Saori (Sakura Andô), una joven viuda de una pequeña ciudad de Japón, advierte que su hijo está mostrando un comportamiento inusual y preocupante. Minato (Soya Kurokawa), quien está en quinto año en la escuela y avanza hacia la preadolescencia, se ha fugado sin explicación en algunas ocasiones, ha aparecido con el pelo recortado e incluso ha protagonizado un accidente durante un viaje en auto.
El aparente culpable de su repentino cambio de conducta parece ser el señor Hori (Eita Nagayama), un profesor que recientemente lo habría llamado “cerebro de cerdo” y lo habría estado hostigando con insistencia. Las sospechas sobre él aumentan porque los rumores indican que frecuenta un prostíbulo, práctica poco decorosa para un profesional de su perfil.
A Saori le irritan las respuestas que le entregan tanto la directora como las diferentes autoridades del colegio, quienes le aseguran que toda la situación se pudo haber tratado de un simple malentendido. Lo que le provoca más enojo es escuchar al señor Hori decir que en verdad su hijo es un abusador, porque habría estado molestando a un tímido compañero de clases, Yori (Hiiragi Hinata).
Esa declaración es el indicio más contundente de que la verdad es bastante más compleja que lo que se esboza en los primeros 40 minutos de Monstruo, el nuevo largometraje de Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962). Con un guión de Yûji Sakamoto (premiado en el último Festival de Cannes), el reputado cineasta japonés pasa de sugerir una historia de bullying a producir una obra que indaga en la aceptación, en la compasión y en las particularidades del mundo de los niños.
Lo logra narrando los hechos desde tres puntos de vista –la madre, el profesor y Minato– y el resultado es uno de los mejores filmes del último año. En la previa a su llegada a salas locales, este jueves 29, el autor de De tal padre, tal hijo (2013) y Shoplifters (2018) conversa con Culto a través de Zoom.
-Esta es la primera vez desde 1995 que dirige una película con un guión que no es propio. El de Monstruo se basa en las propias experiencias que vivió el guionista Yûji Sakamoto. ¿Cómo se identificó con una historia que era tan personal para él?
Cuando recibí por primera vez un resumen de la trama, aún no era un guión como tal, pero ya estaba la idea de estructurar la historia en tres partes: la de la madre, la del niño y la del profesor. Ese argumento en sí ya me pareció tremendamente interesante. A medida que seguía leyendo, la forma en que se contaba la historia, y esta avanzaba sin que uno pudiera saber con claridad qué es lo que de verdad estaba ocurriendo en la escuela, me pareció espléndida y me atrajo desde el primer momento. Eso sería lo primero que me cautivó. Lo segundo sería una escena, al llegar el tercer bloque, en que el protagonista y la directora (del colegio) tocan instrumentos. Esa parte me conmovió mucho y pude identificarme con ella.
-En esta cinta deseaba hablar sobre la intolerancia y las divisiones. ¿De qué manera cree que todo lo que atravesó el mundo durante la pandemia ejerció influencia en el resultado final?
La historia en sí se empezó a escribir antes de la pandemia y, para cuando el guión estuvo terminado y empezamos a rodar, ya estábamos en plena crisis. Eso afectó la producción, por ejemplo, en que no podíamos almorzar en grupo, etc. Sin embargo, la pandemia no provocó ningún cambio en el contenido de la historia misma. Temas como la desconexión entre las personas se incluyeron antes de la aparición del coronavirus y, al ver la película terminada, me hizo reflexionar sobre lo visionario que fue el guionista y lo bien que sabe captar lo que ocurre actualmente en la sociedad. Durante la pandemia, tal como en la historia, creo que en todo el mundo aumentó de golpe la cantidad de gente que se rindió en tratar de comprender a otros y surgieron más “monstruos”. Tuve esa impresión y creo que eso es algo muy lamentable.
-Monstruo contrasta la perspectiva de los niños con la visión de los adultos. ¿Por qué como cineasta le fascina indagar en esa diferencia, en esa discordancia?
¿La diferencia entre la visión de niños y adultos? La verdad es que no estaba consciente de que fuera algo que me fascinara hacer, nunca me lo había planteado... Quizás sea una diferencia cultural. Según como yo lo veo, para nosotros como japoneses, no es Dios quien observa todo lo que hacemos en nuestra vida diaria, sino que los muertos y los niños. Por ejemplo, el “no tener cara para mirar a tus antepasados” es un sentimiento muy japonés. Por eso buscamos vivir de forma de no avergonzar a nuestros antepasados. Los muertos nos juzgan desde afuera y, desde adentro, los ojos de los niños nos observan y van creando lo que vendrá después. Ambas perspectivas van construyendo la historia y volviéndose una. Así lo sentía cuando empecé a escribir historias y es algo que me gusta hacer, aunque no creo que sea algo que incorpore en todos mis trabajos.
-Ud. ha dicho que, si el fallecido Ryuchi Sakamoto no hubiera aceptado su invitación a participar de este proyecto, habría preferido no usar música en la película. ¿Por qué habría tomado una decisión tan categórica?
