Manu Chao trepa en estos días por Chile (ya van tres conciertos suyos, y vienen otros tantos en tres ciudades hasta el 16 de marzo), y aunque sus shows han sido a sala llena no está ya esa ansiedad pública de hace un par de décadas, cuando cada visita del francoespañol instalaba sus opiniones en medios y conversaciones como una guía de debate político en sí mismas. No están los tiempos para cantautores conscientes e incómodos.
Hoy los pareceres sociales de nuestras vigentes estrellas del pop, que los hay, cumplen con marcar las casillas esperables, justo ahí donde confluyen la causa correcta y el autobombo. Si hoy el ex Mano Negra es un auténtico disidente (ni entrevistas, ni discos ni promoción formal para sus giras) no es porque amplifique por redes sus gestos de indignación sino, precisamente, por haber elegido saltarse esa feria de vanidades de quienes alimentan su carrera con selfies de ceño fruncido.
Que el nuevo disco de Residente se titule Las letras ya no importan tiene relación con todo esto. La frase es, por supuesto, engañosa: lo más importante en este nuevo trabajo de 94 minutos son los versos. Desde el texto que al inicio lee Penélope Cruz, una entre varios invitados deluxe (“hay que vivir sin perdernos nada, desvelados sin pestañar…”), hasta el extenso y doliente recuento autobiográfico de René -que hace años circuló como single- (“quiero volver a sentir a cuando no tenía que fingír / yo, quiero volver a ser yo”).
Se suceden diferentes ánimos y arreglos, con más o menos ingenio (y no pocos manierismos; adornos musicales algo fáciles) para articular lo que puede calificar como una larga proclama autoral en torno a las dificultades de mirar alrededor con lucidez y sentir el deber de hacerse responsable por ello, incluso después de haber conocido el éxito mundial.
El ex Calle 13 afirma su vocación indeleble (“el rap y yo vivimos como los siameses”), pero luego cae en cuenta de que pocas cosas significativas dependen realmente de sus rimas: “Ya nada es como antes, / yo sé que ya no soy tan relevante. / Antes me pedían retratos, todos devotos, / ahora me paran pa’ que yo les tire la foto…”, rapea en Ron en el piso, un tema incapaz del mesianismo de quien confunde pantalla y púlpito de sermones: “No es que me ofenda, pero me siento viejo / cuando los chamaquitos ahora me dicen ‘Leyenda’ / Que Dios los reprenda…”.
Es un disco autorreferente, en el sentido que una sesión de terapia lo es: habla del yo en el intento por conectar con un entorno que se percibe nebuloso y agobiante, ya sea por la urgencia política (Bajo los escombros tiende un lazo a la masacre en Gaza) o por un panorama artístico en profunda redefinición (El malestar en la cultura ejerce aquí de manifiesto).
Las estrellas dispuestas a mostrarse confundidas son una rareza, pero siempre serán más confiables que aquellas que maquillan hasta las dudas. Al menos en este disco, Residente no busca tener la razón. Le basta con intentar sacudir a quienes creen tenerla.