Columna de Lollapalooza: Blink-182, música que se niega a crecer
En su debut en Chile, el trío californiano ofreció un pop punk de alcance limitado y con un nutrido catálogo de chistes escatológicos que le restó emoción a uno de los shows más esperados de la jornada sabatina.
En ocasiones, cuesta comprender el impacto masivo que algunas bandas tuvieron en la generación que fue joven a comienzos de este siglo. Blink-182, con un repertorio sin demasiadas luces, pero que martillaba día a día en los oídos juveniles a través de las radios, consiguió varias preseas. La más llamativa fue su fama internacional. Otra, por ejemplo, que bandas como Green Day, que abrieron el camino de un pop con ínfulas punk, terminaron mimetizándose en el estilo de estos californianos.
Tras su deserción del año pasado en Lollapalooza, el trío -que posee un nutrido historial de tragedias personales- debutó en Chile con una propuesta singular: una llamativa alergia a crecer. En un diálogo que tienen patentado durante sus shows, el bajista/cantante Mark Hoppus y el guitarrista Tom DeLonge se lanzan pullas entre ellos sobre tener sexo con la madre de otros, imitan el sonido de pedos y cruzan chistes sexuales. Como si recién estuvieran despertando a la pubertad.
Las canciones, sin mayores ambiciones, se escriben bajo una misma pauta. Un redoble del baterista Travis Barker -el motor artístico del grupo- que se intensifica con los sonidos de sus compañeros, pero que musicalmente suena como una rebelión musical pueril, similar a una maqueta del punk original, porque justamente carece de lo que hizo grande a fundamentales del género como Sex Pistols, The Clash y Buzzcocks: el instinto y la furia.
En breves momentos como la arrolladora fuerza de Happy Holidays, You Bastard o la intensidad de Violence, con Hoppus poniéndole una toalla en la cabeza al baterista, para que luciera sus habilidades sin visión, el grupo se fundió en una entidad granítica y poderosa, capaz de enganchar y engancharse con el público.
Promediando el show, vino una interrupción. Tras interpretar el sentido Stay Together for the Kids, se apagaron las luces y un encargado de la organización pidió que las personas que estaban cerca de dos carpas se corrieran más atrás porque estaban muy apretujados. La gente, en lugar de complicarse, respondió con un gracioso chilenismo y el tipo tuvo que desaparecer, mientras el trío no entendía nada.
La jornada transcurrió sin mayores novedades ni euforias desatadas. El principal obstáculo de Blink-182 es que sus canciones –salvo sus baladas emo como I Miss You, donde exhiben un calculado recogimiento- parecen ser una sola gran canción, sin mayores quiebres instrumentales y que emocionan tanto como ver una película de Los Transformers.
Es un grupo que deja una sensación extraña, agridulce. Por un lado, convoca breves instantes de efervescencia en los que crecieron con ellos, pese a su música discreta. De seguro, por una sensación de añoranza. Por otra parte, se repliegan en una actitud escénica infantil, como si en ellos el tiempo no avanzara. Es una postura que genera asombro. Y logra que un espectador promedio –como sucede en este tipo de festivales- no los tome demasiado en serio.
*Nota de la redacción: esta columna no tiene fotos del show de Blink-182 en Lollapalooza Chile -y sólo de archivo o pantallazos- porque su equipo aún no autoriza las imágenes tomadas ayer en su presentación.
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