Placebo planteó un par de condiciones nada fáciles la noche del miércoles a su fanaticada en el Movistar Arena, en la primera de un par de fechas que se cierran este jueves. Una voz en off pidió explícitamente que no se utilizaran teléfonos celulares para grabar videos o tomar fotografías. “Este momento exacto -se escuchó fuerte y claro por los altoparlantes-, nunca volverá a suceder”.
“Hace la perfomance de Placebo mucho más difícil -continuó la voz-. Más difícil conectar contigo y comunicar (...) las canciones”.
La perorata definió como “una falta de respeto” registrar el show, lo que conduce de alguna forma a la segunda regla de la noche: nada, pero nada del segundo álbum Without you I’m nothing (1998), el título que los consagró en el panorama rock británico post britpop; el disco donde canta el tema homónimo nada menos que David Bowie, pionero en materia de amenazar con retirar los clásicos de sus giras, advertencia que más tarde repetiría su aprendiz Miguel Bosé, como si el público fuera culpable de algo por el legítimo deseo de escuchar las canciones más reconocidas y famosas de sus ídolos.
No deja de ser una descortesía no interpretar los mayores hits. En este caso, Without you I’m nothing competirá eternamente como el mejor momento creativo de Placebo, una peak en su carrera. Sin embargo Brian Molko y Stefan Osldal lo han desterrado por completo, y prácticamente lo mismo con el explosivo debut de 1996, del que solo rescataron Bionic. En rigor, de varios discos apenas recogen un corte, para privilegiar el último Never let me go (2022), que interpretan casi íntegro.
No se trata de un mal álbum pero Placebo, que por años concentró sus letras sobre drogas junto con reconocer abiertamente su uso, es ahora una banda limpia. El resultado son canciones más planas y anodinas, con retazos de la energía y el brillo que gozaron en el cambio de milenio, cuando se convirtieron en ídolos del rock emotivo y sufriente.
Con todo ese ambiente -nada de cámaras- y la actitud renuente a interpretar algunas de sus mejores canciones, Placebo apareció ensamblado como sexteto con un par de multiinstrumentistas, un guitarrista y baterista, conquistando al público inmediatamente en el primer tema. Así de simple.
“Aquí estamos muy felices”, dijo Stefan Osldal, en medio de un diálogo en español con Brian Molko. El cantante de Placebo no ha cambiado un milímetro la voz, como si el tiempo no hiciera mella.
En cuanto a las canciones nuevas, como suele ocurrir, ganan fuerza en directo y no afectaron en lo más mínimo el ánimo del público, entusiasta ante el espectáculo concentrado en una muralla de sonidos entre rock y electrónica, alternando guitarras recargadas, otras prístinas, en rasgueos acelerados a la usanza de The Cure en los primeros 80; tiempos cuadrados y ritmos adhesivos, para empujar el salto y el baile.
No todo el público hizo caso del pedido de desistir de los teléfonos, pero eran los menos los porfiados. Molko le llamó la atención a una espectadora, -”¡ya está!”, espetó-. En materia de teléfonos prohibidos anteceden King Crimson en el mismo recinto en octubre de 2019, los alcances medio en broma medio en serio de Ricardo Arjona que tampoco le gustan las cámaras, y ahora esta medida de Placebo.
Es asunto de debate si los espectadores tienen o no derecho a registrar una instancia por la que han pagado. Pero por los resultados de los británicos durante este primer show de regreso en Santiago, resultó absolutamente cierto que la conexión de la mayoría de la audiencia fue inmediata; que la comunicación y la energía retroalimentada fluyeron notoriamente entre la banda y la gente.
Ese generoso puñado de canciones nuevas un poco desabridas se volvieron poderosas e interesantes en directo, dignas de atención. Sin pantallas de por medio, sin vistas interrumpidas por grabar un video que da un poco lo mismo, ganó la música y el ambiente de fervor producto de focalizar el interés en el momento, y no en un posteo.