Un pensamiento venía rondándole en la cabeza al investigador Ignacio Albornoz Fariña y no lo dejaba tranquilo. Traducir y compilar en formato libro una selección de las críticas a las películas del cineasta Raúl Ruiz, aparecidas en revistas especializadas de Francia, Inglaterra o Estados Unidos. “Me parecía, sobre todo, que ese material no era muy visible desde el mundo hispanohablante”, comenta Albornoz a Culto, desde París, donde reside.
Y la idea se transformó en iniciativa tras algunas conversaciones de Albornoz con Bruno Cuneo, el director del Archivo Ruiz-Sarmiento. “Lo que se conoce bien es el número especial que los Cahiers du cinéma le dedicaron a Ruiz en 1983, pero no mucho más que eso. Bruno me aconsejó acotar un poco el asunto, y así fue que el proyecto comenzó a tomar forma”, agrega.
Así comenzó el proceso que hoy ve la luz en el libro Ruiz de lejos. 27 artefactos críticos (1977-1987), y que se encuentra en las librerías nacionales a través de la editorial independiente Bastante. La traducción, selección y compilación del material fue realizada por Albornoz. Esto es una tendencia en boga en el mundo editorial chileno, ya que se están privilegiando las traducciones nacionales por encima de otras (como las españolas, las más frecuentes en los contratos de edición).
La etapa 1977-1987 es la inmediatamente posterior a la llegada de Ruiz a París, exiliado. Y significó un ciclo importante en su historial de producción. “Este periodo es de cierto modo el de la eclosión creativa de Ruiz, eso está claro -dice Albornoz-. Pero al mismo tiempo, frente a la consagración que estaba por venir durante los años noventa, la década de los ochenta constituye una suerte de laboratorio para Ruiz. Un laboratorio donde pone a prueba una poética particularmente suya, sintomática de una gran libertad creativa que luego iría en parte amaestrando. También hay que tener en cuenta que este periodo, salvo unas cuantas excepciones, es tal vez uno de los menos explorados en el mundo de habla hispana. Ello, por razones obvias, entre las cuales figura desde luego la barrera idiomática. La mayor parte de las películas de este periodo fueron filmadas en francés y algunas de ellas todavía circulan incluso en internet sin subtítulos en español, lo que hace difícil su visionado”.
Por ello, en este volumen encontramos las críticas a filmes ineludibles, como Coloquio de perros (1977), La hipótesis del cuadro robado (1978), El techo de la ballena (1981), Berenice (1983), La ciudad de los piratas (1983) o Ricardo III (1986). Sobre esta última, por ejemplo, se rescata la crítica de Christine Hamon-Siréjols, para Le film de théâtre. “Ricardo III se convierte en una obra de Ruiz de pleno derecho. De su estética personal, el espectador podrá reconocer sin dificultades la fluidez del montaje, acentuada además por las imágenes del agua y la presencia casi permanente de humaredas que le dan al conjunto una cualidad vibrante”.
El aporte del libro es fundamentalmente revelar todo aquello que la crítica extranjera comentó sobre el cine de Ruiz. “Al privilegiar plumas críticas, el libro apuesta también por una forma más libre de acercarse al cine de Ruiz, desde la interpretación (muy) personal de cada crítico -dice Albornoz-. El libro nos informa también acerca de ciertas constantes, advertidas por la mayoría de los críticos: el interés de Ruiz por todo lo que se refiere al idioma, su propensión al juego, a la mezcla de géneros y fuentes”.
Un Ruiz escritor
Es Bruno Cuneo, mencionado más arriba, quien está detrás del libro Escritos repartidos, que acaba de publicar Ediciones UDP. El volumen reúne textos escritos por el mismo Raúl Ruiz a lo largo de su vida. Artículos, discursos, conferencias, prólogos, comentarios sobre las más diversas facetas del cine. “Me ocupo desde hace una década de la edición de la obra literaria de Ruiz -cuenta Cuneo a Culto-. Primero fueron sus entrevistas, luego sus diarios, después su poesía y ahora le tocaba el turno a sus artículos, prólogos, discursos y conferencias que aparecieron en revistas y libros. Me queda por editar una colección de cuentos que dejó en carpeta, y en eso estoy ahora”.
Ruiz se manejaba bastante bien con la pluma, con soltura, claridad, hasta con dosis de humor, y es una dimensión que a juicio de Cuneo debiera ser mucho más conocida. “A estas alturas creo que está claro que Ruiz fue un escritor además de un cineasta. Y como escritor fue un polígrafo, quiero decir que se movía con soltura en todos los géneros literarios y siempre estaba ensayando nuevas formas de escritura, tal como en su cine estaba siempre ensayando nuevas fórmulas audiovisuales. Un rasgo sobresaliente de estos escritos, podríamos decir, es cierta voluntad de rehuir el discurso disertativo, propio del académico, y cultivar en cambio un discurso inventivo y digresivo, propio del artista. A Ruiz no le interesaba tan sólo comunicar sino también tentar una escritura. Entre los textos hay, por supuesto, algunos textos más convencionales en términos retóricos, pero hay otros que son verdaderas piezas literarias, como sus discursos y unos textos muy originales que podríamos catalogar de ficciones especulativas”.
“Ruiz, por otra parte, hacía siempre un uso muy creativo de las infinitas referencias literarias y teóricas que manejaba. Sus escritos están plagados de estas referencias, pero nunca cita para simular autoridad sino para elaborar conceptos, y eso le da a sus textos un vuelo teórico muy alto. Y ese vuelo tiene además un ritmo: avanza en línea recta aunque se desvíe o describa espirales”.
Así, por ejemplo, en el texto Lecciones de cine, parte de un curso que dictó en una universidad, señaló: “‘¿Cómo se hace para saber en general si una película es mala?’…Si el criterio es la poesía en las películas, las mejores películas serían las malas. ¡El peor filme del mundo tiene al menos cinco minutos de buena poesía!”.