Columna de Marcelo Contreras: Lollapalooza, ¿extraordinariamente impresionante?
Perry Farrell, uno de los fundadores del festival en 1991, escuchó el término “lollapalooza” en un episodio de Los Tres Chiflados. Data del siglo XIX, entendido como algo “extraordinariamente impresionante”. Lollapalooza sigue siendo una experiencia recomendable, aún cuando el cambio a Cerrillos fue un retroceso. Pero no está tan claro que siempre haga honor a su sentido original.
En Europa, donde los grandes festivales integran el inventario cultural-empresarial por más de medio siglo, la fórmula suele apelar al eclecticismo. El festival de jazz de Montreux por ejemplo, el decano desde 1967, siempre albergó otros géneros. Ahí vi a Run-DMC, un año antes del asesinato de Jam Master Jay, la misma versión en que se presentó Bob Dylan. En 2023 el ganador del Nobel regresó al evento suizo, en un line up que incluyó a Maluma. Alfa y omega en el uso de la palabra en contexto musical, bajo la misma cita en vivo.
En Roskilde 2005 descubrí a Mastodon en un escenario secundario, los daneses se sintieron caribeños por un rato con Juan Luis Guerra, y el empaque original de Black Sabbath brindó un show a la altura de su historia. Entre los 100.000 asistentes resaltaban parejas luciendo carreteadas pulseras de ingreso como medallas de guerra, el historial de la pasión por la música en vivo al aire libre en reuniones masivas de públicos diversos, efímeras ciudadelas donde el autocuidado y el respeto determinan la convivencia. No es solo la música, sino también la experiencia, la comunión, mirar gente, y caminar kilómetros cada jornada en busca de ese artista adorado, o un nombre recomendado. No hay nada como la sorpresa, descubrir; ver por primera vez a una banda o solista en pleno despegue con ganas de comerse al mundo.
Transitamos un periodo de la cultura pop donde las citas se superponen, un caldo temático y estilístico colosal. Los guiños y enlaces en la música serpentean entre décadas, en un lienzo amplio con propuestas que pueden beber sólo del caudal del siglo XX, y aún así encarnar modernidad y frescura. Suceden virajes como el de Kidd Voodoo, una de los convocados nacionales para esta versión de Lollapalooza, que cruzó del indie al urbano, en una demostración de elasticidad y ambición.
Hace 20 años viejos rockeros locales reprobaban la conversión de bandas y músicos del género hacia la cumbia. Se citaba el caso del Macha -del circuito under con LaFloripondio a la masividad de Chico Trujillo-, como una especie de traición a la causa, imitada por varios que cambiaron la polera negra por la guayabera.
Se puede leer como oportunismo si se quiere -el baile y la fiesta atrae y vende más que el rock hace largo rato, de riffs no se vive-, pero también como una constatación de que distintas músicas, a veces contrapuestas, conforman nuestras biografías, seamos oyentes o artistas. Te puede gustar el metal y la balada, la electrónica, la cumbia y el hip hop, el urbano, el ska, el punk y el reggae. Más que las casillas, el paseo aleatorio. El gusto en la variedad.
Lollapalooza Chile tiende a satisfacer por facciones, con ediciones proclives a públicos mayores seducidos por nombres clásicos -Metallica, Robert Plant, entre varios casos-, mientras en los últimos años abrieron los brazos a los solistas y los representantes del urbano, en el más amplio sentido del género, más allá de las fronteras latinas. Pero el evento no tiene la costumbre de extender invitaciones para todos. Este año, en respeto a la tradición de privilegiar un determinado segmento, los cabezas de cartel como Blink-182, Arcade Fire y Limp Bizkit, favorecen a los millennials.
Una lástima que Cristian Castro haya cancelado a último momento su participación en Lollapalooza Argentina. No solo se trata de la ausencia de uno de los grandes de la balada latina por décadas, sino por el elemento kitsch inherente a su convocatoria, como una manera de despeinar el cartel fríamente calculado, y apreciar los resultados de un número así en un ambiente como ese.
Quizás el intérprete de Mi vida sin tu amor abría una compuerta insospechada con réplicas en Chile. Por qué no Myriam Hernández, por ejemplo, seguida de unos clásicos del metal como Venom. La Orquesta de la Fuerza Aérea de Chile se presenta este sábado, pero no es exactamente la misma tecla.
Sería injusto decir que Lollapalooza Chile nunca ha ensayado cambios en el guión. La inclusión de Kramer en 2022 -en el papel, una buena idea-, no logró enganchar con los jóvenes. El festival tuvo a Juanes y Américo en el line up, experiencias de pop latino de distintos calibres que no se han repetido. Se entiende también que los eventos afinan sus fórmulas en busca de los mejores resultados financieros posibles, esto es un negocio antes que todo.
Perry Farrell, líder de Jane’s Addiction y uno de los fundadores del festival en 1991 -originalmente una gira de verano entre EEUU y Canadá para despedir a su banda-, escuchó el término “lollapalooza” en un episodio de Los Tres Chiflados, en boca del cascarrabias Moe.
Data del siglo XIX, entendido como algo “extraordinariamente impresionante”. Lollapalooza sigue siendo una experiencia recomendable, aún cuando el cambio a Cerrillos fue un retroceso de características desérticas, respecto de las acogedoras condiciones del parque O’Higgins. Pero no está tan claro que siempre haga honor a su sentido original.
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