en el 323 a.C., en circunstancias no del todo claras.