(Se ríe). Usualmente primero decido, casi por instinto, los instrumentos que se usarán en la musicalización. Sin embargo, esta vez de inmediato pensé en el piano del señor Sakamoto. Cuando vi ese lago negro de noche y el carro de bomberos con la sirena sonando camino al incendio –en la escena que abre la película–, no me cupo ninguna duda de que la historia tenía que empezar con su piano de fondo.
-Ud. mismo ha señalado que no existen muchas películas japonesas que aborden la temática LGBTQ+. ¿Por qué cree que ocurre eso?
Comparado con hace unos diez o 12 años atrás, en el último tiempo en Japón han aumentado las historias que incluyen personajes LGBTQ+. Sin embargo, aún son pocas las producciones que, como Monstruo, muestran a niños y adolescentes queer. Es difícil decir por qué ocurre de ese modo... A diferencia de otros países desarrollados, en Japón el género aún se ve de una forma muy conservadora. Incluso hoy hay muchas figuras públicas, incluyendo políticos, que dicen abiertamente que son “condiciones” que se producen por traumas de infancia, que son fases o que se les pueden forzar a “sanar”, tratándolos como si fueran enfermos que necesitan un tratamiento y que a los niños se les puede perjudicar si se les mete en ese tema. En un escenario así, es difícil para la gente de la comunidad decirlo abiertamente y creo que es una realidad que se plasma dentro de la película, aunque ha ido cambiando poco a poco.
Cine sin barreras
En 2019, cuando ya se había consagrado como ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes, Hirokazu Kore-eda incursionó por primera vez en un idioma que no era el propio: estrenó The truth, un largometraje ambientado en París en que reunió a Catherine Deneuve, Juliette Binoche y Ethan Hawke, y donde adaptó una historia que había escrito 17 años antes.
Luego agregó otra experiencia internacional a su filmografía y rodó en Corea del Sur Broker (2022), una cinta en que retomó su interés por la exploración de versiones alternativas de la unidad familiar. Aunque salir de Japón no fue algo deliberado, ambas producciones demostraron su apetito por expandir sus dominios y liberarse de ciertas convenciones. Algo que después confirmó con la realización de su primera serie para Netflix, Makanai: La cocinera de las maiko (2023).
Quizás impulsado por esa misma clase de curiosidad, hacia el final de esta entrevista lanza una pregunta: “¿Hay festivales de cine en Chile? Todavía no he ido a Chile. En realidad, a menos que haya un festival de cine, no tengo muchas oportunidades de ir. Pero también me gustaría visitar la Isla de Pascua (se ríe). Así que, si se da la ocasión, no duden en invitarme, por favor”.
-En septiembre de 2023, su país seleccionó a Días perfectos, de Wim Wenders, como representante para los Oscar. ¿Le generó extrañeza esa decisión, considerando que entre las candidatas también estaban Monstruo y El niño y la garza?
No. Claro que lamenté que no eligieran a mi película, pero que hayan seleccionado como representante al filme dirigido por Wenders, que refleja muy bien al país, es algo que nunca había ocurrido. Que eligieran a Días perfectos para representar a Japón me pareció una decisión maravillosa y muy novedosa.
“Es fácil pensar que, para que una película sea japonesa, tenga que estar grabada en Japón, creada por japoneses y con actores japoneses hablando en japonés, pero yo creo que el cine es el tipo de arte que mejor puede superar esas barreras. Por ejemplo, yo mismo he salido de Japón y he rodado en distintos idiomas y me da igual si dicen que es una película japonesa, francesa o coreana. En ese sentido, que nominen el filme dirigido por Wenders y protagonizado por el actor Kôji Yakusho no me genera ninguna extrañeza ni resquemor. Más bien, lo que diría es que el sistema de nominar sólo a una cinta por país para la categoría de Mejor película internacional no se condice mucho con los tiempos actuales”.
-Cada vez está más presente el debate sobre los alcances de la inteligencia artificial en el cine. ¿Es algo que le preocupa?
(Se ríe) La implementación de robots e inteligencia artificial... A decir verdad, hace muchísimo tiempo escribí una historia con un personaje que era robot, así que sí es un tema que me interesa bastante y no tengo reparos en incluirlo dentro de la ficción. En verdad no siento que vayan a dejarme sin trabajo. Soy optimista al respecto. Considero que mi profesión es una de las que es más difícil que sea reemplazada por ellos, pero quién sabe qué pasará, a lo mejor estoy siendo demasiado ingenuo.
-¿Ya sabe cuál será el proyecto que estrenará después de Monstruo?
El año pasado, durante cuatro meses, entre agosto y diciembre, estuve grabando una serie que probablemente saldrá vía streaming. Dirigí todos los episodios y ahora mismo estamos en proceso de edición. Probablemente pase toda la primera mitad de este año editando y luego se emita. Después de eso me gustaría realizar otra película, pero aún no he decidido de qué tratará. Me gustaría elegir y comenzar con mi próximo proyecto lo antes posible. Tengo muchísimas ideas y cosas que quiero hacer y pretendo ir llevándolas a cabo una tras otra sin parar, así que, por favor, espérenlas con muchas ganas.