Así fue el primer día de Lollapalooza 2024: muchas nueces poco show
La tarde de la jornada debut de Lollapalooza 2024 -este viernes 15- fue francamente de relleno y fácil olvido, con pocas excepciones. Sobre la noche, destacó la sacudida de Limp Bizkit, la energía de Feid y el carácter expansivo de King Gizzard & the Lizard Wizard.
Como toda fiesta, Lollapalooza agarra vuelo mientras avanza la tarde a la espera de los cabezas de cartel, con Limp Bizkit y Feid como protagonistas. La previa de los nombres mayores fue una jornada francamente de relleno y fácil olvido, con pocas excepciones y algunas constantes: una alarmante tendencia a ofrecer poco espectáculo y saltarse olímpicamente reglas de lo que implica la música en vivo.
El caso más explícito fue el de Kenia Os en las primeras horas de la tarde. La youtuber e influencer mexicana devenida en cantante pop encarna un personaje erotizado -lució perlas y lencería-, no se molestó en lo más mínimo en disimular su voz grabada. La artista de Mazatlán se preocupó de bailar, contonearse y seguir algunos pasos coreográficos, nada más. Para una disco o un espacio de música en vivo de medianas proporciones, quizás se entiende. Pero qué hace en un festival de estas dimensiones, un verdadero misterio.
Al otro extremo del parque la colombiana nacida en Medellín Bad Milk demostró que sí sabe cantar urbano y electrónica, mediante sentimiento y expresividad. Su música con desvíos spanglish, presenta detalles románticos y melancólicos con un inusitado protagonismo de la guitarra eléctrica, ejecutada por un músico desdoblado en batería, más la compañía de una chica gótica a cargo de máquinas. Sin embargo, con los músicos relegados al fondo del escenario, su espectáculo lució vacío, con escasa dinámica. Es complejo que una figura solitaria pueda cubrir todo el espacio que implica un reducto festivalero.
León Larregui, el líder de Zoé, se mostró incómodo en el Alternative stage porque el sol le daba de lleno, a pesar de los lentes oscuros. “No estoy acostumbrado a tocar a las 12 del día o las tres de la tarde -se quejó-, no sé qué horas son”. Con una banda dominada por mujeres, el mexicano ofreció una veta no muy distinta de lo que hace en su grupo reputado entre lo mejor de la escena mexicana por décadas: pop rock de contornos siderales con estribillos evocativos y evidente oficio. Cuesta una enormidad entender qué canta Larregui y da un poco lo mismo, en virtud de la textura singular de su voz. Fue el primer número de la tarde que despertó cierto interés por parte del público.
En uno de los escenarios centrales siguió Dayglow, el nombre artístico del texano Sloan Christian Struble, probablemente el artista de más fácil olvido de la primera jornada. Anodino pop rock de manual de discreta performance, con algún descuelgue funk sin malicia alguna. Otro número para preguntarse qué diablos hace en un evento de estas características.
La presencia mexicana se reforzó con Latin Mafia, tres hermanos de Monterrey que combinan hip hop y urbano de discreta calidad. A pesar de las buenas armonías, desplegaron la actitud de tres zorrones con ganas de divertirse en un asado, así también lucían. Descoordinados, y sin mucha idea de qué hacer con el escenario -uno de ellos se sentó en el tercer tema, después recurrieron al truco qué lado canta más-, se sumaron a la interrogante de la tarde: cómo logran escalar a un festival donde si o si se debe ofrecer espectáculo.
En ese mismo lugar, la artista nacional Akrilla demostró similares falencias. A pesar de la buena voz y una presencia atractiva, la cantante dedicada al trap no sabía qué hacer más allá de moverse de acá hacia allá, como quien pasea por el patio. Sin más ideas, también decidió sentarse. Para una fogata rematando un paseo veraniego, okey. No así en un evento de estas características.
Más tarde en uno de los escenarios centrales, Jessie Reyez contó que nació en Toronto, pero remarcó su origen colombiano. Desplegó una voz poderosa para el R&B y el soul, en un punto intermedio entre Amy Winehouse y SZA, con una personalidad coqueta y risueña.
Recién con Pierce the veil hubo demostraciones de entusiasmo colectivo. La banda estadounidense de pop punk y emo, arrastró fanaticada capaz de corear la mayoría de las canciones. Lanzaron confeti, corrieron como si se tratara de una competencia y aleonaron a la audiencia apenas pusieron un pie en el escenario. Musicalmente no representan aporte alguno al género, como tampoco sobran. Pero en el flojo contexto de la tarde, destacaron.
El irlandés Hozier logró sus propósitos de desplegar un acto litúrgico para lucir su voz poderosa en éxitos como Take me to church, la última canción de su set que funde sus mayores cualidades, básicamente replicar el manual de rock de estadios de sus coterráneos U2.
30 Seconds to Mars hizo lo que ya ha mostrado en Chile, que no es otra cosa que encarnar una banda de rock con la intención de salvar al planeta bajo composiciones desesperadas por el tono épico, al punto que los coros en torno a un largo “oohhh”, van grabados insistentemente. Después de un cuarto de siglo, 30STM sigue siendo el papel más flojo y predecible de Jared Leto.
Enfilando el atardecer, Limp Bizkit hizo gala de esta etapa donde, de alguna forma, han limpiado su nombre y reivindicado el hecho de encarnar un verdadero suceso en el cambio de milenio, para luego caer rápidamente en desgracia como el rostro más bobalicón del nü metal. Lo interesante es que ha sucedido sin que Fred Durst y compañía hayan sometido a reingeniería su banda, ni que el cantante dejó atrás al adolescente blanco estadounidense con mucha testosterona.
Tocan las mismas canciones de la misma forma, con la diferencia del aplomo que dan los años. La diferencia ahora, es el humor y las citas que intercalan para demostrar su fanatismo por el hip hop y el metal en proporciones parecidas, citando a Metallica, Slayer, Beastie Boys, dejando en loop Proud Mary de Creedence, o cortando el cover de Heart shaped box de Nirvana antes del estribillo. Lo que parecía un serio tributo, quedó tirado. Wes Borland reiteró su categoría como guitarrista inventivo entre los riffs guturales de Break stuff, Rollin’ y Nookie. La reacción del público fue de genuino disfrute, coreando esta mezcla repetitiva entre metal y rap motorizada con cadencia bailable.
Siguió el colombiano Feid, astro del urbano que primero se dio a conocer como productor de éxito y luego como intérprete. Claramente goza de arrastre, el público conoce sus canciones y se sintió en una fiesta engalanada con un espectacular juego de drones que trazaron imágenes tridimensionales y caleidoscópicas. Feid ofreció un espectáculo enérgico y coreado de principio a fin.
En paralelo, los australianos King Gizzard & the Lizard Wizard, brindaron un show a la altura de lo que se puede esperar de una banda con una discografía de 25 álbumes abarcando diversas ventas de rock y electrónica, la gran mayoría con notoria solidez y originalidad. El primer tema se extendió por 15 desconcertantes minutos. Algunos se marcharon mientras la gran mayoría tuvo la paciencia de encontrar la hebra del sexteto. En algún momento el público coreó los riffs, aplaudió por su cuenta y se retroalimentó con la banda creando una catarsis psicodélica. Por momentos así valen la pena los festivales.
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