Columna de Marcelo Contreras: Festival de Viña 2024, la venerable y vetusta tradición
No son los mejores días para este extraño y monumental artefacto creado en la principal ciudad turística del país, y desarrollado con la asistencia fundamental de la industria de los espectáculos en Chile, liderada por la televisión. El venerable y vetusto festival cruzó el umbral del siglo XXI, asumido como una fiesta singular.
El colectivo rumbo al Puerto se interna por la avenida España, la arteria que conecta Viña del Mar con Valparaíso. El chofer, un mendocino que vive hace 15 años en la zona, coincide: este verano de la ciudad jardín es un espectro de lo que solía ser la temporada estival. Prácticamente no hay turistas en días de estrechez económica y tragedia; el discreto movimiento se alimenta de los propios residentes.
Dejamos atrás Caleta Abarca, el balneario donde solían instalarse distintos programas satélites de los canales de televisión, para cubrir los detalles del festival. La discoteca del lugar ya no existe, la basura se amontona, los paraderos lucen vacíos. Pocos vehículos circulan de noche con la locomoción pública prácticamente desaparecida apenas se oculta el sol, una de las tantas consecuencias de la tormenta perfecta que fue el estallido social seguido de la pandemia y el acento informativo en la delincuencia, que modificó los hábitos nocturnos. “Los turistas están en todos lados, menos acá”, asegura el conductor, alertado por un hermano que veranea en el sur.
La resaca de los incendios que afectaron a Viña del Mar a comienzos de febrero con 134 personas fallecidas, al menos seis mil viviendas afectadas y más de 30 mil damnificados, con las consiguientes medidas restrictivas dictadas por la autoridad militar, prácticamente aniquiló la actividad turística. La ocupación hotelera en la zona cubre apenas la mitad de la oferta.
El Festival internacional de la canción de Viña del Mar, la fiesta que solía sellar el verano chileno, parece un invitado incómodo en su propia cuna. Resuena como una instancia fuera de lugar para un municipio cuestionado por los planes preventivos en una urbe donde abundan los campamentos en cerros resecos, y cuya jefatura ejercida por la alcaldesa Macarena Ripamonti, que siempre ha parecido algo incómoda con los eventos masivos de carácter celebratorio -sea este o los fuegos de artificio en año nuevo-, enfrenta acciones judiciales por los fallecidos en el Jardín Botánico.
Por segundo año consecutivo, el evento lidia con la baja de uno de sus números centrales. En 2023 fue Maná, amedrentados por un eventual ambiente hostil debido a declaraciones del cantante Fher, en favor de una salida al mar para Bolivia. Ahora es Peso Pluma, el astro de los corridos tumbados de ascendente estrellato, complicado por el fuego cruzado entre acusaciones de apología al narco que escalaron hasta el absurdo, y una infidelidad que le costó el fin del noviazgo con Nicki Nicole, el tipo de acción que el fandom actual no perdona. El rigor moral de las nuevas generaciones lo exige así: las estrellas pop de hoy deben ser intachables y modélicas. Ya no basta con cantar.
A pesar de este ambiente escasamente apto para la fiesta y la celebración, este nuevo capítulo del festival de Viña del Mar contiene elementos que, de todas formas, garantizan la mirada del país durante los próximos días, como suele ocurrir por más de 60 años, aun cuando la gente suele decir que no le interesa.
Las características de Francisco Saavedra, que debuta en la animación luego de una labrada trayectoria, son propicias para este complicado ambiente. El conductor de la risa estentórea es un nostálgico confeso de la televisión de otros días -del siglo pasado en rigor-, cuando el medio aún convocaba a toda la familia en su formato tradicional. A diferencia de los últimos animadores, más cercanos al acartonado manual del gran estelar -la escuela de Antonio Vodanovic siguió reinando en la Quinta-, Saavedra apela a un estilo más cercano y emotivo que, dadas las circunstancias y el perfil asumido por el evento, tras la tragedia de los incendios, debiera ser más adecuado.
Por cierto, Francisco Saavedra marca un hito en la historia del festival, como el primer animador de la comunidad LGBTIQ+. No llega por gay exactamente al escenario chileno más relevante, sino porque ha sabido ganarse a las audiencias que todavía prefieren la programación abierta.
Entre las veleidades del festival que lo convierten en un espécimen único e impredecible en materia de espectáculos en directo, asoma que los días menos demandados son aquellos encabezados por artistas de gusto juvenil. El target vital en la energía de la reunión viñamarina, que el año pasado fue favorecido abiertamente en detrimento de públicos de mayor edad, no parece muy entusiasmado con la oferta de Viña 2024. Ni siquiera Peso Pluma, con toda la expectativa por la polémica que rodeó su convocatoria, logró agotar. Tampoco Mora, el puertorriqueño presente en Lollapalooza Chile 2023, ni la brasileña Anitta acaparan mayor demanda. La postal de una Quinta Vergara con vacíos en sus gradas, tal como ocurrió el año pasado, es una posibilidad.
El humor, un condimento único del festival que sostenidamente marca los peaks de sintonía, acarrea algunas incertidumbres con los recientes traspiés en directo de Luis Slimming y Javiera Contador. La actriz y comediante de exitosa y dilatada trayectoria confesó inseguridad sobre su material tras una mala noche en Coihueco, mientras Don Comedia (como también se conoce a Slimming) sumó a las pifias en un festival en Chile Chico por un chiste sobre drogas, un posteo desafortunado en X alusivo a los funerales del presidente Sebastián Piñera. Doble strike sin haber pisado la Quinta.
Con seguridad los grandes nombres convocados para esta versión del festival de Viña, clásicos como Alejandro Sanz, Miranda!, Los Bunkers, más el debut de Andrea Bocelli que promete un espectáculo magnificente de características orquestales, en perfecta alineación con el pop, confirmarán que el evento sostiene su categoría. Pero el festival sigue en una especie de cuenta de protección, como un peleador que ha caído un par de veces, y se somete a esos segundos que dictaminan si puede continuar mientras intenta fijar la mirada.
Contexto interno, mundial y tragedia se han confabulado sin querer queriendo en los últimos años de este gran relato artístico y televisivo, que involucra el Festival internacional de la canción de Viña del Mar, desde 1960. La historia de nuestra cultura pop sigue marcada por lo que sucede en la Quinta Vergara, cuando las vacaciones se despiden durante esas seis noches de música en diversos empaques, incluyendo números electrizantes, la competencia de canciones internacionales y folclóricas, el despliegue de comediantes sometido a un público implacable, los premios arcaicos, y los animadores que se besan como primerizos.
No son los mejores días para este extraño y monumental artefacto creado en la principal ciudad turística del país, y desarrollado con la asistencia fundamental de la industria de los espectáculos en Chile, liderada por la televisión. El venerable y vetusto festival cruzó el umbral del siglo XXI, asumido como una fiesta singular con esta peculiar dualidad entre un gran programa de televisión en directo, y un genuino evento musical con tradiciones adorables y brutales, como devorar a pifias al artista que aburre. La tristeza que reina justificadamente en Viña del Mar con el fuego desatando destrucción y muerte, merece el consuelo pasajero de su principal fiesta.
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